Románico, circos glaciales y olla podrida en Pineda de la Sierra, uno de los pueblos más bonitos de Burgos
En plena Sierra de la Demanda burgalesa, Pineda de la Sierra es el destino perfecto para una desconexión rural entre bosques, pantanos, recuerdos de la Mesta e iglesias románicas
Basta fijarse en las grandes casonas de piedra rojiza con sus hermosos balcones y escudos, ventanas embellecidas y arcos de medio punto enmarcando las entradas principales para darse cuenta de que Pineda de la Sierra no es un pueblo cualquiera de Burgos.
Parece incluso que los vecinos se hubieran puesto de acuerdo para que nada, ni el color de las flores de una maceta ni la reconstrucción de una fachada ni un coche mal aparcado, rompa la imagen casi de postal del pueblo.
No son muchos para el consenso, eso es cierto. Bien entrado el otoño, los veraneantes, la mayoría descendientes de pinedanos emigrados a Bilbao o Madrid en busca de trabajo y futuro, ya se han marchado. En el pueblo hay censadas 99 personas, pero apenas 40 residen durante todo el año. Algunos en estas casonas de piedra arenisca levantadas por prósperos ganaderos en los siglos XVII y XVIII que hablan de la importancia de la trashumancia y el poderío de la Mesta en Pineda y en toda la Sierra de la Demanda.
Un pueblo con poderío
A unos 50 km de la ciudad de Burgos, flanqueado por el pico de San Millán (2.131 m) y el Mencilla (1.929 m) se abre un valle amplio y profundo que alberga montes, arroyos, pinares y prados, así como grandes láminas de agua, especialmente el embalse del Arlanzón.
En el centro del valle, a más de 1.200 m de altitud, Pineda de la Sierra destacó pronto por sus verdes pastos ideales para alimentar los rebaños de ovejas merinas y ya en el siglo XI el conde don Sancho le concedió el privilegio de poner en trashumancia una cabaña de 15.000 cabezas de ganado, que los vecinos del pueblo trasladaban en invierno hasta Extremadura para volver a la localidad al acabar la primavera.
Varios de los ‘señores de la Mesta’ o grandes propietarios de rebaños asociados en el Concejo de la Mesta que garantizaba el paso de los animales por las cañadas (en este caso la Cañada Real Segoviana) y protegía el pastoreo trashumante, se afincaron en Pineda de la Sierra, construyendo estas grandes casas exentas (cada una para alojar a una única familia) de mampostería y sillería a la altura de su posición económica, pero también política.
El pueblo contaba con esquiladero y un gran lavadero de lana, que acabaría convertida en finos paños florentinos y flamencos y que sería la principal fuente de riqueza de la población, junto a la madera extraída de los bosques cercanos.
Románico serrano
Hoy estas construcciones, algunas reconvertidas en alojamientos rurales, son testigo de aquel pasado esplendor, que pervive además en forma de folclore y tradiciones.
Paseando por sus calles empedradas encontramos rápidamente el gran tesoro del pueblo: la iglesia de San Estéban Protomártir, sin duda una de las más hermosas muestras del románico serrano, una escuela artística y arquitectónica propia que, frente al famoso románico de Silos, se dio entre los siglos X y XII interpretando en su particular estilo las formas románicas entre las montañas de la Sierra de la Demanda.
Robustas torres (inicialmente con carácter defensivo) que rompen la horizontalidad de las iglesias y galerías porticadas que permitían resguardarse de las inclemencias meteorológicas son algunos de sus principales rasgos, como puede verse en las iglesias de las localidades de Vizcaínos, Riocavado o Jaramillo de la Fuente.
La de Pineda de la Sierra atesora quizás la galería porticada más hermosa de todas con sus 11 arcos sobre columnas dobles con capiteles decorados con motivos vegetales en la que seguramente los vecinos no solo se saludaban antes o después de misa, sino que se reunían para debatir cualquier aspecto del pueblo o incluso para comprar y vender mercancías.
En su portada, que data de finales del siglo XII, podemos entretenernos un buen rato identificando animales fantásticos que pueblan sus arquivoltas, como también los canecillos (elementos que sobresalen del muro y sostienen la cornisa del tejado), un verdadero bestiario.
Olla podrida: mejor el sabor que el nombre
Antes de explorar los alrededores de Pineda, merece la pena hacer un alto en La Casona de Pineda (Plaza de Manuel Gutiérrez s/n). Ubicado en uno de esos caserones nobles (este datado en 1720 y totalmente rehabilitado), funciona como hotel rural con seis coquetas habitaciones y como restaurante, donde la segunda generación familiar mima cada detalle de la experiencia.
Son especialistas en cocina tradicional elaborada con productos de la sierra como las carnes a la piedra y los platos de caza y, en temporada como ahora, en setas.
Aunque si alguna especialidad despierta pasiones esa es su olla podrida, un guiso con las famosas alubias rojas de Ibeas de Juarros que se sirve en dos vuelcos. Y no, no lleva ningún ingrediente en mal estado; su nombre derivaría de olla poderida que, en castellano antiguo, significaría “poderosa”, en el sentido de olla de los poderosos, ya que solamente los más pudientes podían degustar este plato.
A la mesa llegan por un lado las legumbres y, por otro, los sacramentos, aquí llamados ‘engaños’: morcilla de Burgos, chorizo, costilla, morro o panceta de cerdo.
Tampoco hay que perderse sus deliciosos postres caseros
El barrio más allá del río
En un corto paseo en el que acompaña el rumor del agua en un canal que atraviesa el pueblo se llega a ‘el barrio’ como se conoce la zona al otro lado del puente que cruza el río Arlanzón a su paso por Pineda y donde vivían los pastores, esquiladores y otros trabajadores del ganado.
Salpicado de casas serranas, algunas con la típica chimenea cónica donde se ponían a secar los embutidos hechos en casa, hoy el lugar se convierte en verano en una suerte de piscina natural al represar las aguas del río, mientras que en invierno luce bajo el manto de nieve.
Casi desde cualquier punto se puede divisar también el circo glaciar del Mencilla y, unos pocos km más al noroeste, el pico San Millán, una de las rutas más recomendables desde Pineda.
A través del Barranco Malo, el recorrido de 18 km recompensa con mucho el esfuerzo del ascenso al pico más alto de la provincia (en realidad no presenta dificultades técnicas más allá de su longitud y desnivel) con un espectacular paisaje durante todo el trayecto. Una vez arriba, se puede contemplar la panorámica más impresionante de los macizos y valles burgaleses.
Otra alternativa, especialmente en invierno, pasa por alquilar un par de raquetas para dar un paseo por la nieve en la antigua estación de esquí Valle del Sol, en las faldas del pico Mencilla, también en el término municipal de Pineda de la Sierra.
Vía Verde Sierra de la Demanda
Más popular, incluso, es la Vía Verde Sierra de la Demanda, que explora otra parte de la historia reciente de zona de Burgos. Entre montes, una senda de 54 km sigue el trazado de un viejo ferrocarril minero proyectado para sacar, a finales del siglo XIX, el mineral de hierro, cobre, plomo y carbón hacia Bilbao conectando esta zona con el ferrocarril Burgos-Bilbao.
Entre Arlanzón y Monterrubio de la Demanda, las obras de la vía concluyeron en 1902 y apenas ocho años después, en 1910, el tren cesó su actividad, dejando tras de sí un cúmulo de misterios e historias de corruptelas. De hecho, por algunas estaciones y apeaderos construidos el ferrocarril nunca llegó a pasar.
Aunque en 1920 se intentó ‘resucitar’ el proyecto, el tren no llegó nunca a entrar de nuevo en servicio y las vías fueron desmanteladas definitivamente en 1947. En los años 80 y a raíz de los descubrimientos arqueológicos en la vecina Atapuerca (el yacimiento está a apenas 12 km del inicio de la ruta), se reactivó el interés por el trazado, recuperado finalmente como vía verde.
Precisamente al paso de este itinerario por Pineda de la Sierra se puede observar el embalse de Arlanzón, una gran masa de agua que ofrece un lugar de descanso y desconexión en sus orillas, donde disfrutar de un picnic, practicar deportes como el piragüismo o darse un baño bajo la atenta mirada de numerosas aves que anidan en sus alrededores.