48 horas en Toro: arte mudéjar, tapeo y bodegas donde ser feliz
El final de la vendimia permite conocer el epicentro de los vinos de Toro en un momento excepcional, justo cuando se ‘cocinan’ los nuevos caldos que llegarán a nuestras copas
Desde lo alto de la atalaya que es Toro se divisa el Duero aproximándose entre campos de cultivo en una fértil vega. Directo a la ciudad, en el último momento parece pensarlo mejor y gira bruscamente, poniendo rumbo a Zamora, aunque sin dejar de esculpir terrazas, laderas y barrancos ni perder de vista las tierras cubiertas de viñedos.
No solo en Toro: desde su nacimiento en los Picos de Urbión (Soria) hasta su desembocadura en la ciudad lusa de Oporto, el río Duero recorre 897 km de impresionante riqueza natural y también vinícola, pues en sus riberas nacen vinos de hasta siete denominaciones de origen, cinco de ellas españolas (Ribera del Duero, Cigales, Rueda, Toro y Arribes) y dos portuguesas (Douro y Porto).
En Toro, la historia y el vino van tan intrínsecamente unidas en el tiempo y en el espacio que resulta imposible entender la una sin el otro. Un vino que ya se elaboraba antes de la conquista de Aníbal y de la llegada de los romanos, que se embarcó hacia el Nuevo Mundo en las carabelas de Cristóbal Colón, que sobrevivió a la plaga de filoxera que arrasó los viñedos europeos y que se utilizó, cuenta la leyenda, para hacer la argamasa con la que se levantó la toresana Torre del Reloj, más barato (y menos trabajoso) que acarrear el agua del Duero.
Densos y potentes, actualmente han quedado atrás los tiempos en que los vinos de Toro se podían ‘cortar con cuchillo y tenedor’. Su alta graduación alcohólica y su cualidad de recios, que les sirvió para aguantar el viaje hasta América, ha mutado en elegancia, complejidad y expresividad y hoy conquistan a los consumidores de España y del mundo (solo en 2022 se superó la cifra récord de 16 millones de botellas vendidas, según los datos de la D.O. Toro, que incluye 63 bodegas, entre ellas las prestigiosas Numanthia, Pintia o Teso la Monja).
En la ciudad de Toro, epicentro de la denominación de origen, el vino sigue siendo omnipresente y, de hecho, es el elemento conductor de este recorrido para exprimir la ciudad en 48 horas, que nos llevará a bodegas subterráneas y modernos centros de elaboración de vino, pero también a monasterios e iglesias mudéjares, palacios renacentistas, miradores y una de las plazas de toros más antiguas de España.
Viernes tarde
Con restos de hasta tres recintos amurallados, la primera referencia en Toro debe ser la Puerta del Mercado, a la que se accede pasando bajo la Torre del Reloj, en la segunda de las murallas. De cuatro cuerpos y unos 20 metros de altura, fue diseñada en 1719 por el arquitecto Valentín Antonio de Mazarrasa y Torres.
Sin duda uno de los emblemas de Toro, entre paños de muralla (también en las calles Tablaredonda, costanilla de San Pedro, Trascastillo, Odreros y Costanilla) a su izquierda un mural recuerda hoy la curiosa leyenda que sitúa el vino en el mortero empleado para levantar la torre.
Por delante, la Calle Puerta del Mercado, adoquinada, deja ver la típica arquitectura local, con casonas, soportales y edificios de ladrillo con entramados de madera.
Diferentes terrazas animan a tomar un vino antes de la cena e incluso, si aún está abierto, comprarlos para llevar en establecimientos como Casa Gorosabel (Puerta del Mercado, 37) donde adquirir numerosas referencias de la D.O. Toro, pero también quesos (especialmente recomendables los de Chillón, que se elaboran apenas a unos cientos de metros, en las afueras de Toro), legumbres, dulces típicos o chocolates.
Para degustar vinos excepcionales por copas, la mejor opción es La esquina de Colás (Pl. Mayor, 24), donde se puede pedir desde un Titán del Bendito 2018 (10 euros) a un Termanthia 2012 (36 euros) o un Teso La Monja 2015 (240 euros). Sí, la copa.
Atravesando la Plaza Mayor que preside la monumental fachada barroca del Ayuntamiento, levantado en 1778 y cuyo diseño fue realizado por el arquitecto real Ventura Rodríguez, llegamos a LaTinta y su agradable terraza para una cena de tapas y raciones con sabor local con clásico como los champis con su salsa secreta, croquetas, el pulpo con crema de AOVE, tierra de pimentón y patatas, el lagarto ibérico o la ensaladilla de mejillón, brotes de col china y pan wonton.
Ya de noche, merece la pena echar un primer vistazo a la magnífica Colegiata iluminada, que deja constancia del poderío de esta villa, una de las grandes capitales castellanas entre los siglos XII y XIX, donde nació el padre de Isabel la Católica, se redactaron las leyes de Toro que son las bases de nuestro actual derecho civil y donde está enterrada Beatriz de Portugal, entre otros hitos.
Y ya metidos en historia, nada como dormir en el Palacio Rejadorada (Calle Rejadorada, 11-13), una construcción del siglo XV también conocido como Palacio de Monroy y Casa Samaniego, y uno de los palacios con mayor valor histórico de la ciudad.
Aún hoy una reja teñida de dorada en la fachada habla de su pasado. Aquí vivía Antona García quien, en 1476 y estando la localidad bajo el poder de los portugueses, que reclamaban para Juana la Beltraneja el trono de Castilla, fue descubierta mientras impulsaba la sublevación contra los lusos con el fin de entregar la ciudad a los Reyes Católicos.
Descubierta la conspiración y apresados los cabecillas, Antona García fue ajusticiada ahorcada frente a la puerta de su casa y su cadáver colgado en la reja de su casa como escarmiento. Más adelante, ya liberada la ciudad de los portugueses, la reina Isabel mandó dorar la reja de su casa para que quedase en la memoria de los toresanos el valor y coraje de Antona.
Tras cinco siglos de vida, el palacio es hoy un hotel lleno de encanto con 15 habitaciones cuidadosamente restauradas manteniendo un estilo clásico y tradicional y tesoros en forma de artesonados, un patio renacentista o una bodega subterránea donde celebrar todo tipo de eventos.
Sábado en Toro
Conjunto histórico-artístico desde 1963, Toro reserva un buen atracón de patrimonio y arte. Cualquier ruta debe empezar con su Colegiata de Santa María la Mayor, del siglo XII, una magnífica construcción a caballo entre el románico y el gótico de la que destaca la Portada de la Majestad (siglo XIII), con 160 esculturas esculpidas en piedra que conservan su extraordinaria policromía original gracias a una prolongación posterior de la iglesia que las resguardó de las inclemencias meteorológicas.
Entre sus tesoros, destacan también pintura flamenca La Virgen de la Mosca y el Calvario barroco de marfil y carey, una pieza, por cierto, que a punto estuvo de hacer desaparecer el famoso ladrón de arte Erik el Belga.
Tampoco hay que perderse la subida a la torre: 138 escalones para alcanzar la parte más alta, con preciosas vistas a la ciudad y la vega del Duero, pero también al hermoso cimborrio con torres adosadas de la Colegiata. Durante la subida se pueden ver, además, una exposición dedicada a la construcción del templo, la sala del reloj y el cuerpo de campanas.
Muy curiosa también es el conjunto formado por el Teatro Latorre, de mediados del siglo XIX y de tipo isabelino, y la Plaza de Toros, la tercera más antigua de Castilla y León, inaugurada en 1828 y que conserva su estructura original en madera, con espacios como el Patio de Suertes o los chiqueros. Además de festejos taurinos, actualmente acoge espectáculos, conciertos y eventos en torno al vino, como la tradicional Fuente de Vino.
Precisamente esa tradición se explica en una de las bodegas históricas subterráneas abiertas a la visita (entrada conjunta con la Plaza de Toros).
Asentada toda la ciudad sobre este tipo de bodegas (se estima que suman alrededor de 300), desde principios de los dosmil se han restaurado algunas de las bodegas subterráneas de titularidad públicas, como las del Ayuntamiento, el palacio de los Condes de Requena, el palacio de Valparaíso, el antiguo Hospital y la de la Cámara Agraria, con varias naves que se suceden en diferentes niveles y espacios el lagar y la zona de producción perfectamente conservados.
Dónde comer en Toro
La gastronomía es otra de las poderosas razones para acercarse a Toro. Si buscas un buen lugar para comer, nuestra recomendación es el restaurante Doña Negra (Odreros, 10).
Regentado por el matrimonio formado por los argentinos César y Eliana, ofrece una carta sugerente con los mejores productos y recetas toresanas y toques de su tierra.
Rabo de toro al vino tinto, cecina, trilogía de bacalao, arroz a la zamorana con costra de cerdo (imprescindible), perdiz en escabeche y peras al vino o steak tartar con verdejo y perlas de aceite de oliva virgen extra son algunos de los platos estrella. Cuenta, además, con una excelente carta de vinos.
Arte mozárabe
Tras la comida, no hay que perderse el Alcázar, actualmente solo visitable desde el exterior, donde se encuentra el origen de la ciudad, en el siglo X, y donde tuvieron lugar a proclamación como rey de Fernando III o varias sesiones de cortes medievales. Delante, la escultura del verraco, de cuando Toro era una ciudad vaccea llamada Arbocala.
La visita sigue por la iglesia de San Lorenzo el Real, del siglo XII, uno de los mejores ejemplos del arte mudéjar de Castilla y León. La ciudad es, por cierto, un importante núcleo de este estilo artístico, visible también en la iglesia de San Salvador de los Caballeros, que perteneció a los Templarios, la iglesia del Santo Sepulcro, la ermita de Nuestra Señora de la Vega o San Pedro del Olmo.
Algo más alejado del centro, pero seguramente entre los mayores tesoros de Toro, el Real Monasterio de Sancti Spritus, de entre los siglos XIV y XVII, fundado por la Infanta portuguesa Teresa Gil y actualmente convertido en Museo Comarcal de Arte Sacro, que destaca especialmente por la cubierta morisca y el sepulcro en alabastro de la reina Beatriz de Portugal.
De vuelta al casco histórico, espera el Palacio de los Condes de Requena con sus dos hermosos patios renacentistas, uno completamente construido en madera, y el Hospital de la Cruz.
El balcón a la vega del Duero
Con la retina saturada de arte, toca degustar una copa de vino mientras se ve la vida pasar.
Además de las terrazas junto a la Plaza Mayor, como la del Café Imperial, siempre a rebosar, para obtener las mejores panorámicas de la vega del Duero (mejor si coincide con el atardecer) hay que dirigirse a la Taberna Malaspina, dentro del Hotel Juan II (Paseo Espolón, 1). Sus mesas en el exterior se asoman directamente al río y los campos de cultivo, allí donde se libró la famosa batalla de Toro entre las tropas de los Reyes Católicos y las de Alfonso V de Portugal y, donde cuentan orgullosos, se forjó la unidad nacional en 1476.
Las viñas de los mejores vinos de Toro
Dejamos para el último día ver cómo se elabora, in situ y en directo, el vino. Recién acabada la vendimia se abre un momento muy especial para conocer cómo serán los vinos que ahora inician su viaje desde las viñas hasta llegar finalmente a las botellas.
Para ello nos acercamos a Elías Mora, una bodega moderna en San Román de Hornija, entre los ríos Bajoz y Hornija donde, cuentan los que saben, se encuentran las mejores viñas de tinta de Toro.
Aquí se instaló hace 23 años su enóloga y propietaria Viki Benavides. Funcionaria en excedencia, tras trabajar en la Estación Enológica de Rueda y conocer de cerca todas las variedades y vinos de Castilla y León se lanzó a elaborar su propio vino.
Los inicios no fueron fáciles: a finales de los 90, con la zona de Ribera del Duero en plena pujanza, los viticultores buscaban grandes compradores a quienes vender su uva. También empezaban a resonar por la zona grandes nombres bodegueros como Vega Sicilia que vislumbraban el potencial de los vinos de Toro y comenzaban a tomar posiciones.
Cuando por fin consiguió sus primeras hectáreas bautizó su bodega con el nombre del viticultor que se las vendió, Elías Mora, del que también aprendió los secretos de las viñas, los terroirs, la climatología y las temporadas
Solo con tinta de Toro vendimiada a mano procedente de cepas viejas, todas plantadas en vaso y con edades entre los 30 y los 100 años, muchas supervivientes de la filoxera, Viki elabora excelentes vinos, una producción de 200.000 botellas anuales entre los que destaca su Elías Mora Crianza, con 12 meses en roble francés y americano, Don Daniel, procedente de pago de La Cañadica, o Descarte, fresco, vivo y muy diferentes a los clásicos vinos de Toro, una oda a la fruta fresca con un ataque potente.
La degustación de Elías Mora en una preciosa sala de catas con paredes de cristal que nos hace sentir directamente sobre las viñas, es el broche final a esta intensa escapada en Toro.