8 planes imprescindibles en Nueva York para no quedarse en el tópico
La Estatua de la Libertad, Central Park, un musical, el Empire State... hay lugares obligatorios en Nueva York, pero también propuestas originales para no quedarse con la cara más típica de la ciudad
Centro de la política y la economía mundial, lugar donde se cocinan las tendencias en moda, arquitectura, arte o entretenimiento que luego se replican en todo el planeta, omnipresente en el cine y la música, estimulante las 24 horas del día, Nueva York es uno de los grandes destinos turísticos del mundo.
Una ciudad inabarcable, dueña del más icónico skyline e símbolos que van desde edificios a museos, pasando por calles, parques y esculturas, hemos visto tanto Nueva York que al recorrer sus calles casi nos sentimos dentro de una película. Y, sin embargo, siempre se pueden descubrir nuevas caras de la urbe.
Empezando por sus distritos. Porque, aunque todos los viajeros hablan de Nueva York, la mayoría no patea más que Manhattan, uno de sus cinco barrios (los otros boroughs son el Bronx, Brooklyn, Queens y Staten Island). Y ni siquiera una semana basta para conocer a fondo la famosa isla en la que se concentran Central Park, Times Square, el Moma y los rascacielos más famosos.
Un centenar de museos, 40 teatros solo en Broadway, 19.000 restaurantes, miradores, atracciones en tierra, agua y aire y una agenda de actividades casi en cada calle abren un abanico de posibilidades tan grande que puede llegar a resultar frustrante.
A la vez, hay clásicos que nos encanta visitar, como la Estatua de la Libertad o los escaparates de la Quinta Avenida.
Por eso, tanto si es tu primera vez en Nueva York como si ya la conoces (cualquier momento es bueno para repetir, ahí estamos de acuerdo), hemos seleccionado los planes imprescindibles para descubrirla sin perderse nada pero sin quedarse en tópico.
La Estatua de la Libertad en crucero
Sí, es territorio de turisteo máximo, pero si hasta Chandler Bing se volvía loco en Friends con la Estatua de la Libertad no seremos nosotros quienes hagamos campaña en su contra.
Diseñada por Auguste Bartholdi y regalo de Francia al pueblo estadounidense en 1886 para conmemorar el centenario de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, está ubicada en Liberty Island al sur de Manhattan, muy cerca de la desembocadura del río Hudson.
La fórmula más común para visitarla pasa por tomar un ferry y, una vez en la isla, acceder al pedestal y la corona de la estatua, que son las zonas visitables, en una entrada conjunta con la isla de Ellis, por donde pasaron la cuarentena hasta 12 millones de inmigrantes que buscaban un futuro en el joven país.
Como alternativa, te proponemos un crucero especial, los de Classic Harbor Line, a bordo de veleros o pequeños yates que recuerdan a los barcos clásicos que surcaban las aguas de Nueva York en los últimos dos siglos.
Con salida en el muelle 62 de Chelsea, entre las opciones, nos quedamos con el recorrido centrado en la arquitectura de la ciudad. Con guía en español y diseñado junto a los expertos del American Institute of Architects New York Chapter (AIANY), el itinerario permite descubrir los edificios icónicos de Manhattan, desde los rascacielos art dèco a infraestructuras portuarias como el muelle 59 donde estaba previsto que atracase el Titanic (hoy un extravagante campo de golf sobre el río), el puente de Brooklyn y diseños recientes de afamados arquitectos como Frank Gehry o Renzo Piano.
También hay tiempo para descubrir huellas de españoles en la ciudad, como las de Santiago Calatrava, Jaume Plensa o, más desconocido, Rafael Guastavino, constructor de las famosas bóvedas de ladrillo en un sistema patentado por él en el Hall de Grand Central Terminal, el Oyster Bar, el Vanderbilt Hotel Bar o el Great Hall de Ellis Island.
Además, las explicaciones abordan otros interesantes aspectos como el hundimiento de la isla de Manhattan o los medios que la ciudad está poniendo para luchar contra el aumento del nivel del mar a través de diques de contención y otros sistemas.
Sabor italiano en El Bronx
Por Manhattan pasearás sí o sí así que, haznos caso y reserva un día para aventurarte en otro de los boroughs de Nueva York, concretamente El Bronx.
Separado de la isla de Manhattan por el río Harlem, se puede llegar fácilmente en tren, autobús, taxi, coche o metro (la conexión, en este último caso, es de 35 minutos).
Un barrio extenso y relacionado durante años con la delincuencia y marginalidad (hoy es tan seguro como cualquier otra zona de Nueva York), el lugar donde nació la cultura hip hop hace ahora 50 años, donde se alzan el estadio de los Yankees y el jardín botánico más grande de los EE UU, donde se encuentran las famosas escaleras del Joker y donde Robert de Niro ubicó el drama de mafiosos sicilianos y conflictos interraciales que es Una historia del Bronx, es también el hogar de una verdadera Little Italy.
Desaparecida la de Manhattan (engullida por el barrio chino), en torno a Arthur Avenue y su histórico mercado de abastos sigue viva la esencia de los descendientes de italianos que hicieron de este barrio su hogar.
Una buena manera para conocerlo es de la mano de Paul y Anthony Ramirez, que firman una suerte de experimento intercultural tan curioso como exitoso. Ellos, hijos de puertorriqueños, pueden atribuirse en gran medida el cambio de percepción del barrio gracias a su proyecto From the Bronx, empeñado en recuperar el orgullo y el sentimiento de pertenencia al Bronx a golpe de camisetas, tazas, pegatinas, gorras y la primera cerveza artesanal hecha íntegramente en el Bronx, la Bronx Little Italy Italian Pilsner.
La venden en The Bronx Beer Hall, su puesto del mercado de Arthurs Avenue, un punto para explorar los comercios y restaurantes más auténticos de Little Italy a través de un tour gastronómico que los propios Ramirez organizan con el fin de revitalizar la economía del barrio y dar a conocer sus tesoros.
Entre las paradas, Joe’s Italian Deli Mozzarella, donde comprar quesos, embutidos o aceites italianos o asistir a una masterclass de elaboración de mozzarella; Borgatti’s, donde desde 1935 se elaboran raviolis y tallarines de huevo; o Full Moon Pizza, para degustar, por slices, una de las pizzas más ricas de Little Italy desde hace 50 años.
Calabria Pork Store y sus embutidos, el almacén Teitel Brothers, donde adquirir cualquier cosa imaginable que tenga raíz italiana, Cosenza’s Fish Market donde comprar o degustar in situ ostras, almejas o gambas, o la centenaria Madonia Bakery, donde hacerse con pan, cookies, o deliciosos cannoli sicilianos, son otros de los establecimientos para conocer en esta sabrosa ruta.
El Empire State (y otros miradores alternativos)
Difícil abstraerse al encanto de uno de los edificios más icónicos del mundo y que sigue siendo, con sus 443 metros y casi 100 años después de su construcción, uno de los rascacielos más altos de Nueva York, concretamente el tercero, solo por detrás del One World Trade Center y Central Park Tower.
Subir al mirador del Empire State Building es casi un viaje en el tiempo, gracias a su puesta en escena con detalles que nos llevan a la época de su construcción y las exposiciones que explican la historia del edificio, así como su importancia para la cultura pop.
Aunque, si lo que quieres es ver este edificio en todo su esplendor, quizás sea mejor decantarse por otros miradores, como el del Summit One Vanderbilt, uno de los más recientes, y que suma a sus excelentes vistas, tanto al Empire State Building como al Chrysler, una experiencia inmersiva que juega con perspectivas y reflejos con sus suelos transparentes y cientos de espejos que confunden la percepción hasta el punto hacernos creer flotando.
En pleno Midtown Manhattan y del edificio de 427 metros de altura, este mirador diseñado por el estudio noruego Snøhetta juega con el vértigo desde sus plataformas transparentes que cuelgan a 324 metros de altura sobre Madison Avenue y estimula la imaginación (y alimenta Instagram) con salas con globos de colores, instalaciones de la artista Yayoi Kusama y Kenzo o la terraza exterior que ofrece vistas sin interrupciones que alcanzan hasta 80 millas (128 km).
Totalmente diferente en la experiencia que se ofrece en The Edge, el mirador en el número 30 de Hudson Yards. Ubicado en el piso 100 del rascacielos, se trata de la plataforma de observación al aire libre más grande y más alta del hemisferio occidental a 344,7 metros desde donde ofrece vistas 360 grados del skyline de Nueva York.
Un escalón por encima en cuanto a vértigo y adrenalina está la experiencia CityClimb, en la que literalmente se escalan los últimos metros del edificio por el exterior para llegar a una plataforma a 365,7 metros de altura donde quedar suspendidos, sin barandillas o paredes, de un arnés directamente sobre la ciudad. Simplemente brutal.
Un musical (y un restaurante con camareros-cantantes)
Broadway, la avenida norte-sur más antigua de Nueva York, representa, en su segmento en Manhattan, el corazón de la industria del teatro estadounidense.
En sus 41 teatros se representan los musicales más exitosos del mundo, desde New York New York y El Rey León a Wicked, Moulin Rouge, Chicago, MJ El Musical (de Michael Jackson) o Harry Potter, con montajes extraordinarios que llevan años conquistando al público.
Toda la oferta (y la compra de entradas) está centralizada en la web Broadway Collection.
Pero si no has sacado entradas o te apetece probar una experiencia diferente en Broadway tienes que dirigirte a Ellen’s Stardust Diner (1650 Broadway).
Inspirado en el clásico diner americano como mobiliario retro y recuerdos relacionados con el mundo del teatro, es una mezcla de espectáculo y restaurante donde los camareros son aspirantes a Broadway.
Así, no te extrañe si, mientras te sirven la cena, se suban a alguna mesa y se pongan a cantar alguno de los grandes éxitos de las obras más conocidas (con micrófono y toda la pasión de la que son capaces).
El lugar se jacta de que actores como Brandon Ellis, Eric Michael Krop, Stephen Tyler Davis y Alysha Umphress (Shirley) comenzaran sus carreras como camareros-cantantes aquí.
En cuanto a la cena, la carta gira en torno a ensaladas, sándwiches y hamburguesas, todo de razonable buena calidad. Mención especial merecen sus patatas en forma de rejilla que se sirven como guarnición: están buenísimas.
Un museo que no conocías (y muchas galerías gratis)
La oferta en cuanto a museos va directa a la categoría de inabarcable si no vives una buena temporada en Nueva York. Además del Moma, el Met, el Guggenheim o el nuevo Museo de Broadway hay decenas de museos en todos los barrios, algunos tan curiosos como el Tenement Museum, que recuerda la vida de los inmigrantes del siglo XIX, el Museum of the Moving Image en Queens sobre la historia de las pantallas o The Cloisters, que contiene fragmentos reales de abadías y de claustros europeos.
Seguro que ya has visto (si no has estado te sonará de películas como Una noche en el museo), el Museo Americano de Historia Natural. Pero seguramente no conoces su reciente ampliación: el Centro Richard Gilder para la Ciencia, Educación e Innovación.
De arquitectura orgánica e inspirado en una caverna, el diseño del Studio Gang es un nuevo edificio plagado de formas curvas y recovecos que rinde homenaje a las formaciones geológicas modeladas por el flujo de las fuerzas naturales, como el viento, el agua y el tiempo.
Con 21.000 m2 y 5 plantas, este nuevo espacio invita a explorar las relaciones entre las especies que componen la vida en la Tierra, pero también las conexiones entre las colecciones del museo (sobre paleontología, geología, antropología, arqueología y biología), además de acoger iniciativas pioneras de investigación y programas educativos.
Además, el edificio incluye un gigantesco insectario y un vivero de mariposas, así como una experiencia inmersiva llamada Mundos invisibles que nos propone un viaje virtual desde el mundo desde las profundidades de los océanos hasta el funcionamiento de nuestro propio cerebro.
Hablábamos de un centenar de museos en Nueva York, una cifra que no tiene en cuenta las decenas de galerías que existen en la ciudad. El barrio de Chelsea es un buen lugar para descubrir este mundillo, con unos 200 espacios de este tipo, entre ellas la Galería David Zwirner (525 W. 19th St.).
Totalmente gratuito, merece la pena dedicarle un par de horas a descubrir las propuestas del famoso marchante de arte, ya que siempre encontrarás algo interesante.
Además, la zona de Chelsea es siempre una buena idea, con sus cafés, bares y restaurantes y buenas direcciones para las compras.
Un picnic en Central Park
Central Park es otro de los lugares que no podemos (ni queremos) evitar. Este pintoresco oasis en Manhattan que comienza en la calle 59 y corre de este a oeste desde la Quinta Avenida hasta la calle 110 alberga zoo, carrusel, pista de patinaje, el Jardín del Conservatorio y el Castillo de Belvedere, además de senderos sinuosos, estanques, puentes, árboles, monumentos y esculturas de todo tipo, desde la dedicada a Alicia en el País de las Maravillas a la de Balto, el perro que contribuyó a detener una epidemia en Alaska.
Para descubrirlo es buena idea alquilar una bicicleta o un bote de remos o, menos cansado, disfrutar de un picnic sobre el césped. Hay hoteles, como el NH Collection Madison Avenue York que, a través del equipo de Guest Relations te lo organizan con todo detalle, desde la mantita a cuadros hasta el pan recién horneado, aceitunas, embutidos, quesos y sándwiches.
También puedes encargarlo directamente en Perfect Picnic NYC y recogerlo antes de entrar en el parque.
Un paseo por High Line
Sin duda imprescindible es también el paseo por High Line, un parque y un sendero elevado construido sobre los raíles de una histórica vía ferroviaria que va desde Hudson Yards hasta el extremo norte de Chelsea.
Hoy cuesta creer que los trenes de carga de la línea East Side Line de la compañía de ferrocarriles New York Central Railroad pasasen alguna vez tan cerca de las ventanas de los edificios del West Side de Manhattan.
Sin embargo, cuando cesó su actividad en la década de los ochenta, fueron los propios residentes del vecindario quienes se organizaron para que la estructura no fuera demolida sino que se reconvirtiese, lo que dio lugar a un espacio público abierto a la naturaleza, el arte y el diseño.
De 2,33 km de longitud (una media hora caminando), el proyecto fue realizado por el estudio de arquitectura Diller Scofidio + Renfro junto a Piet Oudolf y James Corner Field Operations y aúna una vegetación de apariencia silvestre con instalaciones de arte al aire libre y buenas vistas del skyline de Nueva York.
También permite echar algún que otro vistazo a los lujosos edificios residenciales de la zona de Meatpacking District, algunos de ellos firmados por arquitectos como Zaha Hadid.
Y, ya que estás en la zona, no dejes de echar un vistazo, una vez terminado el paseo, a Little Island, otro original parque, en este caso construido sobre 132 pilotes de hormigón que flota sobre el Hudson.
The Morgan Library: una biblioteca que no es como las demás
Puede que visitar una biblioteca no esté en las primeras posiciones de tu lista de cosas que hacer en Nueva York (ni en las últimas). Pero si te atreves a dejarte caer por The Morgan Library & Museum acabarás convencido de que ha valido la pena.
Ajena a cualquier aglomeración, y eso que desde el reciente éxito del libro La coleccionista de Marie Benedict y Victoria Christopher Murray inspirada en la historia real de la bibliotecaria Belle da Costa Greene, se produjo un boom de visitas, la biblioteca es en realidad la residencia privada del magnate financiero John Pierpont Morgan en el corazón de Manhattan, en Madison Avenue.
Coleccionista de todo lo que se pudiera coleccionar, Morgan contaba ya en 1890 con un ingente conjunto de piezas que incluía manuscritos originales, primeras impresiones, dibujos y grabados, así como pinturas, esculturas y muebles.
Para albergarlo, Charles McKim diseñó una ampliación de su residencia que tomó forma en una suerte de palacio renacentista con columnas de mármol, bóvedas y leones de piedra.
En 1924, el hijo de J.P. Morgan transformó a la biblioteca en una fundación y se abrió al público, permitiéndonos así maravillarnos con los manuscritos originales de Walter Scott, Honoré de Balzac, Bob Dylan, Charlotte Brontë o Charles Dickens y otros autores, rarezas como el pergamino Vindel del siglo XIII, la única copia existente con la música de cantigas del trovador Martín Códax, o tres biblias de Gutenberg.
También entre sus fondos hay una importante cantidad de grabados, impresiones y dibujos de artistas europeos como Leonardo da Vinci, Rembrandt, Miguel Ángel, Rubens, Durero y Picasso.
En 2006 el conjunto se amplió de nuevo, ahora con la firma del Pritzker de arquitectura Renzo Piano.