Templarios, un papa en sus trece y calas secretas en Peñíscola
Sus playas y la silueta del castillo construido por los templarios y luego ocupado por el Papa Luna son sus imágenes más famosas, pero esta ciudad de Castellón tiene más atractivos por conocer
Es un destino de playa, de hecho, uno de los más populares de Castellón, y luce orgulloso el lema de #ciudadenelmar. Sin embargo, más allá de su fantástica playa Norte y sus 5 kilómetros de arena dorada que se destaca, como en una perfecta postal, contra la silueta de un castillo encaramado en una diminuta península, y de sus calas secretas al sur, Peñíscola tiene mucho más que ofrecer.
Ecos templarios resuenan en esta localidad al norte de la Comunidad Valenciana y de poco más de 8.000 habitantes, adormecida durante el invierno y que comienza a desperezarse con la llegada de la primavera y la apertura de la mayor parte de sus hoteles y restaurantes. Este año, además, con el estreno del que será el mayor laberinto de España.
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El castillo del Papa Luna
Porque antes de ser un famoso destino de vacaciones, en la zona que hoy ocupa Peñíscola se asentaron iberos y fenicios, romanos y árabes, entre ellos el Rey Lobo, Muhámmad ibn Mardanix.
Tras la reconquista, fue la Orden del Temple quien se hizo fuerte en la zona, donde levantó un castillo sobre los restos de una alcazaba musulmana, el mismo escogido un siglo después, en 1411, por el papa Benedicto XIII, que ha pasado a la historia como el Papa Luna, para refugiarse con su corte, en pleno Cisma de Occidente.
Esta circunstancia hace que Peñíscola sea, junto a Avignon y Roma, las tres únicas ciudades ‘Sede Pontificia’ de la historia. También que el nombre de Papa Luna se siga viendo en las calles de la localidad, dando nombre a avenidas y hoteles.
La fortaleza es la primera parada de esta ruta. En lo alto de un peñón, se alza 64 metros sobre el azul del mar, en una península unida apenas por un cordón de tierra. Antes de alcanzar el castillo, hay que atravesar las murallas, construidas en diversas épocas, y franquear alguna de sus tres puertas: la de Sant Pere, el Portal Fosc y la de Santa María.
Una vez dentro, se descubre un espacio gótico y muy austero que nos hace viajar en el tiempo a la época en que los caballeros templarios dominaban las tierras del Maestrazgo e imaginar a estos monjes-guerreros en estancias el zaguán, las caballerizas, el cuerpo de guardia, las mazmorras, el aljibe o el patio de armas, desde el que se accede a las dependencias pontificias.
La figura de Pedro de Luna, que tomó el nombre de Benedicto XIII aunque fue más conocido como el Papa Luna (mientras que de su obstinación en mantener su papel de papa ha pasado a la historia la frase de ‘mantenerse en sus trece’), se hace fuerte en esta zona del castillo, con las leyendas en torno al pontífice que llegó a ser excomulgado y desterrado.
Rugidos del mar y casas cubiertas de conchas
En el Parque de Artillería tenemos la siguiente parada: desde aquí, un antiguo conjunto de estructuras militares que incluye un polvorín, entre palmeras, olivos, lavandas y otras plantas y flores locales, se puede observar toda la bahía de Peñíscola, pero también las callecitas estrechas que se precipitan hacia abajo, tan características de Peñíscola con sus casas blancas de sencia medieval, hoy ocupadas por tienditas y pequeños restaurantes diminutos, así como rincones llenos de encanto.
Si seguimos bajando llegaremos a la plaza de Santa María, donde se ubica una de las puertas al recinto amurallado, del mismo nombre, construido en 1754 y con vistas al mar.
Desde aquí hay que encaminarse al Bufador, una gran brecha entre las rocas por donde se escucha el rugido del mar y por donde, según se dice, el Mediterráneo ‘respira’ en los días de temporal.
También interesantes son el Museo del Mar, dedicado al patrimonio marinero de la ciudad, y la Casa de las Conchas, una vivienda de ventanas arabescas y fachada totalmente recubierta por conchas construida, a mediados de siglo XX, por la que puede considerarse la primera guía turística de Peñíscola (de hecho, alojó también la primera tienda local de souvenirs).
Una ciudad de cine
El paseo acaba en el faro, edificado en 1892, desde donde también se obtiene una buena panorámica.
Seguramente a todos estas atalayas se asomarían, en busca de localizaciones, los responsables de películas como Calabuch (1956) de Luis García Berlanga, El Cid (1969) de Anthony Mann con Charlton Heston y Sophia Loren, además de alrededor de 2.000 figurantes, entre ellos casi todos los vecinos de Peñíscola, o París Tombuctú (1999) donde García Berlanga se rendía de nuevo a la belleza de la ciudad y mostraba a Concha Velasco encabezando un desfile de Moros y Cristianos por la playa sur.
El idilio de Peñíscola con las pantallas ha continuado a través de las series, con apariciones en algunas tan conocidas como El Ministerio del Tiempo, Juego de Tronos o El chiringuito de Pepe, que se grabó aquí en su totalidad.
Rutas por la playa y la sierra
Ya hemos hablado de la Playa Norte, la gran protagonista de Peñíscola en vacaciones, un arenal cerrado en uno de sus extremos por el espectacular castillo del papa Luna y con todas las certificaciones posibles (bandera Azul, Q del Instituto para la Calidad para el Turismo de España, verde de AENOR y Qualitur de la Agencia Valenciana de Turisme).
Al otro lado, cerca del puerto puesto pesquero y también bajo la sombra de la fortaleza, la playa Sur, de arena fina y alrededor de 300 m de longitud y 35 m de anchura, a la que sigue la tranquila playa de las Viudas.
Pero no hemos venido (solo) a la playa. Por eso toca descubrir un pequeño tesoro natural, un paisaje donde se funden mar y montaña y uno de los pocos tramos totalmente vírgenes del litoral valenciano: la Sierra de Irta.
Entre Alcalà de Xivert, Santa Magdalena de Pulpis y Peñíscola se extiende este paraje, protegido desde 2002 como el Parque Natural y Reserva Marina de la Sierra de Irta y que atesora, además de 15 km de fachada litoral, acantilados, calas escondidas, fauna y vegetación típicamente mediterráneas.
Tras contemplar la torre Badum, podemos parar a darnos un chapuzón en alguna playa de arena, como la del Pebret o la del Russo, o bien en calas de guijarros con aguas transparentes sobre fondos de posidonia como la Cala Argilaga o la Cala Mundina.
Existe una buena red de senderos para patear o recorrer en bici de montaña la Sierra de Irta, como las sendas de la Mola, Vistalegre o del Pebret.