Ya se nota la brisa fresca de Venezuela
Cierro los ojos y noto el aire salado del Caribe en la cara. Me llega como un olor rancio, a chándal de militar, con los colores de la bandera, que debe ser el uniforme civil de quienes salen a hacer deporte por el bien de todos los suyos. Son líderes que se sacrifican porque entienden la democracia como un ejercicio de alto riesgo para sus ansias de poder, que a fin de cuentas es lo que le importa a él y a los que viven a su sombra. Así que cualquiera que cuestione su legitimidad desde la aplicación de la ley será un enemigo del “progreso”.
Democracia, Estado de derecho, separación de poderes… Son conceptos del pasado. De cuando no había cambio climático. De cuando el aire del Caribe chocaba con el anticiclón de las Azores (es un decir) y se quedaba lejos, desvanecido en medio del Atlántico. Pero ahora ha salvado todos los obstáculos y lo tenemos entre nosotros, sometiendo la política y la vida de los españoles a unas temperaturas sofocantes, absolutamente inusuales para esta época de nuestra historia.
Venezuela ya está aquí
Venezuela ya está aquí. Y nos trae un anglicismo que sirve para certificar la muerte del Estado de derecho: “lawfare”. Que no es otra cosa que asegurar que los jueces son culpables del acoso y persecución ilegal de Puigdemont y toda su tropa separatista. Que los golpistas son inocentes y que los culpables son aquellos que se atrevieron a sentarlos en el banquillo de los acusados judicializando algo que tenía que haber resuelto la política.
La brisa caribeña y su particular forma de entender la democracia nos trae el recuerdo de muchos jueces depurados, perseguidos, que acabaron en el exilio o en la cárcel. Personajes molestos que cuestionaban la legalidad de las acciones del amado líder de turno.
Y para evitar esos inconvenientes y la desagradable decisión de “apartar” a los jueces que se resisten, nada mejor que crear la figura de un “relator” que nos cuente la verdad de cuanto nos pasa y nos pasará. Seremos, gracias al cambio político-climático, la república platanera del sur de Europa. Bueno, menos Cataluña, que según el acuerdo alcanzado de manera bilateral entre el Gobierno de Pedro Sánchez y el “Gobierno catalán en el exilio”, volverá a recuperar las empresas que huyeron durante el procés. Y todas esas empresas volverán por decreto a Cataluña, aun con la amenaza de celebración de un nuevo referéndum de independencia. Y si no, ya saben, “¡nacionalícese!”
La inseguridad jurídica no suele ser una buena carta de presentación en el mundo de las inversiones
Desde Europa observan con curiosidad nuestro cambio político-climático. Ese aire antillano que nos confiere ya un aspecto de país de poco fiar. Las asociaciones judiciales españolas, tanto las progresistas como las conservadoras, protestan y se resisten a este abordaje judicial organizado en Bruselas. Lo del “lawfare” parece que no les hace mucha gracia y las cuatro asociaciones denuncian al unísono el peligro que supone que sea el poder político el que determine la acción de la justicia. La inseguridad jurídica no suele ser una buena carta de presentación en el mundo de las inversiones.
Pedro Sánchez paga un alto precio por el apoyo de los nacionalistas. Una especie de cheque en blanco que le hipotecará a él y a todo el país lo que dure esta legislatura. La oposición pone ahora todas sus esperanzas en Europa y en la calle. En Bruselas porque todavía cabe la posibilidad de poner freno a un desgobierno de “progreso” que divide peligrosamente a la sociedad española y puede generar una inestabilidad que casi nadie quiere. Y en la calle porque es la única opción de mostrar fuera de nuestras fronteras el descontento popular de una manera firme y serena.
Existen acuerdos, sociedades y pactos que empiezan bien y acaban en tragedia. No sería de extrañar que lo firmado por Sánchez y Puigdemont termine, políticamente hablando y, ya que estamos con ritmos caribeños, como la salsa de “Pedro Navaja”.
Quien a hierro mata, a hierro termina.