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El votante del PSOE nunca camina solo 

Parece que Pedro Sánchez ha dado con la fórmula para perpetuarse en el poder. Gobernar es otra cosa. Ha conseguido los ingredientes de la pócima mágica que le va a permitir seguir en la Moncloa aun habiendo perdido las elecciones. Este bebedizo va a conseguir que la nueva versión del Frankenstein “progresista” salga de la próxima sesión de investidura, como el Aston Martin de Fernando Alonso cuando se pone el semáforo verde.

Dos ingredientes

Dos son los elementos que entran en la reacción química que obran el “milagro”: Por un lado, está la capacidad de aunar a todos los enemigos del actual orden constitucional. Una lista de perdedores formada por independentistas, ultranacionalistas, comunistas y prófugos de la justicia dispuestos a repartirse el botín. Hasta aquí nada nuevo. Ya hemos dicho en anteriores ocasiones que Alí Babá también fue capaz de juntar a 40 y que yo sepa nunca fue alardeando, como Sánchez, de hacer de la necesidad virtud. 

Lo que más llama la atención de la fórmula política del líder socialista es el segundo ingrediente, el que aporta su propio partido o, mejor dicho, el que ponen los votantes del PSOE. Resulta obvio que sin los 121 diputados que tiene en la actualidad, Sánchez no podría repetir como presidente del Gobierno. Perdió las últimas elecciones generales, cierto, porque las ganó el PP, pero nada más terminar el recuento de votos, escaño arriba, escaño abajo, se dieron cuenta de inmediato de que la fórmula había hecho su efecto y que el fortín de la Moncloa volvía a ser la aldea gala de Astérix y Obélix.

Electorado fiel

El secreto radica en convencer al electorado fiel de que nada, absolutamente nada, puede ser peor para sus intereses que un Gobierno de la derecha junto con – en esto hay que insistir mucho para que la fórmula funcione- la abominable ultraderecha. 

Ni los pactos con Bildu, las promesas incumplidas, la ocultación de datos, los indultos, las leyes fallidas como el “solo sí es sí”, la ocupación partidista de las instituciones del Estado, una economía en declive, el caso Tito Berni, la entrega del Sahara… Nada puede superar la catastrófica posibilidad de tener un Gobierno de la derecha con, hay que insistir, la ultraderecha. Lo dejó claro Pedro Sánchez en el último comité federal del PSOE cuando anunció que el precio a pagar para gobernar es la amnistía para los implicados, condenados y perseguidos por los delitos de malversación y sedición en Cataluña. “Hay que hacer de la necesidad, virtud”, dijo, en medio de un atronador aplauso. Cargarse el Estado de Derecho para evitar que llegue a gobernar la derecha y se cargue el Estado de Derecho. Ovación cerrada. 

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante el acto de cierre de campaña que los socialistas celebraron en el auditorio parque forestal Entrevias. EFE/Fernando Villar
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante el acto de cierre de campaña que los socialistas celebraron en el auditorio parque forestal Entrevias. EFE/Fernando Villar

El gran éxito de Pedro Sánchez es haber llenado España de Migueles Rellanes. Ya saben, el veterano actor que reconoció que la amnistía no le gustaba, pero que puestos a elegir entre un Gobierno como el de Franco, que no contrata sus obras, y la amnistía, se quedaba con esta última.

Es la “superioridad moral” del clientelismo que el Gobierno de Sánchez ha hecho proliferar en nuestro país. Subvenciones, ayudas, paguitas, medios comprados, servidumbres de todo tipo que configuran un electorado tan beligerante con la derecha como manso y acrítico con la izquierda. Un electorado que acepta la foto de Bruselas del número 3 del PSOE, Santos Cerdán, con el fugitivo Carles Puigdemont porque sabe que aunque es una vergüenza, siempre será mejor para sus intereses que un Gobierno de Núñez Feijóo.  

Consejo General del Poder Judicial

El votante del PSOE nunca camina solo. Cualquier momento de duda, cualquier  flaqueza argumental, el más mínimo titubeo moral, recibe enseguida la dosis de doctrina precisa de cualquier medio del régimen para que nadie desfallezca. Quien diga que se pone en cuestión el Estado de Derecho es un exagerado al servicio de la derecha corrupta.

Lo veremos en breve cuando los medios afines al Gobierno carguen contra los ocho vocales del Consejo General del Poder Judicial, nombrados por el PP, que han pedido la celebración de un pleno extraordinario cuestionando la futura amnistía. Se pondrá en duda la independencia de estos vocales con tanta intensidad como se guardará silencio respecto de la afinidad política con el PSOE, de los nombramientos hechos por el Gobierno al frente del Tribunal Constitucional o la Fiscalía General del Estado, entre otros. 

Si el Partido Popular quiere revertir esta situación, deberá pensar en los errores cometidos, en las estrategias fallidas y las equivocaciones que hábilmente ha aprovechado Pedro Sánchez para componer su fórmula de éxito: convencer a los suyos de que nada, absolutamente nada, puede ser peor para ellos y sus intereses que un Gobierno de la derecha. Y la ultraderecha

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