Europa nos manda dinero y nosotros subsaharianos
Muchos de los inmigrantes subsaharianos que han llegado estos días en cayuco a Canarias aparecerán en unas semanas en los alrededores de Irún para intentar cruzar la frontera hacia Francia. Conocer la cifra con exactitud es muy difícil, haría falta que el Gobierno dejara de ser opaco también en esta materia, así que debemos fiarnos exclusivamente de los datos que ofrecen las redes de acogida y las ONG del País Vasco que trabajan en la zona.
Los centros públicos de ayuda de la ciudad fronteriza calcularon en más de 8.000 los irregulares que fueron atendidos en 2021. De ellos, el 87% había llegado por la ruta que lleva a las Canarias. A este número hay que añadir el dato desconocido de todos los que cruzaron al otro lado del río Bidasoa sin dejar constancia de su paso en ningún centro, lo que elevaría la cifra a muchos más.
La mayor parte de los subsaharianos que llegan a Canarias en cayuco procede de países que han sido antiguas colonias de habla francesa y en menor medida inglesa, con amplias comunidades ya instaladas desde hace varias generaciones en países como Francia, Bélgica, Luxemburgo, Alemania o Italia. Existe una tradición de acogida entre los nacionales de esos países que cuentan con redes que contactan primero en origen y reciben después a los recién llegados.
Por eso, para muchos de los inmigrantes que acaban de aterrizar en la Península, posiblemente para la mayoría, el destino final del viaje está mucho más al norte. Así que la estancia en España se limitará en muchos casos a recuperar fuerzas, comunicar telefónicamente con sus familias en África, luego con sus contactos en Europa y posteriormente conseguir algo de dinero para seguir el viaje.
El Aquarius
El Gobierno de España lo sabe y actúa en consecuencia. Quien montó el “show” buenista de recibir al ”Aquarius” en el puerto de Valencia no puede ahora dar a sus votantes una imagen de dureza y férreo control de nuestras fronteras. Así que acoge sin problema a todos cuantos llegan de manera irregular; les atiende con ropa, alimentos, móviles, dinero y alojamiento en buenos hoteles y se procura así que la alarma social se limite a la indignación de quienes serán tachados de xenófobos y racistas si se oponen a estas medidas. Ni siquiera se avisa a las comunidades autónomas a las que se traslada a estos inmigrantes. Hay que procurar que pasen por nuestro país como fantasmas en la noche y que crucen el río Bidasoa o cualquier paso de los Pirineos y se vayan como han venido, con viento fresco.
Pero no siempre es tan sencillo. Porque desde 2015, tras los atentados islamistas en Francia, la policía de ese país lleva a cabo estrictos controles fronterizos que incumplen en muchos casos los acuerdos de Schengen. Hay unidades de vigilancia permanentes, pero también selectivas y móviles, que paran autobuses y “persiguen” a los subsaharianos, que en muchos casos son devueltos a España “en caliente”.
La desesperación por pasar a Francia y el desconocimiento de la zona han hecho que muchos viajes acabaran en tragedia. En el último año y medio, nueve inmigrantes han muerto ahogados tratando de atravesar el río Bidasoa. Una broma macabra del destino para quienes antes habían cruzado más de 1.200 kilómetros en el mar.
Algunos de los recién llegados a Canarias se quedarán en España, es verdad, y seguirá creciendo el número de inmigrantes irregulares en nuestro país. Pero teniendo en cuenta los problemas con el idioma, el alto índice de paro y las dificultades de encontrar un trabajo digno, estamos lejos de ser el destino más atractivo para la inmigración en comparación con los países de nuestro entorno.
Nada que ver con la situación que se vive en Alemania, que ha llevado a su canciller, Olaf Scholz, a anunciar deportaciones a gran escala. Es lo que tiene ser un país rico del norte. Tienes que ayudar solidariamente a los del sur mandándoles dinero y quedándote con los inmigrantes que buscan la Europa de la opulencia.