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Greenpeace, una religión ecologista y un Micro-Estado sin división de poderes  

En primer lugar, una vocación sectaria que se percibe en el adoctrinamiento de unos adeptos que obedecen las consignas y doctrinas de unos maestros que gozan de un poder absoluto dentro del grupo. En segundo lugar, un milenarismo –también, restauracionismo- que remite a la llamada revuelta de los bienaventurados que conducirá al Paraíso y el Edén. En tercer lugar, la obsesión por la recaudación monetaria y el poder.     

El origen y los maestros fundadores   

En 1971, a la manera del mito originario –las hazañas de los hombres notables que acaban deificados en el altar-, un grupo de valientes activistas antinucleares canadienses embarcaron en el viejo pesquero Phyllis Cormarck para protestar contra las pruebas nucleares de Estados Unidos en la zona de Alaska. Este viaje, menos accidentado que el de Ulises, con aires de la Santa María de Cristóbal Colón  o el Granma de Fidel Castro, marca el inicio -“espontáneo”, dicen- de un Greenpeace que descubre un nuevo horizonte –“queremos paz y queremos que sea verde”, dicen- y un nuevo -“un viaje por la vida y la paz”, dicen- objetivo de la humanidad.   

El mito originario de Greenpeace pertenecería a la denominada “mitología creativa” que es, a un tiempo, biológica y metafísica. Biológica, porque crea una comunidad de creyentes. Metafísica, porque invita a la reflexión sobre el ser y el estar del hombre en la tierra. Una mitología creativa que impulsa el surgimiento de un Profeta capaz de salvar –siglo XXI- el planeta y la humanidad. Martin Heidegger: “la única posibilidad de salvación la veo en que preparemos… una disposición para la aparición del dios”. El Dios/Profeta ya apareció en las últimas décadas del siglo XX: Greenpeace.    

La militancia y el proselitismo 

La militancia -que responde al nombre de “voluntariado”- es el “alma y motor” de la organización. Una militancia –el sectarismo siempre adula a sus miembros- con “voluntad y convicción” que “ha decidido actuar para proteger nuestro planeta”. Una militancia que surge del proselitismo de la organización: “¡Sé parte del voluntariado de Greenpeace!”, “charlas de concienciación en carpas o en colegios”, “campañas globales”, “sensibilización y movilización ciudadana”, “encuentra tu grupo local más cercano”, “informar, inspirar y concienciar a otras personas sobre las campañas de Greenpeace”.  

En definitiva, una militancia y un proselitismo que “llena de energía y creatividad” y “trabaja en equipo para lograr un mundo verde y en paz”. Todo ello -¿quién resiste la tentación?- para “proteger el planeta (¡y además pasarlo bien!)”. Un Greenpeace que acaba siendo una fe o una religión que está presente en 55 países de Europa, América, Asía, África y el Pacífico, con un total de 3,2 millones de creyentes, de los cuales 147.644 están en España.  

La obediencia debida 

Un crescendo que culmina –obediencia debida- con un “haz incidencia [apostolado] política en tu municipio, únete a nuestra red de incidentes [creyentes] para hacer lobby y ayuda a ganar campañas”.  

Protesta de Alianza por el Clima, Fridays for Future-Juventud por el Clima y otras organizaciones medioambientales en Madrid. EFE/ Rodrigo Jiménez

Al respecto, hay que añadir que, aquí y allí, en cualquier lugar, existe una Red de Incidentes Políticos de Greenpeace que “es vital para la consecución de cambios y victorias”. Cosa que suena a los Comités de Defensa de la Revolución de la Cuba castrista. Una incidencia que, en este caso y coyuntura, ha de “presionar a los políticos locales, hablándoles de las campañas de Greenpeace y de las soluciones a las crisis del clima y la naturaleza”. Y no te olvides de los “coles x Greenpeace”. ¡Qué guay!  

Sigue el proselitismo asfixiante y aparecen los asaltos  

Un proselitismo asfixiante que ordena a sus adeptos –del militante al adepto- un rotundo “organiza y participa en ferias, talleres o festivales para hacer llegar nuestras propuestas al resto de la sociedad”.Una orden que debe materializarse “organizando cinefórum”, “montando un puesto en una fiesta local”, “hablando con la gente sobre soluciones a los problemas medioambientales”, “talleres para dar un segundo uso a objetos desgastados”. Todo ello, “pasando un par de horas, un sábado por la tarde en la calle, recogiendo firmas”.   

Si muchos fieles religiosos predican con su palabra y ejemplo, paciente e insistentemente, los “incidentes” o voluntarios de Greenpeace –con prácticas agresivas y a veces carnavalescas: Greenpeace es también una multinacional del espectáculo- predican afanosamente. Incordian, aunque nunca falta la sonrisa cargada de aire de superioridad. Cosa habitual en quienes están en posesión de la verdad y se irritan cuando alguien se atreve a criticar unas prácticas –asalto de fachadas, tejados de viviendas particulares de políticos, hoteles, plataformas petroleras, fábricas de automóviles, barcos, granjas o centrales nucleares con sus lanchas neumáticas y su helicóptero espía: es el caso de Greenpeace– impropias de la democracia.

También se irritan cuando se pone en cuestión su doctrina que consideran irrefutable por definición. El autoritarismo de Greenpeace –por encima del bien y del mal- siempre tiene razón. Greenpeace es una suerte de Micro-Estado en donde la división de poderes ha desaparecido.      

El Paraíso y el Edén  

Greenpece transmite la Verdad y la Acción: “es completamente necesario que la ciudadanía tome conciencia de las injusticias y denuncie a criminales medioambientales para desafiar al gobierno y a las empresas cuando fallan en el cumplimiento de su mandato de salvaguardar nuestro entorno y nuestro futuro”. Greenpeace tiene la mala costumbre de dictaminar lo que es injusto, de denunciar –incluso, “juzgar” y “condenar”- a los criminales y de desafiar al gobierno. ¿Por qué? Porque, es Greenpeace. Porque –como cualquier religión-, promete llevarnos al reino de los cielos.  

Greenpeace despliegan un lienzo gigante realizado por el artista chileno Caiozzama. EFE/ Alberto Valdés

Es el retorno al Paraíso –“una tierra de árboles hermosos en el centro del jardín del árbol de la vida y el árbol del conocimiento del bien y el mal y un río brotaba del Edén”, se puede leer en el Génesis- para estrenar un nuevo tiempo.       

Money, money, money 

Y en la Tierra, para llegar al Cielo, hace falta dinero. El dinero religiosamente obtenido por otras confesiones con las donaciones voluntarias a través de “cuentas bancarias”, “seguros y planes de jubilación”, “bienes raíces”, “acciones y bonos” y “testamentos y fideicomisos”. Dice Greenpeace: “haz un donativo”, “testamento solidario: puedes colaborar incluyendo a Greenpeace en tu testamento y asegurarte que el planeta que tanto amas seguirá protegido cuando ya no estés”, “grandes donaciones: si quieres hacer grandes cosas contra elcambio climático, la protección de los océanos y los bosques primarios, cambiar las dinámicas de poder e influir en las grandes corporaciones, con Greenpeace puedes hacerlo”.  

En la pirámide del poder de Greenpeace está la Junta Directiva y el Equipo de Liderazgo Estratégico Compartido

Informa Greenpeace: “actualmente puedes desgravarte el 80% para los 150 primeros euros de tu aportación”, que “para el dinero aportado que exceda de esa cantidad, la deducción llega 35%”, que “si se ha donado una cantidad igual o superior a Greenpeace durante los dos últimos ejercicios, este porcentaje de la deducción se incrementa hasta el 40%”, que “hay que tener en cuenta que el límite máximo de deducción está fijado en el 10% de la base liquidable del IRPF”. El colofón: “nos encargamos de facilitar esa información a Hacienda y te enviamos tu certificado fiscal por correo electrónico”. 

El poder  

A la manera de las grandes multinacionales –ahí están esos spin-offs de Greenpeace Alemania llamados Greenpeace Energy y Planet Energy que comercian con los combustibles fósiles y la producción eléctrica: eso sí, respetuosos con el medio ambiente- en la pirámide del poder de Greenpeace está la Junta Directiva y el Equipo de Liderazgo Estratégico Compartido. El politburó. Y punto. 

Quod erat demonstrandum  

Sectarismo, milenarismo, money y poder, se decía al inicio de estas líneas. Ahí siguen los discípulos contemporáneos del beato -profético y rigorista- Ioachim Florensis que quería convertir el mundo en un monasterio en donde se observaría la sumisión filial después de la regeneración, renovación y renacimiento de la Tierra. La palingenesia, le llamaban los griegos.  

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