De ruta por los pueblos más bonitos de Badajoz
Entre castillos templarios y plazas porticadas, atravesando dehesas y vastas llanuras y hasta saltando La Raya que la separa de Portugal, viajamos a los pueblos más bonitos de la provincia de Badajoz
Entre dehesas, encinares y alcornocales, con murallas medievales y castillos donde resuenan ecos templarios, Badajoz guarda en sus más de 21.750 km2 -es la provincia más extensa y una de las más desconocidas de España- todo tipo de sorpresas, desde su propia Siberia a una Sevilla en pequeño formato pasando por localidades que, como Olivenza, en diferentes periodos española y portuguesa, se han forjado aunando las identidades de ambos lados de La Raya.
De preciosos cascos históricos como los de Llerena y Zafra al castillo de Fregenal de la Sierra y los campanarios barrocos de Jerez de los Caballeros, estos son los pueblos más bonitos de Badajoz.
Llerena
A los pies de la sierra de San Miguel, al sur de Badajoz, encontramos Llerena. Su importancia como núcleo político y administrativo entre los siglos XV y XVII hizo florecer la ciudad y atrajo a multitud de artistas, hasta el punto de hacer de ella una ‘pequeña Atenas’ como fue apodada.
Entre los imprescindibles de cualquier ruta, la iglesia de Nuestra Señora de la Granada, de estilo gótico-mudéjar, el Patio del Tribunal de la Inquisición, el Palacio del Obispo o la parroquia de Santiago Apóstol.
Los hospitales de San Juan de Dios y de Santa Catalina (construido sobre una antigua sinagoga) son otras paradas imprescindibles, así como las hermosas fachadas de casas blasonadas y palacios como el Maestral y el de los Zapata.
Por la riqueza de su patrimonio arquitectónico, Llerena fue apodada la ‘pequeña Atenas’
Aunque la ciudad contó con un gran número de conventos, hoy solo mantiene su función original el de Santa Clara, situado en la Corredera. Tras su fachada de mampostería y ladrillo y además de un retablo barroco y una cúpula decorada con frescos, se oculta un tesoro: los corazones de monja, unos dulces tradicionales de influencia morisca y judía elaborados a base de huevo, almendras y miel totalmente irresistibles.
Zafra
A poco más de 40 km de Llerena y protegida por la Sierra de Castellar se alza Zafra. De origen prerromano, parte del señorío de Feria y después del Ducado de Medinaceli, con una feria internacional ganadera que se celebra desde 1453 y que está entre las principales de Europa, su precioso casco antiguo con plazas porticadas y elegantes edificios, declarado Patrimonio Histórico-Artístico, le ha valido el sobrenombre de ‘Sevilla la Chica’.
Empieza la visita tomando un café en la Plaza Grande, porticada y rodeada de edificios del siglo XV, y luego pasar a la Plaza Chica a través del Arquillo del Pan, con su pequeño retablo de la Virgen de la Esperancita.
Cerca, la Casa del Ajimez y el Monasterio de la Encarnación, del siglo XVI, desde donde merece la pena acercarse a la iglesia de la Candelaria, del siglo XVI, que guarda en su interior un impresionante órgano y un retablo de Zurbarán.
Tras visitar la Plaza del Pilar Redondo, el Palacio Conde de la Corte y varias casas modernistas a su alrededor, hay que caminar hacia el alcázar, que tras su apariencia de castillo defensivo se construyó como residencia palaciega de los Duques de Feria y que hoy es un Parador que esconde, tras una espectacular fachada rodeada de torres y almenas, una colección de artesonados, arcones y herrajes, así como un hermoso patio interior y un cuidado jardín.
Tras el paseo, toca reponer fuerzas en la calle Sevilla, la arteria más comercial donde aún perviven históricos locales donde disfrutar de vinos y platos de la tierra.
El paseo más especial lo encontramos en el ‘camino colorao’, que sube a la sierra de El Castellar y que deja ver en algo más de 2 km pinturas rupestres y restos arqueológicos de diferentes épocas, entre ellos un antiguo asentamiento islámico.
Burguillos del Cerro
Celtas, romanos, visigodos y musulmanes moldearon la localidad pacense de Burguillos del Cerro, siglos después reconocida como Bien de Interés Cultural.
Al pasear por sus calles los ojos, irremediablemente, vuelan hacia el castillo que nos vigila desde lo alto del cerro. Esta impresionante fortaleza, levantada en el siglo XII por los árabes, pasó después a manos de la Orden del Temple, cuyos vestigios aún se puede apreciar (y que se puede entender mejor en el Centro de Interpretación de la Orden del Temple en la localidad, ubicado en la antigua iglesia de San Juan Bautista).
De vuelta al pueblo, Burguillos cuenta con otras construcciones singulares como la Casa del Corregidor y Cárcel Real, la iglesia de Santa María de la Encina o el convento de las Concepcionistas Franciscanas, que hoy alberga el Ayuntamiento, el monasterio de las Llagas de San Francisco o las ermitas de Nuestra Señora del Amparo y del Cristo.
Jerez de los Caballeros
Poblado desde época prehistórica (como prueba el Dolmen de Toriñuelo), fue precisamente la Orden del Temple la que disparó la importancia de Jerez de los Caballeros, al hacer de ella una de sus capitales, dentro del conocido como Bayliato de Jerez.
De su legado destaca la muralla, que llegó a tener seis puertas aunque hoy solo se conservan dos, la Puerta de la Villa y la de Burgos, además de la Alcazaba y la iglesia de San Bartolomé.
Tras la disolución de la Orden, que deja leyendas como la de la degollación de todos los caballeros (de donde viene el nombre de la Torre Sangrienta, uno de los baluartes de la ciudad) Jerez de los Caballeros pasó a manos de la Corona que la cedió, en 1370, a la Orden de Santiago, que también imprimiría un profundo legado.
Así, las calles y callejuelas de Jerez de los Caballeros están plagadas de monumentos religiosos (destacan especialmente los campanarios barrocos que dibujan su característico skyline), palacios señoriales y casonas típicas, como la iglesia de Santa María de la Encarnación, a la que se atribuye un origen visigodo, la iglesia de San Miguel, del siglo XV y la de Santa Catalina, del siglo XVIII y ubicada en el Barrio Bajo.
La nobleza jerezana también construyó hermosos palacios, especialmente a partir del siglo XIV, como La casa del Sol, el Palacio de Guzmán Sotomayor, el de los Marqueses de San Fernando, el de Rianzuela, el Solar de los Condes de la Berrona o las antiguas casas consistoriales en la Plaza de España.
¿Un alto en el camino? Permítete sentarte un rato en el parque de la Morería o en el de Santa Lucía, o bien en la fuente del Corcho.
Fregenal de la Sierra
En los límites de Sierra Morena, haciendo frontera con Huelva y la región portuguesa del Alentejo, la localidad extremeña de Fregenal de la Sierra fue durante siglos cruce de caminos y culturas.
Y aunque guarda historias de siglos, como las que rodean el yacimiento de Nertóbriga, de nuevo es un castillo templario el que atrae la atención al poner un pie en la ciudad.
Y es que no es nada común encontrar como aquí una plaza de toros y un mercado de abastos dentro del propio castillo (de los siglos XVIII y XX respectivamente).
Declarado Conjunto Histórico y Bien de Interés Cultural, el conjunto monumental incluye, además del castillo, las iglesias de Santa María, la de Santa Ana, con un destacado retablo mayor plateresco y donde está enterrado el político Juan Bravo Murillo, o la de Santa Catalina, con un Cristo del Perdón atribuido a la escuela de Martínez Montañés.
Los conventos de la Paz y San Francisco, el Santuario de la Virgen de los Remedios o el colegio de los Jesuitas son otras visitas interesantes.
Y, sin salir siquiera de la localidad, se pueden ver hasta 30 especies de aves en una ruta ornitológica de las más completas de Extremadura.
Cada mes de agosto se celebra en la localidad un festival dedicado al folclore, la música y la danza que se encuentra entre los más importantes de España de este tipo, una cita que sí o sí hay que maridar con gastronomía local, que viene en forma migas para desayunar, guarrito frito o bacalao engazpachao para el aperitivo y una caldereta o una mandanga de revoltillos para comer. Si no puedes con el postre, compra para llevar una caja de perrunillas.
Olivenza
Dejamos para el final otra gran sorpresa en tierras pacenses: Olivenza, una ciudad perfecta para admirar la mezcla de tradiciones española y portuguesa.
Localizada entre encinares y alcornocales, al suroeste de Badajoz, fue la Orden del Temple quien fundó Olivenza en el siglo XIII, si bien fue Portugal la que hizo de ella la hermosa villa que es hoy, con sus calles adoquinadas, sus casas blancas, sus edificios con arcadas y los preciosos azulejos que decoran lugares como la Capilla del Espíritu Santo de la Casa de la Misericordia.
En el lugar donde estuvo la fortaleza templaria se construyó después una alcazaba cuya Torre del Homenaje, de 37 metros de altura, sigue en pie y alberga el Museo Etnográfico González Santana. También hay que visitar el Palacio Municipal cuya puerta, de estilo manuelino, es hoy uno de los símbolos de Olivenza.
Incluido en la asociación de Los Pueblos Más Bonitos de España, en su patrimonio se cuenta también la Panadería del Rey o las iglesias de Santa María Magdalena y Santa María del Castillo.
Otro patrimonio, en este caso gastronómico, viene de la mano de gastronomía, con platos influenciados por la cocina portuguesa y extremeña, como las migas, la perdiz estofada o la carne de retinto. Aunque, si por algo destaca la gastronomía local es por los dulces, con la llamada técula mécula (un dulce elaborado con almendras, azúcar, clara de huevo, yemas, manteca de cerdo, harina y mantequilla) como gran referencia.
Y no se puede dejar Olivenza sin dar un paseo por la Avenida de Portugal (aquí conocida como el Paseo Chico), el centro neurálgico de la ciudad, y por el Parque de los Pintasilgos, donde imaginar antiguas batallas fronterizas sobre el impresionante y casi destruido Puente Ajuda.