Costa da Morte: faros y playas en el fin del mundo
Imponentes acantilados, históricos faros y bellísimas playas se alternan con pueblos marineros en una ruta que atrapa los paisajes y miradores más impactantes de la Costa da Morte
Esculpida metro a metro por el fiero Atlántico, la orografía de la Costa da Morte dibuja una línea costera que entra y sale del océano, aventurándose con cabos y faros desde los que avisa de los peligros a los navegantes, pero también dejando paso a las olas en playas de arena fina, algunas de ellas, como las O Rostro y de Mar de Fóra, entre las más bellas de Galicia.
Desde Malpica de Bergantiños hasta Fisterra, recorremos, de faro en faro, un litoral costero que habla de un mar indómito, de tempestades y catástrofes, pero también de playas y acantilados, de dunas, ríos, bosques y estuarios, de mares de granito, castros, dólmenes, de encantadoras villas marineras y de miradores desde los que observar puestas de sol repletas de magia.
Faro de Punta Nariga
Malpica de Bergantiños es el punto de partida de la ruta y el Faro de Punta Nariga la primera parada. De moderna factura, fue construido en 1995 con diseño del arquitecto gallego César Portela y se alza sobre el cabo de idéntico nombre.
Edificado con granito rosa de O Porriño, con forma que simula un barco de tres cuerpos unidos entre sí, se levanta más de 50 metros sobre el mar, destacándose sobre un entorno de piedras erosionadas por el viento y el agua que casi parecen esculturas, con la imagen de las Illas Sisargas por el norte y el cabo Roncudo por el sur.
Por cierto que dicen que aquí se recogen algunos de los mejores percebes de Galicia.
A continuación, en Laxe, evitamos la concurrida playa que baña el pueblo para poner rumbo a los arenales vírgenes de Soesto y de Traba. Tras cruzar las dunas a pie, pisamos por fin la playa de arena blanca y fina que se extiende, en el caso de Soesto, unos 860 metros entre punta y punta, mientras que en Traba supera los 2,5 km.
Gaviotas, martines pescadores, chorlitos o lavanderas saludas durante el paseo que permite ver también, aunque mucho más lejos, las curiosas piedras moldeadas por el viento y el tiempo en los Penedos de Traba y Pasarela.
Faro del Cabo Vilán
Ya en territorio de Camariñas, la punta de cabo Vilán alberga uno de los faros más famosos de la Costa da Morte.
Construido en 1896 en cantería y a 75 m de altitud, destaca por su planta octogonal, de unos 25 m de altura, unida por un túnel a otra construcción de dos plantas.
El origen de este faro, el primero en funcionar con energía eléctrica de España, se relaciona con el hundimiento del buque militar británico HMS Serpent en el que murieron, en 1890, 173 hombres de la Royal Navy, que puso en evidencia la mala iluminación de un faro anterior.
Habilitado como sala de exposiciones, acoge muestras temporales, así como información sobre los faros gallegos y sus secretos, así como curiosidades sobre los naufragios en la zona (más de 150 hundimientos solo en este tramo de costa).
No dejes de subir a la antorcha del viejo faro que permite ver en toda su majestuosidad el faro de Vilán, conocido como el ‘Cíclope’ de la Costa da Morte.
Playas de belleza salvaje
Desde la carretera de acceso al faro se puede tomar un sendero que conduce hasta la salvaje playa de Trece. Merece la pena dejar el coche para aventurarse a pie por este camino que regala una increíble panorámica con el perfil majestuoso de Vilán, playas de guijarros y el mar rompiendo incesantemente.
De nuevo en camino, nos dirigimos al Foxo do Lobo, un conjunto de muros de piedra convergentes que, según se cree, se empleaban en época prehistórica para dar caza a lobos, jabalíes o ciervos.
Dejando atrás arbustos de la camariña (solo crecen en este lugar y en las Illas Cíes) y pinos torcidos por la fuerza del viento se llega al Cementerio de los Ingleses, donde fueron enterrados los tripulantes del Serpent y, más allá, la ensenada de Trece, custodiada por na duna trepadora, que parece querer alcanzar la cumbre del monte Blanco.
Rumbo al fin del mundo
La ruta avanza hacia el sur para llegar al punto más occidental de la España peninsular: el cabo Touriñán, con su correspondiente faro, que se eleva en una pequeña península que se adentra casi un kilómetro en el mar y de nuevo una postal de la Costa da Morte en todo su esplendor.
El atardecer es el momento perfecto para llegar a este lugar, con el pequeño faro al fondo y el cielo volviéndose rojo sobre la playa salvaje de Nemiña (muy apreciada por los surfistas).
O quizás para subir al monte Facho, desde el que también se obtienen buenas panorámicas de la península de Muxía.
Pero para llegar al fin del mundo, tal y como creían los romanos, hay que continuar hacia Fisterra. Final del Camino de Santiago para muchos peregrinos, atesora dos preciosas playas: O Rostro y de Mar de Fóra, abiertas al Atlántico y siempre envueltas en vientos y olas.
Sobre O Rostro, de más de dos km, se dice que debajo de su blanca y fina arena se encuentra la mítica ciudad de Dugium, fundada por los nerios y que sucumbió bajo una enorme ola.
Mar de Fóra, más cerca del núcleo urbano de Fisterra (Finisterre), cuenta con la compañía eterna del cabo Fisterra y del cabo de A Nave en sus extremos.
Fisterra: fin de ruta
Ya en Fisterra cabe abandonarse a las delicias de vienen del mar, ya sean navajas, almejas, percebes, lubina a la plancha o pulpo en los bares próximos al puerto.
El Castillo de San Carlos, de 1757, convertido en Museo de la Pesca es otra buena parada, así como el santuario de Santa María das Areas, donde dicen que a la talla del Cristo de la Barba Dorada le crecen el pelo y las uñas.
Antes de que el sol comience a caer, tenemos una cita con el faro de Fisterra. El edificio anexo al faro es el de la Sirena, más conocido como la ‘Vaca de Fisterra’ por los potentes sonidos que emite en los días de niebla densa hasta las 25 millas (46 km). Un tercer edificio, el Semáforo, servía a la marina de guerra y ahora es una hospedería rehabilitada por el arquitecto César Portela.
Con la sombra del mítico faro, el bramido de la Sirena, la vista del mar infinito con algún barco en la lejanía, el islote de O Centolo y la mole pétrea del monte Pindo, al otro lado de la ría de Corcubión, componen la imagen final de esta ruta por la costa más salvaje de Galicia.