Baia, la ‘Atlántida romana’ se puede visitar en Nápoles
Engullida por el mar hace 2.000 años, la ciudad de Baia, un paraíso de vacaciones para los patricios más adinerados, guarda bajo las profundidades un tesoro arqueológico
Las Vegas de la antigua Roma, ciudad del pecado donde los patricios adinerados se relajaban entre todo tipo de lujo y excesos, la ciudad de Baia acabó, sin embargo, como la Atlántida: en el fondo del mar.
Entre Pozzuoli y Bacoli, a unos 30 kilómetros de Nápoles, la que fuera una fastuosa urbe donde tuvieron sus retiros el político Cicerón, el poeta Virgilio, el naturalista Plinio o el emperador Nerón, es hoy un conjunto de restos arqueológicos sumergidos después de que las grandes villas, las espléndidas termas y los bellos mosaicos fueran devorados como consecuencia de un fenómeno volcánico.
Un ‘resort’ de vacaciones de hace 2.000 años
Cinco metros bajo la superficie, los vestigios de esta ciudad aún pueden visitarse, eso sí, vestidos con neopreno y equipados con botellas de oxígeno.
Es, según los expertos, el mayor yacimiento sumergido del mundo. Y el contexto, en el que intervienen el mar y la actividad volcánica, no es precisamente el mejor para su conservación, explican desde el Parque de los Campos Flégreos.
Pero ¿cómo y por qué se creó esta ciudad de vacaciones junto al mar? Al final de la era republicana de Roma, en el siglo I a.C, Baia -también conocido como Bayas- era ya uno de los enclaves vacacionales más populares, el predilecto de las clases pudientes.
Erigido en un terreno de intensa actividad volcánica que los griegos bautizaron como “flégreo” (ardiente), se situaba frente al temible volcán Vesubio, el mismo que en el 79 d.C arrasó Pompeya.
Lo que atraía a los aristócratas eran sus preciadas aguas termales, ricas en azufre, de las que disfrutaban en ostentosas termas, así como su clima benévolo. A la vez, Pozzuoli era uno de los puertos más prósperos del ‘Mare Nostrum’.
La ‘dolce vita’ en la Roma antigua
Esta cuna de la ‘dolce vita’ atraía a todo tipo de personajes ilustres personajes de la sociedad de la época, que tenían en primera línea de playa sus propios palacios, desde Julio César a Cicerón, Nerón o el emperador-filósofo Adriano, que precisamente murió en esta ciudad.
Sin embargo, a mediados del siglo IV d.C el suelo comenzó a hundirse y el mar a avanzar sobre calles y casas de Baia.
El problema fue el “bradisismo”, un fenómeno propio de zonas volcánicas que hace que la altura del suelo varíe en función del magma que acumula en sus profundidades, como si la tierra se hinchara y deshinchara periódicamente, hundiendo poco a poco pero inexorablemente el suelo.
Imparable, el fenómeno obligó a los patricios a abandonar sus residencias que, cuando el “bradisismo” se detuvo, en torno al año 650 d.C., yacían ya en el fondo del mar.
La zona, a unos quinientos metros de la costa, está actualmente protegida para impedir el tránsito de barcos y solo se puede acceder con unas pocas empresas autorizadas para practicar submarinismo entre las ruinas, como SuBaia o el Centro Sub Campi Flegrei.
Una Altántida en la costa de Nápoles
Ya bajo el agua, los edificios comienzan a revelarse entre las algas, como la villa de Protiro que denota su grandiosidad a través de un gran mosaico prácticamente intacto. Curiosamente, las pequeñas telas representan peces, los mismos que hoy pululan sobre él.
Muros colonizados por corales, pavimentos de mármol, columnas y los restos de las canalizaciones de un lugar que un día fueron unas termas se dejan ver también en los alrededores.
La arena tapa la mayor parte de los mosaicos, aunque sí pueden verse fragmentos de algunos, como uno de grandes dimensiones que representa círculos y formas geométricas en pequeños fragmentos de material blanco y negro.
Otro de los mosaicos representa figuras humanas. Descubierto hace pocos años en otro complejo termal, la escena la componen dos hombres que combaten, ahora en un inesperado marco bajo las olas.
Pero el paseo no acaba aquí: también están en pie lugares como el Ninfeo de Claudio, repleto de estatuas, y otras villas, como la de una de las familias más influyentes de la época, los Pisones.
Además, muchas piezas encontradas aquí fueron extraídas del agua y pueden verse ahora en museos como el Castillo Aragonés que corona la bahía.
La ciudad sumergida que podría resurgir
El Parque Sumergido de Baia, que se empezó a investigarse en 1969 por el hallazgo de dos esculturas, es un yacimiento excepcional que, por su situación, requiere del constante control de los movimientos telúricos que siguen fraguándose en su subsuelo.
De hecho, en la zona de Campos Flégreos hay un total de 24 volcanes, muchos submarinos y extremadamente activos.
Lo más llamativo es que el mismo fenómeno que engulló Baia podría, algún día, hacerla emerger. Según los análisis, la tierra se está elevando en la zona, un total de un metro en los últimos diez años. Quién sabe si esta ciudad espléndida ahora paraíso de submarinistas podría volver a ser lugar de recreo en la superficie.