Un juego macabro llamado especulación
El precio del oro líquido está por las nubes: en un año se ha incrementado en torno al 85% y un 15% desde que empezó el verano. Robos en almazaras, incluso de producto sin embotellar; alarmas de seguridad en supermercados como si de un bien de lujo se tratara… ¿Pero cuáles son los verdaderos motivos por los que las cotizaciones de nuestro aceite, siendo los primeros productores mundiales, se han disparado hasta el punto de empujar al consumidor a plantearse eliminarlo de la cesta de la compra, o en el mejor de los casos sustituirlo por otro de peor calidad, máxime cuando el resto de alimentos también están en plena subida?
Bien, vayamos por partes. El olivar tradicional, por su valor paisajístico, ambiental, cultural, social y económico, es un cultivo estratégico para la provincia, afianza población y es la base de muchas cooperativas y almazaras que producen un oro líquido de reconocida calidad y prestigio.
En Alicante se pueden producir entre 12.000 y 15.000 toneladas de Aceite de Oliva Virgen Extra (AOVE), lo que supone alrededor de un 50% de la producción total de la Comunidad Valenciana. La orografía de nuestro terreno -en las comarcas de la Montaña se desarrolla aterrazado- y la riqueza varietal marca la diferencia tanto por su composición en ácidos grasos como por sus cualidades organolépticas. Y eso es un auténtico tesoro que debemos saber proteger y defender.
No hace falta que me extienda hablando de la sequía o del cambio climático; es innegable que las inclemencias meteorológicas han hecho de las suyas: llueve cuando no toca; cuando toca, no llueve y cuando tiene que hacer frío, hace calor. Y esto ha dejado malherido al cultivo que nos sitúa como los reyes de un producto básico en la dieta mediterránea, cuyas bondades son de sobra conocidas sus propiedades y por la relevancia que tiene en nuestra cocina.
La floración adelantada de este año, que hacía presagiar una buena cosecha, acabó quemada por el extremo calor y la falta de lluvias cuando el cultivo lo requería. La anterior se calificó como “nefasta”, por lo que el stock nacional empezó a bajar y ahí es cuando entraron las grandes superficies en un juego macabro llamado especulación, que no hace más que situar al consumidor en la casilla perdedora, casi obligándole a prescindir de él.
Durante muchos años, las frutas y productos del campo han sido muy baratos para el consumidor, y aunque parezca increíble, el agricultor se defendía, podía vivir de su actividad. ¿Qué está pasando ahora? ¿Por qué los consumidores cada vez tienen que comprar más caro mientras los productores son más pobres?
Una vez más, la realidad nos empuja a comprobar la avaricia de un sistema económico que desprecia al último, al último en cobrar, que es el primero en trabajar. Vuelve a verse la realidad del incumplimiento de la Ley de la Cadena Alimentaria, concebida con el objetivo de que las relaciones comerciales sean más justas, transparentes y equilibradas. No es justo que el consumidor tenga que pagar unos precios desorbitados cuando el año pasado el agricultor no llegó ni a cubrir los costes.
Desde ASAJA no perdemos la fe en dicha ley, pero exigimos que se dote de presupuesto para que se convierta, de una vez por todas, en un instrumento que nos devuelva la dignidad que merecemos. Malas cosechas, costes cada vez más altos y precios que domina el comercio a su antojo conforman una espiral de la que tenemos que salir para evitar el abandono masivo de quien por mucho que se esfuerce no obtiene rentabilidad para subsistir.
Que el aceite lleve alarma puede ser solo el principio de lo que se nos viene encima si no conseguimos que se nos escuche, y me refiero a los políticos, a las Administraciones, a nuestros representantes en Bruselas, pero también a las grandes cadenas de supermercados que dominan y controlan todo el sistema de distribución de alimentos.
Estos signos de debilitamiento de nuestro sector primario son piedras en el camino de la prosperidad y libertad de nuestra nación. Apoyar a nuestro sector primario es fortalecer nuestra sociedad, pues no olviden que la soberanía y libertad de un pueblo empieza siempre por su alimentación.