Una parte de nuestra identidad está en riesgo si no sabemos cuidarla como corresponde
Pocos productos definen mejor la imagen nacional e internacional de la Comunitat Valenciana que la naranja. No en vano, el cultivo de cítricos en nuestras tierras data de la época del Califato de Córdoba (s. X y XI), si bien la llegada de los naranjos dulces, precursores de los actuales, se remonta a los siglos XV y XVI, procedentes de Italia y Portugal.
Constatada la gran adaptación del cultivo a las condiciones del clima mediterráneo, su verdadera expansión tiene lugar a finales del siglo XVIII, y se consolida durante los siglos siguientes hasta convertirse en un emblema valenciano. Un producto que cada vez se hace más reconocido, a tenor de los documentos que avalan los flujos comerciales con Castilla (s. XVII) o con Holanda (s. XVIII). Habida cuenta de estos datos, nadie puede negar que la naranja forma parte de la identidad valenciana.
Riesgo de los cítricos valencianos
En las últimas décadas, el avance del proceso de globalización y la mejora de las vías y medios de comunicación han acelerado notablemente el proceso de conocimiento y demanda de cítricos valencianos, lo que nos ha convertido en una de las principales regiones exportadoras del mundo, concentrando el 14% de las exportaciones mundiales cuando nuestra producción apenas supone el 2% del global.
Sin embargo, el mundo cambia de forma cada vez más rápida, y allá donde hay un liderazgo, siempre hay alguien dispuesto a imitarlo, mejorarlo (si puede) y a arrebatar esa posición de privilegio. En ese escenario transitamos en lo referente al cultivo de cítricos, con la creciente presión que ejercen sobre nuestras producciones terceros países como Sudáfrica, Egipto, Turquía o Marruecos, por citar algunos ejemplos. Y también con otro fenómeno, que quizás pasa más desapercibido para los consumidores, pero que es de gran relevancia: la creciente entrada de fondos de inversión en el sector, que concentran cada vez más tierra y volumen de producción en manos de capitales lejanos a nuestro territorio.
No me entiendan mal, estos fondos desarrollan una actividad perfectamente lícita y legal, pero la experiencia acumulada después de muchos años vinculados a la agricultura valenciana me dice que, en otros aspectos, suponen un riesgo para nuestro sector. Para nosotros, la naranja es un modo de vida, vinculado a nuestra forma de ser, a nuestra historia y nuestro territorio. Una actividad desarrollada en nuestros pueblos y ciudades por personas vinculadas a ellos, de la que se beneficia directa o indirectamente el conjunto de la sociedad.
Para esos fondos, la naranja no es más que un negocio, al igual que otros tantos que gestionan en sectores de actividad completamente diferentes al nuestro, y que mantendrán en tanto que les ofrezca una adecuada rentabilidad. E incluso siendo rentable, los fondos siempre tienen puesta su mirada en mejores inversiones, por lo que de la misma forma que se ha producido un creciente acercamiento a nuestra agricultura por su parte, puede producirse en cualquier momento el proceso inverso. Es, como pueden deducir, lo más alejado al mantenimiento de nuestra identidad propia, ya que se trata del ejercicio de aprovecharla en beneficio propio mientras les sea útil.
Es en estos momentos cuando más necesario parece reafirmar ese carácter propio de nuestros cítricos, el origen y la vinculación con nuestra identidad, el impacto positivo que tienen sobre nuestra economía y sobre nuestras gentes. Pero para llegar a este objetivo, debemos superar varios problemas.
Pérdida de identidad
Hagan el ejercicio de ir a la frutería, al supermercado o al hipermercado. Verán que cada vez resulta más difícil conocer el origen de los cítricos puestos a la venta. He aquí el primer problema.
Antes, nuestra campaña de producción comenzaba en septiembre y se prolongaba más o menos hasta finales de junio. Hoy en día, la introducción de variedades extratempranas y extratardías ha ampliado nuestro calendario productivo por los dos extremos, y la cada vez mayor presencia de productos de contraestación ha hecho que en nuestros lineales nunca falten cítricos. Lo que aparentemente es una ventaja para los consumidores se convierte en realidad en un riesgo para la singularidad de nuestras producciones y amenaza con provocar la pérdida de nuestra identidad. Estamos ante el segundo problema.
No tengo duda de que es necesario adaptarse a las tendencias para no perder nuestro espacio de privilegio. Si el mundo cambia, debemos saber evolucionar con él. Sin embargo, también debemos aprovechar ese liderazgo para modular los gustos de los consumidores, incidiendo en los factores que nos hacen únicos, haciéndolos apetecibles y deseados.
Aquí es donde se identifica el tercero de los problemas que me gustaría apuntar, que el sector debe resolver si quiere seguir siendo referente. Sin acuerdo interno para trasladar a quienes consumen nuestros productos sus características, particularidades y excelencia, no habrá forma de defender esa identidad propia, de hacer que esas personas nos elijan sobre otras opciones cuando llegue el momento del acto de compra, o que nos demanden allí donde no estamos presentes.
‘Tria sentiment’
Veamos un buen ejemplo de ello, la iniciativa de la IGP Cítricos Valencianos y la Generalitat para impulsar y potenciar la marca “Naranja Valenciana”, de forma que sea fácilmente identificable por los consumidores. Su lema, Tria sentiment, apela precisamente a esa identidad propia, que se quiere reforzar en un primer momento en el ámbito valenciano, y que pretende trasladarse al conjunto nacional y a los mercados comunitarios que copan la mayor parte de nuestras exportaciones.
Ojalá ese ejemplo se pueda trasladar a otros ámbitos donde hay posibilidad de realizar acciones de promoción que potencien la imagen de nuestras producciones y refuercen su vínculo con nuestra identidad. Aunque bien visto, quizás eso no esté entre las prioridades de esos fondos a los que aludía anteriormente, a menos que les reporte beneficios particulares… Lo que es seguro es que mientras eso no se consiga, se cierne una amenaza sobre el futuro de nuestra citricultura y se pone en riesgo el principal sustento para la economía de muchas familias.