Terrorismo en Israel
El relativismo moral se expande y contagia. Cuando se justifica un terror distante, se abre la puerta a justificar otros. Las líneas rojas se van alejando cada vez más y terminamos aceptando el terror contra nosotros y perdiendo toda brújula moral. Por ello, el ataque terrorista a gran escala de Hamás contra civiles israelíes debería levantarlas, a través de la equiparación de sus víctimas condenas de cualquier sincero demócrata. Condenas sin peros, sin contextualizaciones peregrinas- contorsiones de la dignidad, realmente -, sin medias tintas equidistantes.
Y es que Israel es la puerta de occidente, no solo porque ha sido desde siempre el campo de ensayos del terrorismo internacional, sino porque es un diapasón ético para las democracias occidentales, que podrían caer en justificaciones suicidas a la hora de tratar los ataques despiadados contra sus propios ciudadanos.
Tras los atentados contra la Torres Gemelas en Nueva York, el diario El País perpetraba una infame portada que pasaría a la historia y que rezaba: “El mundo en vilo a la espera de las represalias de Bush”. Las víctimas aún calientes de la barbarie islamista no despertaban la atención del medio tanto como las posibles reacciones de Estados Unidos, diluyendo el ataque en una especie de abstracta rueda de violencia. La ideología se imponía ante la ética informativa. No se trataba de contarnos lo que había sucedido, sino de hacernos temblar ante lo que la víctima de dichos ataques podría llegar a realizar. Así, el atacado se convertía en atacante.
No es lo mismo un acto de terrorismo, que las acciones de un ejército en defensa de su población
El atentado terrorista por tierra, mar y aire sufrido por Israel a manos de Hamás ha dejado unos 1.000 muertos en condiciones atroces, más de un centenar de secuestrados y un golpe psicológico difícil aún de valorar. La sociedad israelí no ha despertado aún de la pesadilla y, bajo los misiles que siguen cayendo, se pregunta cómo es posible que el país más amenazado del mundo, con más necesidad de protección, con unos servicios de inteligencia más brillantes, haya podido ser sorprendido de esta manera en su propia casa.
Israel responde con fuerza
Ahora Israel responde con fuerza. Cuando se está rodeado de enemigos que buscan tu exterminio, no se puede mostrar vulnerabilidad. Las imágenes de bebés decapitados en sus hogares que dejó Hamás en su orgía de sangre ya se mezclan en la prensa con las de los bebés palestinos entre los escombros de sus casas derruidas por las bombas israelíes. Y, como era de esperar, no han tardado en oírse las voces que buscan equiparar a los verdugos terroristas, a través de la equiparación de sus víctimas.
Pero si es indudablemente cierto que cada vida inocente arrancada tiene el mismo valor, eso no puede cegarnos a la hora de comprender que no es lo mismo un acto de terrorismo en el que los asesinos van buscando a los civiles a los que matar, violar, torturar y secuestrar – es decir, causar el mayor daño y de la manera más macabra posible -; que las acciones de un ejército en defensa de su población. Cierto, se cometen brutalidades e injusticias. Y muchos errores. Pero en democracias, esas fallas se juzgan, se debaten y critican, como hace la sociedad abierta israelí. Y es mentira que puedan ser comparables a la búsqueda voluntaria de hacer el mal. En las calles de Tel Aviv no se exhiben los cadáveres de mujeres ensangrentadas y violadas como trofeos de caza.
La búsqueda de ciertos medios y actores sociales por enterrar la palabra “terrorismo” a la hora de definir a Hamás es, no solo una afrenta a la verdad, sino ante todo, un ataque a la dignidad humana. Incapaces de trascender su retórica ideológica habitual en la que al “buen salvaje” siempre lo motivan grandes causas incomprendidas, claman “ocupación” para justificar su nula empatía por aquel al que consideran “el otro”. Pero ocultan que cuando Hamás habla de “ocupación” no se refiere a un legítimo debate acerca de territorios, sino que se refiere a la desaparición y el exterminio de los israelíes. Ellos son claros en sus declaraciones. Son sus palmeros occidentales quienes las reescriben.
Y esto no sale gratis, porque una sociedad a la que se le transmite que la quema de ancianas, las cacerías mortales de jóvenes de fiesta, las violaciones entre cadáveres o la decapitación de bebés se puede explicar por alguna causa ideológica, entonces se está abriendo una puerta al abismo. Por más justa que la causa sea.
Porque es el regodeo en el horror. Es subir al Facebook de tu abuela el vídeo de su asesinato para que ahí descubras su muerte, es el mal por el mal, lo que están defendiendo cuando no condenan sin paliativos, sin peros, sin justificaciones.
Y si aceptan que se lo hagan a otros, aceptan que te lo hagan a ti.