La muerte del bufón
Pierre Desproges, insolente humorista francés, maestro del sarcasmo y el humor negro de segundo grado, afirmaba que “se puede reír de todo, pero no con todo el mundo”. Eran los años 80 y los límites del humor eran más laxos porque había menos miedo a ofender – con lo que cabe preguntarse si quizá también había menos propensión a sentirse agraviado.
A finales de los 70 veía la luz la película La Vida de Brian, de los Monty Python, en medio de acusaciones de blasfemia. Prohibida en algunos países, en los Estados Unidos, pastores, sacerdotes y rabinos, marcharon juntos para protestar contra lo que percibían como una burla a la religión.
Hoy que la blasfemia ha pasado de moda, son otras las causas que se enarbolan para esgrimir el mismo sentimiento ultrajado y para llamar a la censura. La película ha tocado la fibra de una nueva generación que tal vez no haya visto más que algún que otro sketch y que sitúa las cuestiones identitarias de género en el centro de su agenda.
Durante un par de días, se creyó erróneamente que habían logrado lo que en su día no logró la Iglesia, que John Cleese, uno de los creadores, se autocensurara. Algunos medios escribieron que en la adaptación de la película a los escenarios, se eliminaría la escena en la que un hombre dice ser una mujer y expresa su deseo de que lo llamen Loretta y de tener hijos.
El derecho a réplica no debería significar el fin del debate
Ese gag, cuya gracia se basaba originariamente en lo sorpresivo del absurdo, habría adquirido hoy unos tintes de batalla cultural. ¿Tenía acaso miedo Cleese de que ya no fuera gracioso? No. Simplemente, había declarado, “de repente no podemos hacerlo porque ofenderá a la gente”.
Y es que parte de la lucha de los movimientos woke tiene que ver con la normalización de la llamada “transición de género”. Si antes lo “políticamente correcto” se percibía como un rasgo conservador, hoy en día es lo contrario y los tabúes se erigen en nombre de ese supuesto progresismo. Mismos curas para distintas causas.
Los activistas de este wokismo se defienden ante las acusaciones que los perfilan como nuevos censores y alegan que criticar no es necesariamente pedir la cancelación, que si existe la libertad de expresión del creador para ofender los sentimientos, existe la misma libertad de aquellos ofendidos para responder emocionalmente.
Y es cierto que el derecho a réplica no debería significar el fin del debate, mas surge un problema cuando las voces se organizan en campañas bien orquestadas e insistentes que emplean todos los resortes a su disposición para eliminar del espacio público a los nuevos herejes.
Las redes sociales y la estrategia de dirigirse no tanto al público como a los anunciantes han ido dando sus frutos, y hoy muchos creadores prefieren la autocensura antes que verse víctimas de una devastación social, que puede implicar depresiones o la pérdida del trabajo.
Parece lógico que el campo de batalla sea el humor, porque el humor es irreverente e incontrolable
Escribe el filósofo Fernando Savater que “el precio que debemos pagar por vivir en una sociedad libre es saber soportar los agravios al narcisismo de nuestras creencias”. Y sorprendía enormemente que fuera justamente John Cleese, azote de lo políticamente correcto y de la llamada cultura de la cancelación quien hubiera cedido a esas presiones intangibles.
Como el bufón shakespeariano que critica el orden establecido a través de la inversión burlesca, denunciando la caducidad de los sistemas y poniendo al poderoso ante el espejo, Cleese y La vida de Brian son un canto a la libertad y contra los fanatismos religiosos.
Pero en esta ocasión, no son las furias del rey las que lo intentaban silenciar, sino la turba de los nuevos virtuosos que ultrajados por un sistema que sitúa al individuo y su libertad en el centro último del pensamiento.
El humor requiere distanciamiento mientras que el activismo demanda una identificación absoluta e inquebrantable con la causa
Parece lógico que el campo de batalla sea el humor, porque el humor es irreverente e incontrolable. Y así como la trasgresión del chiste requiere de la capacidad de la abstracción, el wokismo se basa precisamente en la literalidad de lo expresado.
No hay capas de entendimiento, hay emociones heridas en la superficie. Porque el humor requiere distanciamiento mientras que el activismo demanda una identificación absoluta e inquebrantable con la causa, lo que implica una presencia en la inmediatez de los sentimientos.
Según Bergson, es necesario apartarse de lo emocional para poder reír, ¿y cómo podría una corriente de activismo apartarse de aquello que precisamente supone el centro de su teología?
Es cierto que, afortunadamente, las sociedades evolucionan y con ellas el humor que las estimula. Lo que antaño era gracioso hoy puede no serlo. El humor negro, la sátira, el sarcasmo, … no sólo nos ayudan a huir de las angustias de la vida, también nos invitan a la reflexión.
¿Debemos ponerles límites? Probablemente sí, los límites que marque la ley a la incitación al odio, al racismo, etc.… Pero nada hay de malo en reír sobre uno mismo, en ofrecernos una caricatura de nosotros mismos.
Por ello, suena un canto a la libertad y a la inteligencia la aclaración de John Cleese desde sus redes sociales: “los actores -varios de ellos ganadores de Tony- me habían aconsejado encarecidamente que cortara la escena de Loretta. Por supuesto, no tengo intención de hacerlo”. Y es que matar al bufón sería devaluar el conocimiento, la realidad y el sentido común.