Un reino de taifas con el PNV al frente
Tenemos un país, España, convertido en un reino de taifas. La izquierda habla de “país de países”, de la diversidad lingüística, de la riqueza cultural, de las identidades históricas, etc. Pero lo cierto es que toda esa amalgama, ese colorido cambiante de regiones y autonomías ha convertido el suelo patrio en un guirigay de difícil gobernabilidad.
Los intereses de unos chocan con los de otros, las ensoñaciones independentistas de una zona colisionan con todos y con la ley y lo que en una comunidad se ve normal en la vecina es impensable.
Luces y sombras del Estado de las Autonomías
Está claro que la descentralización y el denominado Estado de las Autonomías han traído, por lo general, importantes avances y beneficios sociales, pero no es menos cierto que la dependencia política que tenemos de los nacionalismos periféricos sólo ha aportado inestabilidad y problemas al conjunto de los españoles.
Una cosa es reconocer la personalidad y las necesidades de cada autonomía, pero otra bien distinta es poner la gestión del país en manos de quienes gobiernan en alguna de esas regiones. El interés común se acaba convirtiendo así en el privilegio de unos pocos y, en consecuencia, en un agravio para los demás.
La España que resulta de una política así es la de un país sometido al oportunismo del cambalache no a la de una nación que se mueve por el mundo con una sola voz, con un único interés: el bienestar de sus ciudadanos.
Las combinaciones para lograr la gobernabilidad
El mercadeo que estamos viendo estos días para conformar un nuevo gobierno nos da una idea de lo que nos espera en la nueva legislatura. Todo apunta a que Pedro Sánchez cuenta con más posibilidades, con más apoyos, para ser investido presidente de nuevo.
La izquierda del PSOE y Sumar, unida a nacionalistas, independentistas y ultranacionalistas tienen al parecer intereses comunes que les unen en la necesidad de que el líder socialista gobierne otra vez. El PP le tiró la caña al PNV después de que Vox se ofreciera a quedarse fuera de un gobierno con Feijóo, pero el gallego no encontró nada cuando recogió el sedal.
España en su conjunto se ve sometida a esa política cortoplacista y miope que no ve más allá de su territorio
El PNV se enfrenta el año que viene a unas elecciones autonómicas muy comprometidas, con EH Bildu soplándole en la nuca y amenazando con un sorpasso que le puede costar la Lehendakaritza.
Y en el País Vasco se vota en una clave que es difícil de entender fuera de allí: se rechaza al partido de Ortega Lara y se encumbra al de su secuestrador. Así que el PNV no se la va a jugar apoyando a Núñez Feijóo por muchas promesas que éste le pueda llegar a hacer y prefiere subirse al carro de quienes, según el propio Ortúzar, luego tratarán al PNV como un kleenex.
Intereses cruzados
Y es que en estos reinos de taifas los cuchillos vuelan en todas direcciones. El PNV rechaza al PP en Madrid y se une, entre otros, a EH Bildu. Los nacionalistas aceptan a los populares en el Ayuntamiento de Vitoria y en la Diputación de Guipúzcoa para que no mande Bildu, quien a su vez es socio preferente de los socialistas en Madrid frente a su socio en el País Vasco, el PNV. Y si los de Sabino Arana necesitan del PP tras las autonómicas posiblemente los de Feijóo le pedirán a cambio una especialidad de la casa: una moción de censura por la espalda para derribar al gobierno de Sánchez.
En definitiva, intereses cruzados, cálculos electorales y cambios de cromos que no se limitan a un ayuntamiento, una diputación o un gobierno autonómico. Es el país en su conjunto el que se ve sometido a esa política cortoplacista y miope que no ve más allá de su territorio.
El nuevo Frankestein
Esta caja de piezas, el rompecabezas que ya ha sido bautizado como Frankenstein 2, será todo menos un gobierno de progreso. Para avanzar se necesita caminar, empujar, remar en la misma dirección y compartir objetivos. Pero no hay nada de eso en el gobierno que nos espera a la vuelta del verano.
En el mercado del poder los ideales políticos han sido sustituidos por el trampantojo infantil del sentimentalismo. Y así muchos se dicen progresistas simplemente porque creen que otros nos quieren hacer retroceder 40 años.
Como si los reinos de taifas y el país de países se acabaran de inventar.