Lo sabían
La ética de la responsabilidad ha sido calcinada por la insana ambición. El ansia de poder ha llevado a Pedro Sánchez a perpetrar malas políticas a conciencia. Él y todos sus ministros y diputados sabían que el proyecto de ley de Irene Montero, conocido como la ley del solo sí es sí, era nefasto, un bodrio jurídico, que podía acarrear graves consecuencias. Sabían que, si se aprobaba, los violadores serían los beneficiados, y las mujeres, las perjudicadas. Y, con todo, votaron a favor. Podemos logró imponer su ideología soberbia, porque el PSOE priorizó la poltrona a la seguridad de las mujeres.
El feminismo solo fue la más inconsistente de las coartadas. En ningún momento se pensó de verdad en las víctimas reales. La exvicepresidenta del Gobierno Carmen Calvo lo ha confirmado esta semana ante los micrófonos de la Cadena Ser: “Era previsible que ocurriera”. El ministro de Justicia había hecho “observaciones”. Sabían que iban a excarcelar o reducir penas a cientos de agresores sexuales. Y siguieron adelante. Juguetearon con el Código Penal para complacer a Irene Montero, como después lo harían para contentar a sediciosos y corruptos.
Lo sabían. Es muy grave, pero no es la primera vez. Lo han vuelto a hacer. Son reincidentes. El mundo prepandémico nos parece ahora muy lejano, pero anteponer la ideología a la realidad ya trajo fatídicas consecuencias en los días previos a la gran crisis. En aquella ocasión, también usaron el feminismo como excusa. Fue en la manifestación del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, del 2020. La versión oficial era entonces el sologripismo. Animaron a la ciudadanía a congregarse, a agruparse en compactas masas, escondiendo el peligro de un coronavirus que ya estaba matando en Italia y ridiculizando a aquellos que advertían de lo que se nos venía encima.
Las ministras lo sabían, también la propia Calvo. Y, por ello, fueron a la manifestación con guantes y pidiendo no ser besadas. Nada iba a pasar, decían ante las cámaras, pero al día siguiente todo pasó. Los casos se disparaban. Íbamos de cabeza al cierre del país, al confinamiento de la ciudadanía. Una distopía se convertía en realidad. De haber actuado una semana antes, miles de vidas se habrían salvado. Según un estudio de Fedea, se habrían reducido los contagios un 62,4 % de haber confinado a la población un día antes del 8-M. Pero lo importante era la pancarta, el eslogan, la ideología, la propaganda y, en definitiva, el poder. El gran drama se nos venía encima, y lo sabían.
Quien bebe de la fuente de las malas ideas, no debería conducir un país
Entonces, como ahora, el debate ya era la ley de Montero. Calvo no lo veía claro desde el principio, pero la presión podemita era alta. La ministra de Igualdad animaba desde Twitter a gritar “Sola y borracha, quiero llegar a casa”. Más allá de la incitación al consumo abusivo del alcohol, se reflejaba un conflicto entre los feminismos de las dos izquierdas gubernamentales. Señalar los errores de la ley era “machismo frustrado”, según Pablo Iglesias. Debían esconderse las deficiencias técnicas del mismo modo que se estaban silenciando toda advertencia sobre el coronavirus que nos acechaba.
En los casos de conflicto entre Podemos y PSOE siempre ha triunfado la irracionalidad ideológica y el apego por la poltrona. Calvo llamó a sus seguidores a manifestarse aquel 8-M, porque “nos va la vida en ello”. Y Calvo votó a favor de la ley Montero. Ella cedió como ya lo ha hecho todo un PSOE totalmente podemizado, en el fondo y en las formas. Bajo el mandato de Sánchez, actúan sistemáticamente con premeditación y alevosía, y uno se pregunta cómo es posible tanta irresponsabilidad en estos impunes multirreincidentes.
En ‘El tirano’, Stephen Greenblatt se plantea cuestiones shakesperianas que nos ayudan a entender qué pasa en esa política: “¿Por qué una gran cantidad de individuos aceptan ser engañados a sabiendas? ¿Por qué suben al trono personajes como Ricardo III o Macbeth?”.
El populismo de estos narcisistas es perjudicial para la salud de la democracia. De hecho, se ha demostrado que es perjudicial para la salud en general. Quien bebe de la fuente de las malas ideas, no debería conducir un país, pero ahí siguen abusando de ideologías fracasadas y de nuestra paciencia. “¿Por qué (…) iba alguien a dejarse arrastrar hacia un líder que a todas luces no está capacitado para gobernar, hacia alguien peligrosamente impulsivo o brutalmente manipulador e indiferente a la verdad?”, se pregunta Greenblatt. Lo sabían, y saben que los sabemos, pero aún así siguen con sus malas políticas.