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La política de la soberbia

Ya son 200 los agresores sexuales beneficiados por la ley podemita del solo sí es sí. Y la Comisión Europea ya está investigando la reforma sanchista del Código Penal que facilita el robo de dinero público y pone en riesgo “los intereses financieros de la Unión”. Y es que gobernar y legislar a favor de violadores y corruptos no solo es inmoral, además, suele estar mal visto. Sin embargo, aquí nadie pide perdón, ni pretende cambiar una coma. Sostenella y no enmendalla.

Los eslóganes de Irene Montero y los deseos del separatismo son órdenes para Pedro Sánchez y pesadillas para los españoles. Ni los voceros monclovitas, ni los despropósitos voxeros consiguen tapar los desmanes del actual gobierno de España. Incluso Manuela Carmena los observa escandalizada. La exalcaldesa de Madrid ha asegurado que negarse a reformar la ley de Montero es fruto de una actitud de “soberbia infantil” y de “poca inteligencia”. Así es. La izquierda contemporánea está imbuida de una ideología que fomenta la arrogancia y el infantilismo. Me refiero al tribalismo. 

El tribalista rechaza todo límite en la acción política

El liberalismo es sofisticado, incluso la socialdemocracia requiere ciertas lecturas. El tribalismo, sin embargo, no exige grandes esfuerzos intelectuales. Con inventar enemigos y odiar al prójimo es suficiente. Es una cuestión más psicológica que económica. Está más vinculado a la falta de cultura democrática que a una necesidad material. Por esta razón, las nuevas izquierdas identitarias encuentran mejor acogida entre los sectores acomodados de las urbes que entre los trabajadores y los humildes.

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. EFE/EPA/GIAN EHRENZELLER
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. EFE/EPA/GIAN EHRENZELLER

El tribalista rechaza todo límite en la acción política. Se cree por encima de la ley. Anda con aires de superioridad moral, aunque ninguna de sus acciones otorgue veracidad a dicha creencia. En Identidad (editorial Deusto), Francis Fukuyama afirma que “las democracias liberales contemporáneas no habían resuelto completamente el problema del thymós. El thymós es la parte del alma que anhela el reconocimiento de la dignidad; la isotimia es la exigencia de ser respetado en igualdad de condiciones que los demás; mientras que la megalotimia es el deseo de ser reconocido como superior”.  

Hoy en España tenemos un grave problema de megalotimia, de personas que exigen una dignidad superior sin mostrar méritos concretos para ello. No pocos debates en nuestro país han tenido más que ver con la dignidad que con los recursos o los proyectos. Se nos dice que atacan nuestra dignidad -nos inducen a la indignación- para que sintamos ira y aparquemos el juicio racional sobre las políticas públicas o sobre la ejemplaridad de los gobernantes. Otorgar a un colectivo una dignidad superior a los demás es el fundamento del nacionalismo, esa peligrosa idea según la cual las fronteras de los Estados deben coincidir con el perímetro de comunidades culturalmente homogéneas.

El mismo Fukuyama nos advierte de algo que los españoles ya deberíamos conocer bien: los nacionalistas, en el pasado o en el presente, “a menudo juegan con reglas democráticas, pero albergan tendencias potencialmente ilegales debido a sus anhelos de unidad y comunidad”. No obstante, el populismo tribal de Podemos, adoptado por el PSOE, se construye con los mismos mimbres. En lugar de defender la igualdad entre hombres y mujeres, prefirieron extender la sospecha de indignidad por encima de todos los hombres y legislaron, en consecuencia, pésimamente. 

El tribalista rechaza todo límite en la acción política

La política del siglo XX era una política de ideologías, que oscilaba entre la izquierda y la derecha sobre un eje esencialmente económico. Simplificando en exceso, unos pedían más intervención pública en defensa de la igualdad; mientras otros reclamaban más libertad en defensa de la prosperidad. En este siglo XXI, sin embargo, estamos sufriendo el regreso de las identidades. El debate ya no está en las cuestiones materiales, sino en la definición de identidades. Y es la izquierda quien abandera la introducción de las desigualdades y una corrección política que amenaza la libertad de expresión.

Fukuyama denomina a este fenómeno política del resentimiento: “Un líder político ha movilizado a sus seguidores en torno a la percepción de que la dignidad del grupo había sido ofendida, desprestigiada o ignorada. Este resentimiento engendra demandas de reconocimiento público del grupo en cuestión. Un grupo humillado que busca la restitución de su dignidad tiene mucho más peso emocional que las personas que sólo buscan una ventaja económica”.

Así, estos políticos y estas políticas consiguen fragmentar las sociedades, y arruinarlas, enfrentando en una batalla existencial a mujeres contra hombres, a unos catalanes contra otros catalanes y, así, sucesivamente hasta convertir la sociedad en un mosaico de teselas exaltadas. La política de la soberbia conduce la democracia a un callejón sin salida, a un callejón oscuro donde será apaleada. La democracia se fundamenta en la igualdad ante la ley. Es hija del liberalismo clásico que defiende la igual dignidad de todos los seres humanos y, por lo tanto, la libertad asociada a la responsabilidad. Con el PSOE podemizado y soberbio, todos estos grandes avances de la civilización occidental están en peligro.