De la indignación a la megalomanía
Dejó atrás la lucha de clases y se abrazó al conflicto de identidades. La izquierda contemporánea, totalmente entregada a la política del resentimiento, defiende la desigualdad ante la ley, y lucha en contra de la libertad de expresión del otro. Esta traición a sus orígenes supone un riesgo para el Estado de derecho y el pluralismo, dos de los pilares de la democracia liberal. Sin embargo, su obsesión por construir una falsa superioridad moral ha exacerbado tanto su victimismo y su odio al adversario que ya no solo supone una afrenta a la concordia, sino también al más mínimo sentido de la realidad. Es una obsesión autodestructiva. Dos discursos perpetrados esta semana muestran claramente, sin pretenderlo sus protagonistas, que está sucediendo en la política española.
Por un lado, la presunta mejor estudiante de la Facultad de Ciencias de la Información de la Complutense atentó inmisericordemente contra la oratoria ciceroniana con frases inconexas, incoherentes y gritadas. En la era del enfrentamiento esta es la comunicación que, por desgracia, triunfa entre determinadas opciones políticas: hipérboles sin argumentos dirigidas a las bajas pasiones. No sería de extrañar que se convirtiera en la nueva estrella de la indignación institucionalizada. Su comunicación no verbal bien merece un ministerio podemita, ya que para nada desentonaría en el actual gobierno de la Nación, ni por sus formas, ni por su fondo. Su desmedido odio contra una mujer se sustanció en una rima muy poco poética: “¡Ayuso, pepera, los ilustres están ahí fuera!”.
El discurso de Elisa es la apología de la discordia de Podemos y el PSOE podemizado
Elisa, así se llama la neoindignada, animó a sus compañeros a informarse a través de Twitter, red de la desinformación y de las emociones adversativas por excelencia, en otro claro ejemplo de degeneración posmoderna. Jaron Lanier, pionero de la realidad virtual, nos advirtió sobre cómo determinados algoritmos están sacando lo peor de nosotros, ya que “las redes sociales tienen sesgos, no hacia izquierda o derecha, sino hacia abajo”. Entre sus Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato (Ed. Debate), destaca que estas nos vuelven idiotas e infelices, socaban la verdad y hacen imposible la política. En este sentido, uno aconsejaría humildemente a la alumna de la Complutense que, más allá de sus asignaturas, estudiara también las lecciones que Timothy Snyder desarrolla en su libro Sobre la tiranía (Ed. Galaxia Gutenberg), especialmente una: “Haz un esfuerzo por distanciarte de Internet. Lee libros”.
Y es que de la indignación y la ira no surge la responsabilidad, sino el deseo irracional de venganza. El discurso de Elisa es la apología de la discordia de Podemos y el PSOE podemizado. Cuando se exageran las amenazas y se convierte al adversario en un enemigo, se justifica cualquier medio democráticamente aberrante, porque el único fin es evitar la alternancia en el poder. Es evitar a toda costa que gobiernen aquellos a quienes has definido como un enemigo existencial. Así, el buen gobierno y la buena legislación desaparecen del catálogo de prioridades. Lo único importante será, para esta izquierda, mantener a sus socios contentos y a la sociedad dividida. De este modo, son capaces de llamar feminista a una ley que libera a cientos de agresores sexuales o de reformar el Código Penal al dictado de delincuentes sediciosos y corruptos.
Sánchez también pretende mostrarse como un adalid de la superioridad moral inventando enemigos y exagerando su amenaza
El tono histérico de la estudiante conecta perfectamente con el tono afectado de Pedro Sánchez en el Congreso. Diferentes tonos, pero misma sobreactuación y mismo narcisismo. Sánchez también pretende mostrarse como un adalid de la superioridad moral inventando enemigos y exagerando su amenaza. Lo de la alerta ultra y el fascismo no le funcionó en las últimas elecciones madrileñas; pero, en lugar de rectificar, dobla la apuesta. El narcisista no aprende de sus errores, se tira de cabeza a su charca de mentiras. No sabemos si fue un lapsus, pero las palabras pronunciadas por el presidente del Gobierno esta semana también denotan una preocupante visión del mundo y de sí mismo: “Señorías, hemos tenido que responder a situaciones y emergencias insólitas en estos años. Ayer mismo, en fin, la ciencia nos dijo que el núcleo de la Tierra… Bueno, en fin, me voy a quedar ahí”.
Quizá Sánchez se imaginó a sí mismo invirtiendo la rotación del planeta como Superman en la película de 1978. El delirio de Sánchez sería simplemente risible si no fuera por su irresponsabilidad y reincidencia. La hipérbole ya se la había ido de las manos cuando recientemente comparó a la oposición democrática española con los invasores rusos en Ucrania en un escenario internacional como el Foro de Davos. La megalomanía de Sánchez, como el superhéroe de DC, no es de este mundo. La realidad será, sin embargo, su kryptonita. En fin, de aquellos lodos indignados, estos barros megalómanos. Prometieron cambiar la política a base de rabia y conflicto y, ciertamente, ha sido la única promesa cumplida. La han cambiado, pero a peor.