El alcalde negociador, Collboni
Las cosas en política son cambiantes. Querido lector, usted no sabe hasta dónde pueden ser cambiantes. Y todo pasa por lo que se hace público, que pocas veces tiene algo que ver con lo cocinado en privado. Y este cocinar no es despectivo. En absoluto. La política tiene que pasar por la negociación, en ocasiones con desencuentros y otros con efusivos encuentros. Aunque sean superficiales, como el de ayer entre ERC y JxCat en el Saló de Cent del Ayuntamiento de Barcelona. O profundos, como el que sí se produjo entre Xavier Trias y Ernest Maragall, producto de la desazón del momento.
Pero vayamos por partes. En todas las constituciones de los ayuntamientos de España existieron negociaciones anteriores a las elecciones y posteriores. Casi siempre es así. Se trazan posibilidades de pacto que después los resultados, los verdaderos garantes del juego democrático, dejan en su sitio, ya sean rotos o construidos.
Los diversos frentes en Barcelona
En el caso de Barcelona los frentes eran diversos. Por un lado, existía la posibilidad de echar a Colau. Por otro, conquistar Barcelona para rehacer el independentismo resquebrajado. Había uno más, evitar que esto ocurriera ante el significativo desastre de la ciudad.
Cada uno de estos caminos trazaban líneas sospechosas. Por ejemplo, ¿ser anti Colau significaba no ser de izquierdas? O, ¿votar a Trias era jugar a indepe? O, ¿votar a Collboni convertía en sanchista?
Cuando los mensajes son superficiales todo antagonismo es posible y así se llegó al día de las elecciones en Barcelona. Y la propuesta de Carles Puigdemont funcionó. Le encomendó a Xavier Trias que ganara Barcelona como fuera. Y eso hizo. Eliminó la marca JxCat y se olvidó del independentismo, para centrarse en Ada Colau. A él lo fortalecía y, de alguna forma, a la líder de los Comuns también. Tener un enemigo concreto, fortalece el deseo de los tuyos.
Antes de comenzar la campaña ya se habían trazado posibles alianzas. Una era la denostada sociovergencia. No era tan extraño. En la Diputación de Barcelona ya gobernaban en coalición y los resultados no eran malos. Las áreas de gobierno estaban repartidas y, excepto con algunos pequeños problemas, todo iba funcionando. En este pacto, por cierto, JxCat dejó fuera a ERC, lo que supuso un listado importante de cargos y dinero público para las pequeñas localidades de la provincia gobernadas por Junts.
Collboni, alcalde de Barcelona
La sociovergencia era posible. Pero sólo con un resultado: la victoria de Jaume Collboni y una segunda o tercera posición de Xavier Trias. Después de haber sido gobierno municipal, Collboni no podía ser vicealcalde de Trias. Pero su victoria alargaba una concordia en la ciudad que jamás se ha dado.
Nadie esperaba una victoria de la formación de JxCat. Pero la personalidad de Trias y la evidencia pública, siempre lo público, de que la lacra independentista ya había pasado funcionó. La sorpresa fue cuando la misma noche de la victoria, la criticada Laura Borràs apareció junto a Trias y otros muchos líderes independentistas. La piel electoral se caía y volvían los de siempre. Demasiado pronto. Toque de alerta a las formaciones constitucionalistas.
A la vez, Esquerra lo entendió como una oportunidad de acercarse a JxCat. El tortazo que se dieron los de Oriol Junqueras y Pere Aragonés fue tremendo. Demasiado pacto con Pedro Sánchez. En definitiva, los dos partidos vieron una oportunidad de acercamiento a través de sus dos líderes de más edad. Els avis no hacen daño. Trias y Maragall, juntos.
Pero la semilla molesta ya estaba activada. Y la idea era fácil y puede que compresible por todos. ¿Tanto PSOE, como el PP, como los mismos Comuns, vía Colau, archienemiga, iban a permitir que se proclamara a un alcalde que representaba el peor “procés” de estos últimos años?
En resto ya forma parte del pacto y el diálogo a puerta cerrada. Un movimiento que dará para criticar durante semanas al Gobierno Collboni como no un producto de Barcelona, sino de Madrid. Pero este ya será otro capítulo, pronto en sus pantallas.