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El poder por el poder de Podemos

El movimiento del 15M rechazaba la idea del poder por el solo hecho de ser poder. Su fuerza se transformó durante aquellos días de la primavera de 2011 en un reparto en comandita de las decisiones que podían conducir a un cambio. La palabra era indignación.

Los recortes, el paro, la insatisfacción social se reunieron en las principales plazas de al menos 50 ciudades españolas y de ahí aparecieron los líderes que han dirigido la transformación en partido de aquello, llamase Podemos.

El proceso intelectual de lo ocurrido, todo gran movimiento, nace de un trabajo anterior entre bambalinas, se resume en un libro, éxito en ventas, titulado “¡Indignaos!”, del francés Stéphane Hessel. Su solvencia emanaba de haber sido uno de los redactores de la Declaración Universal de Derechos Humanos. Nada más honesto ni claro. Su propuesta pasaba por un alzamiento “contra la indiferencia y a favor de la insurrección pacífica”.

Aquello cuajó y los indignados comenzaron a proferir el conocido mensaje del “sí se puede”, avalado en la fuerza de la colectividad.

De pronto, el carisma de Pablo Iglesias se hizo verbo, y el resto ya lo conocen

Los reunidos en las plazas se empoderaron, un verbo muy contemporáneo, y sus líderes, que no eran tales entonces, pero actuaban como lo que más tarde demostraron ser, comenzaban a aparecer y ser conocidos gracias a una red de medios de comunicación que comenzaron a construir con anterioridad. De pronto, el carisma de Pablo Iglesias se hizo verbo, y el resto ya lo conocen.

Pablo Iglesias durante su intervención en el acto electoral de Unidas Podemos en Palma.- EFE/CATI CLADERA

Han pasado 12 años de todo aquello y, en estos momentos, el espectáculo que Podemos, Sumar, Más Madrid y hasta 12 formaciones, está muy alejado de la aureola de aquellas movilizaciones del 15M.

Los gritos en las plazas iban contra el bipartidismo y el poder que ejercía sobre la sociedad. Se criticaba el juego de reparto de los poderosos, una palabra resumen de algo bastante más complicado, pero que en momentos de efusividad panfletaria funcionaba a la perfección.

Curiosamente, el 15M provocó que unos meses más tarde de aquel mes de mayo, llegara al Gobierno el PP de Mariano Rajoy.

El PSOE entraba en caída en barrena y la respuesta de los que no confiaban en movimientos que llamaban a la construcción de algo desde la indignación, se notó en las urnas. De hecho, Pedro Sánchez es producto de los efectos secundarios en el PSOE de lo surgido en el 15M.

Aquello fue el abono perfecto para la consolidación de todo aquel movimiento de izquierdas que no veía en el PSOE solución para nada. El voto de Podemos y compañía se consolidó con victorias muy importantes como fueron las alcaldías de Madrid y Barcelona.

Pero el poder hay que gestionarlo. Siempre es así. Un Estado no es una cooperativa. Y aquello que de forma innata le quitaba el sueño a Pedro Sánchez, ha acabado siendo una realidad. Puede que no tuviera más remedio que pactar con el Podemos de Pablo Iglesias, pero en ocasiones los remedios obligados se convierten en problemas sistémicos.

La paciencia en general ha sido máxima. No parece posible que en el PP o en el PSOE se aceptara en un mismo Gobierno una pareja de ministros. Pues ha ocurrido con Sánchez: Pablo Iglesias e Irene Montero. Tampoco lo hubiera permitido aquel movimiento del 15M con ministros socialistas o populares. Mala cosa la ceguera política.

No parece posible que en el PP o en el PSOE se aceptara en un mismo Gobierno una pareja de ministros

Para Sánchez es como quitarse brea del cuerpo. Pegajosa e incómoda, se adhiere a la piel con ganas. Ni los buenos disolventes. La única fortuna es que no todo el movimiento actúa con irresponsabilidad. Va por familias. Por supuesto que no es lo mismo Yolanda Díaz que Irene Montero, que jamás se disculpará por el desastre de la Ley del sí es sí.

La puerta al bipartidismo está abierta, una vez disuelta la fuerza de Ciudadanos y puesta en duda la de Podemos, por mucho que ahora vaya de Sumar. Solo queda por mesurar los restablecimientos de las fortalezas de Vox. Ante un PP muy centrado, las costuras pueden romperse, por un lado. Y ya saben lo que ocurre.