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Pellizcos de monja

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Como ocurre también con otras expresiones, en ocasiones utilizadas de manera cotidiana, “pellizcos de monja” no es lo que parece. En realidad, y establecido en el diccionario de la Real Academia de la Lengua, un pellizco de monja es un bocadito de masa con azúcar, aunque su significado más exacto se alberga recogido en el imprescindible María Moliner cuando lo define como aquel pellizco ejercido sobre poca carne retorciéndola, resultando así especialmente doloroso, mientras se mantiene una sonrisa monjil beatífica.

Bocaditos de masa

Y en eso se nos está convirtiendo la política durante la precampaña electoral, en bocaditos de pastelería con crema envenenada amasados por dedicadas monjas encerradas en sus conventos. Pequeñas traiciones, incluso provenientes desde el siempre depurador fuego amigo; si no te consigues acostumbrar a los juegos traicioneros entre hermanos, es que no sirves para esto. Que se lo digan a Yolanda Díaz cuando, sin faltar a su estilo, según ella dice, le ofrece un bocadito de monja a la antigua abadesa del feminismo, destituida y vuelta al estatus de mera novicia. Desde Valencia, los bocaditos llevan una crema con sabor a naranja amarga, muy al gusto de paladares ingleses, con lo que no le resultará un sabor conocido a Feijóo. Ya lo decía Frank Sinatra, quien sabía y mucho sobre el manejar de La Familia: “para tener éxito, hay que tener amigos; para tener mucho éxito hay que tener enemigos”. Y si no los tienes, lo mejor es buscarlos.

Retorcimiento malévolo

Torniscón malintencionado, el pellizco de monja mantiene, en su vertiente física, incluso, un carácter pedagógico. En el fondo, es por tu bien. Un pequeño dolor conlleva un gran aprendizaje, nos susurran desde la editorial Marvel. Ahora, todo se aprende en las consolas, incluso el cine está ya preso en el incipiente metaverso. Sánchez no deja de tirarle pulgadaras a Feijóo, y este le responde con salidas del tablero, cuantificando las diferencias y los porcentajes. A esta nueva regla del ajedrez político lo denominan ahora aritmética parlamentaria. Feijóo, mientras tanto, ejercita las cuatro reglas aprendidas de niño en el mostrador de la casa de su abuela en Os Peares, y, como digno sucesor de don Manuel (que ¿qué don Manuel? Pero si no hay otro en Galicia…), se le da mejor el dominó y sabe llevar “de cabeza” los puntos. Pérez-Castejón, socialista de última generación, pero con apellido compuesto, no vaya a ser que haya que salir de España definitivamente y nobleza obliga, aprovecha, una vez más, las antiguas amistades de Feijóo para volver a echarle en cara trasnochadas vacaciones pagadas en yate de semilujo. Regreso al pasado que no presagia un buen futuro. Otra vez con la manida foto que resulta ya digna de un álbum fotográfico regalado con motivo de una primera comunión; antiguo, olvidable. A este paso, resucita el dóberman, pero ya metido en años.

Estrategias de convento

Las estrategias del “pero tú más” parece que ya declinan, que no funcionan, vaya. La reinvención de las maneras en nuestra política precisan, con urgencia, un reflexivo viaje por el severo mundo de la innovación. Debiéramos exigir que cada partido se centre en lo suyo y que se deje de recriminar al contrincante lo que cada uno de ellos tampoco cumple. Quizás la base del triunfo posible de cada una de las opciones políticas que tienen posibilidades de gobierno, PP y PSOE, pase por el ejercicio de la coherencia hasta la jornada final del 23 de julio. La inconsistencia programática (¿programa?, ¿qué programa? Pero, ¿se presenta Anguita?), los errores veraniegos debidos al calor azul o la sobrexposición mediática y los ejercicios de funambulismo de cuerda bastante floja, dada la tórrida fecha para la votación, acabarán pasándole factura a quien no tenga en cuenta la madurez cada vez mayor del electorado español. Habrá sorpresa.

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