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Bonos catástrofe

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Como se suele decir, si en el anterior artículo, publicado el día 17 de octubre, hago una metáfora del mundo humano comparándolo con un casino y sus apuestas –en el que, por cierto, también la banca siempre gana, entre dos y tres billones de dólares al año, por intereses pagados por deudas, comisiones, costes de préstamos y otros cargos relacionados con la financiación, esto es, por “jugar” con nuestro dinero–, pues resulta que, unos días después de dicha publicación (el 21 de octubre), el espacio La noche temática, en TVE 2, emitió sendos documentales bajo el título genérico de Planeta Finanza.

Y como también se suele decir que “las casualidades no existen”, parece evidente lo que estamos haciendo en y con este planeta. Empezando por cómo se le caracteriza en el propio programa, diciendo que es “un mundo impredecible y opaco… complejo e influyente” que, para la mayoría de las personas, “sólo se vuelve visible cuando los mercados financieros colapsan”. Que nos lo digan a los llamados ciudadanos de a pie, que todavía estamos pagando la crisis del 2008 de Lehman Brothers y todo el sistema financiero.

Pero lo que más me llamó la atención de lo emitido es que hasta se hace negocio de los desastres. ¡Increíble!… Existen “bonos catástrofe”, lo que, sin duda, conecta directamente con el título de mi anterior artículo, referente a la famosa frase que se dice en los casinos (“hagan sus apuestas”), pero en este caso en el ámbito de nuestra existencia.

Dichos bonos, también conocidos como cat bonds o catastrophe bonds en inglés, son instrumentos financieros utilizados para transferir el riesgo de desastres naturales o catástrofes a los mercados financieros. Estos bonos se emiten a menudo por gobiernos, compañías de seguros o instituciones financieras y se utilizan para especular con el impacto económico de eventos catastróficos como terremotos, huracanes, inundaciones y otros desastres naturales.

Por ejemplo, tras el huracán Sandy, en 2012, además de las muertes habidas (235) y los daños por valor de 53.000 millones de dólares, solo la ciudad de New York tuvo que hacer frente a un gasto por desperfectos de unos 800 millones de dólares, resultando que los seguros solo cubrían unos 500 millones. (Aprovecho para citar también la serie de la misma cadena, TVE 2, titulada Ciudades bajo amenaza, donde se puede comprobar perfectamente los impresionantes efectos desastrosos que ya se están produciendo en muchas ciudades, debidos al cambio climático que estamos provocando).

Precisamente, de este tipo de situaciones, cada vez más frecuentes, ha surgido la idea de que los inversores apuesten por determinadas catástrofes, desde cuánto subirá el nivel del mar en un lugar a cuándo va a producirse una tormenta solar que nos deje sin comunicaciones. Habiendo personas que se dedican a calcular la mínima probabilidad de que ocurra un desastre y, sobre todo, la magnitud de los daños.

Coche sumergido en Nueva York tras el paso del huracán Sandy / EFE

Tal y como lo explica en el documental la estratega financiera Nora Ostrovskaya: “Es exactamente igual que un seguro. El seguro (en este caso la parte inversora) cobra tu prima mientras todo va bien y se supone que te paga cuando tienes daños y pérdidas”. Para el inversor Nat Manning el negocio consiste en “ser capaz de predecir ese riesgo y ponerle precio”.

Intentando explicarlo con mis palabras, se me ocurre el paralelismo con el juego de naipes llamado “las siete y media”, en el que se van pidiendo cartas (las figuras valen medio punto y el resto de cartas su valor nominal) y gana quién se pare lo más próximo a esa cifra y sin pasarse de la misma. En este caso, el límite al que se apuesta que no va a llegar la catástrofe es lo que motiva la “inversión”.

Con lo cual, por una parte está el lado positivo de esto, que es la forma de financiación que supone para las arcas públicas ante estas situaciones. Pero lo que me parece perverso y que refleja bastante nuestra forma de ser como seres y como especie es que, si he entendido bien, haya quien se dedique a ganar dinero de esta forma, en base a que se produzca una catástrofe dentro de unos determinados cálculos.

No me quiero poner más macabro de lo que ya de por sí refleja la realidad cotidiana, pero es que me cuesta pensar que alguien pueda apostar a ver cuántos muertos habrá en el conflicto judeo-palestino, o cuántas personas se ahogarán este año en las pateras o perecerán por hambre.

Al menos esto es lo que recoge y refleja el primero de esos documentales, La naturaleza de la bestia (ya solo por el título, está claro que mi comparación con el casino se queda corta). Más concretamente, en el caso del corredor de bolsa Bob Iaccino, cuando recuerda que la parte de su carrera más rentable fue el 11-S (el atentado contra las torres gemelas de New York): “Aquel fue mi mejor año, y lo detesto, sinceramente”. Añadiendo la siguiente guinda de este abominable pastel: “La volatilidad es lo que necesitamos. Cuando las cosas están tranquilas, no ganamos mucho dinero”.

De hecho, en dicho documental se dice explícitamente, por boca del catedrático Peter Eeckhout: “El hambre, la guerra, hacen que los mercados suban. Y para cualquiera que esté jugando con los mercados e invirtiendo, es una oportunidad de ganar dinero”. ¡En fin!

Precisamente, el segundo de esos documentales, cuyo título es ya de por sí también bastante elocuente, Catástrofe a la venta, aborda cómo se puede convertir un desastre medioambiental en un negocio lucrativo. Es decir, que el caso es ganar, aunque sea a costa o a pesar de prácticamente cualquier cosa, incluidos cataclismos. En el propio programa se dice que “es difícil calcular el riesgo de una guerra, de una pandemia o del cambio climático. Pero en el Planeta Finanzas, incluso este tipo de riesgo es un buen modelo de negocio. Porque el capital anda siempre buscando la forma de crear nuevos escenarios con los que obtener un beneficio”.

Tras ponerme a escribir este artículo, he recordado que también tenemos bonos basura, fondos buitre, subprime, acciones preferentes, préstamos abusivos, especulaciones bursátiles con los alimentos básicos o apuestas de todo tipo. Es decir, que el mundo al que hacen referencia ambos documentales bien podría llamarse Planeta Pervertido. Aunque siguiendo con la metáfora del casino y su jerga, si en vez de analista fuese crupier social, ante el panorama visto y de lo que nos estamos jugando, no me quedaría otra que gritar eso de “¡¡¡no va más!!!”.

(Recordar también que, por ejemplo, el hambre en el mundo se podría solucionar con la ínfima parte –comparativamente casi se diría que microscópica– de cualquiera de las partidas que se manejan en ese gran casino en que hemos convertido el planeta. Si ya se ha calculado que con unos mil cien millones de dólares al año se mitigaría tal catástrofe humanitaria, ello resulta que supone el 0,02% de lo que se gasta anualmente en energía o en obras, o el 0,05% anual del presupuesto militar a escala mundial, es decir mucho menos o ni tan siquiera el 1% de cualquiera de las grandes “apuestas existenciales” descritas en el artículo anterior. Definitivamente, como también se suele decir, “es para hacérselo mirar”).

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