Hagan sus apuestas… existenciales
Parece que, de un tiempo a esta parte, nuestro sino responde o es como el juego de la ruleta (rusa diría). Así, parece que unos apuestan en la vida por par y otros por impar, por rojo o negro. Precisamente, apuestas posicionadas a un lado (derecha) y otro (izquierda) de la mesa de juego.
Lo que, traducido a la situación de todos nosotros como especie, se puede comparar por qué enfrentamiento, conflicto, guerra, explotación, especulación, dominio, lacra, despropósito, injusticia, abuso, latrocinio, corrupción, desigualdad, opresión o imposición apostamos. Es decir, existencialmente no padecemos de ludopatía, como ocurre con los juegos de azar, sino de sociopatía, regida por dos componentes fundamentales, la codicia y el odio, más el envoltorio de la mentira.
Parece que no hay nada o muy poco normal en este escenario común, esto es y como diría mi madre, que “vivimos en un mundo de locos”. De hecho, más que a opiniones y siguiendo con la metáfora, me puedo remitir a “en qué nos jugamos los cuartos” a nivel mundial. Aunque las partidas presupuestarias importantes varían en diferentes países y regiones, según las necesidades y políticas específicas de cada lugar, en base a los datos disponibles se obtiene la siguiente impresión sobre nuestras actuales “apuestas existenciales”.
Nuestras armas de destrucción masiva serían meros juguetes comparadas con las fuerzas de la naturaleza
Mientras que la producción de energía se lleva la mayor parte del montante, unos seis billones anuales, como para dejar los combustibles fósiles, seguido de las infraestructuras (casi cinco billones de dólares al año), caracterizadas por los grandes mecenas de la humanidad que dirigen las constructoras, resulta que, por ejemplo, el gasto militar (unos dos billones de dólares anuales, más otros tres mil millones del tráfico de armas) supera con creces (casi cuadriplica) al de agricultura y seguridad alimentaria, o al destinado al medio ambiente (medio billón) o al que mueve el narcotráfico (entre 320 y 400 mil millones de dólares al año, según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito).
Y aunque la sanidad, la educación, la investigación, la tecnología y la comunicación también supongan partidas de gasto considerables, no ocultan las prioridades actuales de los dispendios humanos y, por tanto, un perfil de cómo somos o nos comportamos. Sobre todo, porque parte de esos gastos también son destinados a los menesteres antes aludidos, como pasa en el caso de las tecnologías e investigaciones, muy relacionadas también con lo militar. Mientras que, en la sanidad se sabe que la industria farmacéutica vela sobre todo de sus intereses.
De un modo más ilustrativo que nada, este podría ser actualmente el “gran casino” de nuestra existencia como especie.
Aunque a mí no me han tocado ni los cromos que rifaban en el colegio cuando venía el comercial con un nuevo álbum (ahora son los influencers los que hacen esta labor a gran escala), planteo una apuesta en la que todos los conflictos y barrabasadas que nos hacemos entre nosotros mismos sean una opción (por ejemplo la par) y las consecuencias derivadas de nuestra acción en el planeta, lo que se puede llamar genéricamente el cambio climático, sea la otra opción (la impar).
Pues, como se suele decir, “con todo lo que está cayendo” (guerras militares, económicas, políticas, energéticas, sanitarias o bacteriológicas, religiosas, por el poder, por el control, por los alimentos, por el agua, por los recursos, guerras frías, de (des)información, de confusión, de miedo, contra la libertad y los derechos humanos, por el tráfico ilegal de cualquier cosa, terrorismo, descolonizaciones, migraciones, genocidios, violencias de todo tipo, etc.). Si todo eso constituyera una opción en la supuesta apuesta referida y la otra fuesen las consecuencias del cambio climático que estamos provocando y al que seguimos sin ponerle remedio, mi apuesta sería por esta última opción.
A mis reiterados artículos sobre el tema, simplemente añadiré los últimos datos y estudios. El primero referente al descongelamiento de masas de hielo, no ya del último glaciar español en el Pirineo o el del Ródano francés (glaciares que tardaron miles de años en conformarse), ni tampoco de que China trate de evitarlo tapando los de su territorio, sino a que el Ártico se ha calentado cuatro veces más rápido que el resto del mundo en las últimas décadas.
Si se mantiene la “senda de emisiones elevadas” el Ártico perderá completamente el hielo marino hacia 2080
Un estudio reciente publicado en la revista National Geographic revela que, desde comienzos del siglo XX, se ha observado un incremento del 30% en la desaparición de la capa superficial de hielo. Y los científicos estiman que la extinción total de esta capa de hielo del Ártico supondría una elevación de 7 metros del nivel global del mar. Es decir, que desaparecerían ciudades como Calcuta y Bombay (India), Shanghái (China), Bangkok (Tailandia), Ho Chi Minh (Vietnam), Nueva York y Miami (Estados Unidos), Tokio (Japón), Ámsterdam (Países Bajos) o Londres (Reino Unido). Mientras que, en España, Santa Cruz de Tenerife, Cádiz, Valencia, Barcelona o A Coruña serían las más afectadas. Es decir, que nuestras armas de destrucción masiva serían meros juguetes comparadas con las fuerzas de la naturaleza.
Si se mantiene la “senda de emisiones elevadas” en la que seguimos consumiendo y quemando combustibles fósiles y aumentan los niveles de contaminación que calientan el planeta, el Ártico perderá completamente el hielo marino hacia 2080. Además, los eventos de deshielo cada vez más poderosos podrían ocasionar el resurgimiento de virus y bacterias desconocidos que pasaron decenas de miles de años congelados en el permafrost del Ártico. Mientras que, como vengo “apostando” a un efecto determinado, las corrientes oceánicas se verán afectadas y, entonces, será el fin de nuestra historia
Para completar el panorama de esta apuesta, otro estudio, publicado en la revista PNAS, indica que más de 4.000 millones de personas que viven en Pakistán, India, China y el África subsahariana, la mitad de la población humana, corren peligro de muerte si la temperatura media del planeta aumenta 2 grados centígrados, cuando en 2019 se ha alcanzado 1,1º por encima de los registros preindustriales. Según el estudio, estas zonas experimentarían tantas horas de calor al día que superarían la tolerancia humana. Indicando también que el cambio climático está en un punto de no retorno y que las temperaturas extremas y los fenómenos meteorológicos cada vez más frecuentes son una muestra de ello.
Así que “hagan sus apuestas” sobre nuestra existencia. En mi caso, espero que el azar me siga siendo esquivo.