Abundando en la estupidez
Que no hiciese falta presentar a Rob Riemen y fuese conocido popularmente como, por ejemplo, Donald Trump, daría ya una idea de lo que pretendo decir en este artículo, cuyo contenido he tomado prestado precisamente de este autor, más precisamente de otro que él cita en su magnífico libro, como todos los anteriores, El arte de ser humanos (2023).
Rob Riemen (1962) es un filósofo y escritor neerlandés, fundador del Instituto y de la revista ‘Nexus‘, desde los que se abordan cuestiones sobre la humanidad y la vida, entre ellas cómo es que el humanismo europeo ha desaparecido como ideal de civilización o cuál es el valor de la cultura. Sus escritos también exploran los peligros del populismo, el surgimiento del extremismo y la necesidad de un compromiso renovado con los valores intelectuales y morales en la sociedad.
El caso es que, leyendo su último libro, ya referido, no paraba de sorprenderme el paralelismo y la similitud de procesos que, a pesar de lo catastrófico y nefastos que han sido, los volvemos a cometer. Haciendo así realidad la manida expresión de que “la historia se repite” o, también, acertado el dicho de que somos “el único animal que tropieza dos veces (por desgracia muchas más) con la misma piedra”.
Concretamente, en esta ocasión voy a referirme a su descripción de cómo se eleva la estupidez humana hasta cotas que tantas desgracias nos acarrean. Para ello, Riemen nos sitúa históricamente tras la victoria en las elecciones democráticas de Adolf Hitler y con Benito Mussolini gobernando también en Italia.
De aquella, más de 200 escritores decidieron hacer un congreso internacional, el 21 de junio de 1935 en París, denominado Por la defensa de la cultura. Entre ellos estaban Aldous Huxley, el hijo y el hermano de Thomas Mann (ya que a él le coincidió con una recepción del presidente de los EE.UU.), André Gide, Henri de Malroux, Boris Pasternak, Anna Shegers, etc. Pero Riemen se centra en la figura del escritor austríaco Robert Musil (1880-1942), al que “no le gustaba la política porque los políticos con mucha frecuencia forman parte de la cultura de la mentira, mientras que él [Musil] aspira a dedicar su vida a la verdad”.
Ya en 1922, ese mismo autor, considerado uno de los novelistas en lengua alemana más importantes (junto al propio Thomas Mann y Franz Kafka), hizo un balance de Europa tras la Primera Guerra Mundial, diciendo que “la realidad y la vida quedaron efectivamente sin significado, porque falta una verdad que le dé sentido”. Y, una década después, parece que su análisis se repite, afirmando en dicho congreso que resultaba urgente “rehabilitar conceptos políticamente abusados y abandonados: libertad, apertura de espíritu, valentía, responsabilidad y crítica. E incluyo enfáticamente el amor a la verdad, porque si bien aquello que llamamos cultura no se engloba directamente bajo el concepto de verdad, una gran cultura no puede estar cimentada sobre una relación equívoca con la verdad. Y si estos atributos no son promovidos por un régimen político, tampoco van a expresarse en la cultura”.
La realidad y la vida quedaron efectivamente sin significado, porque falta una verdad que le dé sentido
Pero, según relata Riemen, parece que las palabras de Musil no tuvieron una acogida como la que él esperaba. Contando también que cuando regresaba en el tren de París a Viena, mirando el paisaje, se acordó de una estrofa del poeta Rainer Maria Rilke:
Cada una de estas revisiones del mundo
produce una vasta muchedumbre de desheredados
que no tienen ni aquello que fue, ni lo que será.
“Y de golpe, Musil comprende que estos desheredados son su público. Ya no pueden creer en el humanismo ni en la cultura de la Bildung [palabra alemana que se refiere al proceso de formación integral de una persona, más allá de la adquisición de conocimientos y habilidades técnicas], y también han perdido la confianza en la ciencia y el progreso antes de la Gran Guerra. Se les ha arrebatado esa herencia. Y lo que les espera –inevitablemente, a juicio de Musil– es una religión política basada en ilusiones. En realidad, su herencia no es otra que una estupidez superior, a la medida de su inteligencia”.
Algo, el concepto de estupidez, que, según Riemen, el propio Musil se encargó de aclarar en la segunda parte de su libro más famoso, El hombre sin atributos: “En realidad, existe una condición media del espíritu y del alma, que carece de pudor en su presunción, tan pronto se presenta bajo la protección de un partido o nación o corriente artística y que, en lugar de Yo permite decir Nosotros. Con una reserva perfectamente comprensible y trivial, esa presunción también puede llamarse vanidad, y en verdad el alma de muchos pueblos y Estados aparece dominada por sentimientos entre los que la vanidad ocupa de forma innegable un puesto preeminente; y, por otra parte, entre la vanidad y la estupidez siempre ha habido una relación, que quizá pueda proporcionarnos una indicación útil”.
Equiparando Musil en la explicación de esto que “como el individuo megalómano en sus alucinaciones, [las personas vanidosas] no sólo creen detentar el monopolio de la sabiduría, sino también el de la virtud, y se consideran valientes, nobles, invencibles, pías y buenas; y que, entre los hombres, existe una propensión en particular, la de permitirse, cuando se presentan en masas, todo lo que les está prohibido como individuos”. Continuando Riemen: “Y ese comportamiento también es causado por la estupidez, porque hay algo así como ‘la práctica de la estupidez’. Ésta se expresa, por ejemplo, en el lenguaje, especialmente en insultos e improperios abundantes, que no indican otra cosa que la ausencia de ideas y palabras. Se apaga la inteligencia”.
Supongo que se puede decir más claro, pero me parece increíble que estos análisis encajen –sigan encajando– perfectamente en nuestro “avanzado” siglo xxi, es decir, cien años después de que alguien como este erudito los (d)escribiese. En otra parte de su libro, Riemen compara este menoscabo humano cual virus, llegando incluso a decir que se extiende como una pandemia y con consecuencias mucho peores.
“A juicio de Musil, ya no es posible simplemente regresar a esas ideas [libertad y razón], sin cambiarlas, cada nueva generación deberá dilucidar qué es verdadero, sensato, importante y definir, por contraposición, lo que es estúpido. Porque: ‘¿Qué noción, o noción parcial, se puede tener de la estupidez, cuando la noción de razón y de inteligencia está en decadencia?’. Y entonces [Musil] hace referencia a un muy conocido manual de psiquiatría: ante la pregunta ‘¿qué es la justicia?’, los autores consideraban que la respuesta ‘que el otro reciba un castigo’ podía estimarse como un ejemplo de imbecilidad. Sin embargo, hoy en día ese tipo de respuesta constituye el fundamento de una interpretación muy popular del derecho”.
¿A qué me/nos suena todo esto?