Lo saben los chinos: las sedes de las empresas no regresarán a Cataluña
El acuerdo Junts-PSOE abre un debate estéril y orilla el problema de fondo del declive incuestionable de la economía catalana
Los bazares chinos son como los niños muy pequeños y los borrachos: no te engañan y te dicen la verdad de las cosas. Los chinos son así, tienen de todo y siempre colocan en la puerta o en el inicio del pasillo con el que te chocas nada más entrar -uno de los 50 que hay en sus tiendas- aquello que más se demanda. Si algo es importante o está de moda o vende, está en un bazar chino bien visible. Si no encuentras lo que buscas allí, estás muerto. Los chinos te dicen la verdad.
En Barcelona, las banderas esteladas, las que representan esa república independiente catalana proclamada solemnemente en el Parlament el 27 de octubre del 2017, ya hace mucho tiempo que no están. Ni en los chinos, ni en las calles ni balcones. Sea por cansancio, hastío, desesperación o por la simple asunción de la realidad, la desaparición paulatina de las banderas es una muestra más de que ahora muchos catalanes de Main Street -los pequeños empresarios, los autónomos, los trabajadores, las familias- habían pasado página.
La decadencia del independentismo
Otra cosa es lo que pasaba con el independentismo político. Después de la fractura que desencadenó la salida de Junts del Govern hace un año, la cuestión de los últimos tiempos era reinventar la estrategia después del rotundo fracaso del 2017 y del baño de realidad de los años posteriores. Se trataba de ver cómo asumir la derrota, cómo explicar lo ocurrido, cómo vivir, en suma, lo que quedara de vida. La contundente respuesta judicial del Estado, primero, y los indultos, después, llevaron a los independentistas al diván, mientras los efectos de lo acontecido, muchos de ellos de largo alcance, se mantenían ahí, castigando a las familias y a las empresas.
El procès se detuvo, se instauró la duda en la política, la vida siguió. Y así llegamos al pasado octubre, cuando el universo independentista tenía varios aniversarios destacados. No celebró ninguno. El día 1 se habían cumplido seis años del llamado referéndum de autodeterminación, al que siguió la declaración unilateral de independencia -esa que tenía que ser reconocida internacionalmente, pero que se suspendió inmediatamente y luego supimos que fue simbólica-.
En medio, el día 15, el calendario recordó la sentencia que llevó a prisión en el 2019 a los líderes del procès. Todos pasaron sin pena ni gloria. Pero la aritmética parlamentaria derivada de las elecciones generales del 23 de junio brindaba una oportunidad de oro al independentismo. Y la ha aprovechado.
Los alcances del acuerdo
El acuerdo entre el PSOE y Junts firmado el pasado 9 de noviembre se propone abrir “una nueva etapa para resolver el conflicto” y garantizar, de paso, la investidura de Pedro Sánchez. Además de incluir propuestas imposibles y deseos inabordables, los dos firmantes coincidían en decir que “se abordarán los elementos esenciales de un plan para facilitar y promover el regreso a Cataluña de la sede social de las empresas que cambiaron su ubicación a otros territorios”.
La declaración es importante porque la Generalitat ha negado la mayor durante años. Para el Govern, siempre preocupado por el relato, no había fuga de empresas, el impacto de los miles de salidas de compañías era irrelevante, nada de eso afectaba a la economía ni al empleo, y quienes hablaban del tema solo buscaban la crispación y el enfrentamiento entre territorios. Entonces, ¿por qué ahora hay que trabajar en su retorno? Junts reconoce por fin en el documento que sí que hay caso, aunque quizás yerra en su análisis, porque lo relevante, según el sentir predominante en el mundo empresarial, no es precisamente el lugar donde se ubican las sedes…
El problema de Cataluña, de su economía, es el declive, la pérdida de peso en el conjunto del país, la influencia menguante de sus empresas y directivos, la creciente irrelevancia en tantos ámbitos de actividad. Barcelona mantiene un buen nombre, sobre todo para el turismo, pero cuenta cada vez menos en la banca, los mercados, las telecomunicaciones, la industria, la moda y, por supuesto, los servicios profesionales de alto valor añadido.
Desde la Gran Recesión, Madrid -sobre todo, Madrid, pero no solo- ha aprovechado muy bien el tiempo. ¿Y Cataluña? No ha estado en esa guerra y, de rebote, ha podido comprobar que el dinero es cobarde y que los inversores quieren garantías, seguridad, visibilidad, confianza, influencia, poder y un clima favorable para los negocios.
Las diferencias entre Madrid y Barcelona
Hoy no hay color entre la Castellana y la Diagonal. “Las sedes empresariales me dan absolutamente igual”, dice un abogado barcelonés de una de las llamadas Big Four. “A mí lo que me fastidia es que, cuando hay alguna operación grande por aquí, cada vez es más habitual que vengan los equipos de Madrid a hacerla o, peor aún, que los empresarios se vayan directamente a la capital a buscar allí a los asesores”, añade el socio director de un despacho que cuenta con oficinas en las dos principales ciudades de España. La dinámica de fondo difícilmente cambiará ahora y mucho menos con la tensión en la calle y el regreso de determinados mensajes políticos que parecían ya olvidados.
¿Las sedes? Nadie se plantea un regreso masivo de empresas porque ningún consejo de administración ve nada que ganar con el paso. El relato aún está demasiado alejado de la realidad, que es tozuda. Lamentablemente para los catalanes, la impresión es que nada va a mejorar a corto plazo. Eso también lo saben los chinos.