¿Somos una república bananera?
En Economía Digital celebramos esta semana 15 años y nuestro editor presentó al grupo como antídoto ante la polarización y la trinchera que caracteriza la vida pública nacional. La polarización y la trinchera, que combate Economía Digital con información de rigor y análisis plural, es el camino hacia el populismo y este, a su vez, el precipicio por el que se degrada la democracia.
Durante el gobierno de Pedro Sánchez, la democracia española, según The Economist, ha pasado del lugar 18 al 22 en el mundo. No se sabe aún que impacto tendrá en nuestra posición los acuerdos de Sánchez con Puigdemont cuando se publique el ranking de 2023, pero nada bueno podemos esperar.
El parlamento europeo mantuvo hace pocos días un debate sobre qué efectos tendrá sobre la democracia española los acuerdos del PSOE con los separatistas catalanes. La asimilación de España a Polonia, qué ya enterrado el populismo con la victoria de Tusk, y Hungría, sobrevoló el hemiciclo de Estrasburgo. La intervención por parte del Partido Popular Europeo PPE de su jefe de filas, el alemán Manfred Werner, no hizo más que poner el foco sobre las dudas que España suscita en la capital comunitaria.
Para una nación, como España, tan dependiente de ayudas europeas, que se cuestione su democracia y su compromiso con los valores fundacionales de la Unión Europea no sale gratis.
España, una república bananera
Cuando un país, como España, ve sometido su poder judicial al poder político, los delincuentes son excarcelados y las partes usan mediadores internacionales para resolver sus problemas internos, tiene todos los visos para ser considerado una república bananera.
Si España no formara parte de la Unión Europea, hoy ya habríamos caído absolutamente en las garras del populismo separatista de Junts, ERC, Bildu y el PNV. Una vez se ha colonizado la fiscalía general del estado, el tribunal constitucional, el tribunal de cuentas, el CIS, los medios de comunicación públicos, el INE y el poder legislativo y se han dictado leyes injustas que exculpan a políticos que han delinquido y malversado y desde el poder legislativo se juzga en comisiones de investigación a jueces y policías España no es, como la denomina The Economist, una democracia perfectible, es un país en la rampa a los infiernos.
La última frontera, que puede devolver a España a la casilla de salida previa al 20 de noviembre de 1975, es la Unión europea, pero, lamentablemente, no es seguro que Europa acuda en socorro de España.
Para las instituciones europeas, atacar a la Polonia de Kaczinsky o a la Hungría de Orban era fácil. Ninguno de los dos gobiernos formaban parte de los tres grupos sistémicos que tienen el poder en Bruselas: el PPE, S&D (socialistas) y Renew (liberales). Polonia era conservadora (ECR) e Hungría había abandonado la disciplina del PPE, en definitiva, gobiernos outsiders.
Los tres grandes partidos europeos pactan entre ellos y se reparten el poder en las tres instituciones: La Comisión con presidencia popular y vicepresidencia socialista, el Parlamento con presidencia rotatoria entre los dos grandes partidos y el Consejo en manos liberal. Este pacto entre fuerzas moderadas, para hacer frente los extremos de derecha e izquierda, se mantendrá tras las elecciones europeas de junio de 2024 y, por lo tanto, los populares se podrán quejar de la deriva autoritaria de Sánchez, pero no llegará la sangre al río porque los socialistas europeos bloquearan la crítica a Sánchez y las sanciones a España.
Los españoles y sus instituciones no podemos contar con el apoyo europeo para hacer frente al atropello del sanchismo, el futuro no es incierto, es una certeza que nada bueno nos espera.