Podemos dejó de Sumar
El virus de la autodestrucción estaba allí, siempre estuvo allí, incubándose desde sus propios orígenes. La nueva política traía consigo lo peor de la antigua, pero con un insufrible infantilismo añadido. Creían que nada debían al pasado y nos están dejando un futuro peor, mucho peor.
Pablo Iglesias fue construyendo su partido a base de compañeros de facultad y algo más que amigas. El personalismo, tan propio de la política, se exacerbó ridículamente en este caso. Él era el líder, el símbolo y el logo. Todo era ego. Y era cuestión de minutos que se produjera el choque de narcisismos entre él y aquella a quien eligió para sucederle, Yolanda Díaz. El final estaba escrito. Lo raro es que Podemos y Sumar llegaran juntos hasta aquí, hasta la investidura de Pedro Sánchez.
La política de la indignación estaba condenada al fracaso desde sus inicios. Electoralmente podían mover voto gracias al combustible del resentimiento y el simplismo, pero sus discursos revolucionarios quedaban en eso, en simples discursos revolucionarios. De hecho, y paradójicamente, fueron paralizantes, anti-reformistas. Asaltaron el cielo del poder, pero no lo ejercieron a favor del bien común. Siguieron con su retórica sobreactuada y divisiva.
La soberbia les nubló el entendimiento, y de ahí que ni rectificaran ni pidieran perdón ante errores clamorosos y criminales como el de la ley del sólo sí es sí, la de Irene Montero. Sólo ellos mismos y algunos centenares de delincuentes salieron beneficiados del paso de Podemos por el gobierno de España.
La indignación moviliza, pero por sí sola nada construye. Al contrario, es fuente de una acción política sin límites ni valores. Este postmarxismo amargado siempre careció de una ética fundamental en el gobierno de la cosa pública, la ética de la responsabilidad. Sin responsabilidad, la indignación es simple postureo destructor. Es discordia que tapa la incompetencia y la mediocridad. Pero es también el agravamiento de todos aquellos problemas que prometían resolver.
El retroceso democrático de España se acelera y no es ajeno al acervo ideológico podemita, ya que Pedro Sánchez se siente cómodo en ese populismo adquirido que promulga la concentración de todos los poderes del Estado en las manos del ejecutivo.
La indignación moviliza, pero por sí sola nada construye
Podemos, dirigido por Iglesias a la manera de Puigdemont, ha dejado de sumar con Yolanda. Ya son una nueva facción independiente en esta miríada de partidos que nos manda. Nihil novum sub sole. El conflicto de egos en la izquierda es tan antiguo como la propia izquierda. Creerse con la absoluta superioridad moral lleva a la conflagración cainita ante la más mínima disputa doctrinaria o salarial.
Ahora con el paso de Podemos al grupo mixto del Congreso no habrá mediador salvadoreño que arregle el fraccionamiento de la izquierda. Y el gobierno de Sánchez se verá sometido a una nueva competencia por la radicalidad.
El efecto de la ruptura de Podemos con Sumar se notará en la gobernabilidad de España no sólo por el mayor número de partidos con los que negociar cada ley, cada presupuesto, sino también porque ahora las dinámicas competitivas serán tres. Por un lado, en el País Vasco, Bildu y PNV afrontan a cara de perro un periodo pre-electoral que podría ser la antesala de un euskoprocés.
Por otro, en Cataluña, la amnistía a quienes prometen reincidir incentivará a ERC y Junts a ser más radicales y exigir un referéndum para mañana. Y, finalmente, ahora se añade la competencia entre Sumar y Podemos en la izquierda de la izquierda. Aún gatea el nuevo gobierno de Sánchez, pero ya empieza a batir récords de desencuentros internacionales y desbarajustes internos.