Al PNV se le está poniendo cara de CiU
El sorpresivo anuncio de la no presentación de Iñigo Urkullu como candidato a lehendakari ha llamado más la atención por el hecho de haber sido fruto de una filtración interna del PNV que por la retirada en sí del actual presidente del Gobierno Vasco.
No parece propio de gente tan seria, capaz de haber amarrado el control político durante casi 40 años, utilizar ahora a los medios para resolver sus “desajustes” internos. Las encuestas no les son favorables y parece que se ha desatado una guerra de nervios tan intensa que está haciendo irreconocible al que siempre ha presumido de ser el “partido guía”.
La salida de Urkullu parece más forzada que acordada. Había rumores que apuntaban a su no continuidad, con numerosas especulaciones de por medio. Desde el agotamiento del actual lehendakari, con tres legislaturas a sus espaldas, hasta su frontal desacuerdo con Andoni Ortúzar, responsable máximo del partido, por la política de pactos con Pedro Sánchez.
Urkullu es historia
Sea como fuere, parece sin embargo que las dudas que pudiera haber sobre la idoneidad de repetir candidato se han despejado de manera categórica al conocer las malas perspectivas electorales. Había que buscar un revulsivo, como en los equipos de fútbol que cambian de entrenador, porque Urkullu era ya historia. Lo llamativo es que se ha conocido su salida y el nombre de su sustituto antes incluso de hacer oficial la fecha de convocatoria de las elecciones autonómicas, previstas para la primavera.
El partido que fundara Sabino Arana se ha caracterizado siempre por las diferentes “almas” que a lo largo de la historia han convivido en su seno. Desde la más conservadora y leal a su lema fundacional, “Jaungoikoa eta Lege Zaharrak” (Dios y las Viejas Leyes), hasta la soberanista e independentista que lucha por el mismo espacio electoral que EH-Bildu. Y esta gran virtud, que le ha permitido gobernar prácticamente durante toda la democracia (salvo el breve paréntesis en el que el PP hizo lehendakari a Patxi López), se ha convertido ahora en su principal problema.
No resulta difícil de entender que el PNV de alma conservadora ha cimentado su poder de las últimas décadas gracias a un electorado no precisamente joven, que ha visto en los nacionalistas un partido serio, de orden, eficaz en la gestión y leal con la gobernabilidad de España. Un mito fabricado interesadamente por algunos medios y que ha funcionado con tanta eficacia que incluso muchos votantes del PP en el País Vasco le han otorgado su confianza en reiteradas ocasiones. Pero ahora se impone otra realidad mediática: Los pactos de Pedro Sánchez con EH-Bildu, el blanqueamiento de los herederos de ETA, la amnesia forzada de una generación de jóvenes programados para recordar el fascismo de hace ochenta años y no el de hace diez… Una realidad que amenaza al PNV y que le fuerza a querer parecer lo que no es: de izquierdas.
Imanol Pradales sustituto de Urkullu
La lógica política parece haber saltado por los aires en el partido que lidera Andoni Ortúzar. La amenaza de “sorpasso” de EH-Bildu es tan palpable que se han saltado todos los plazos previstos para lo que se entiende como un relevo tranquilo y razonable. Las prisas se han adueñado de los despachos de Sabin Etxea con tanta intensidad que se ha conocido al sustituto de Iñigo Urkullu antes de que los periódicos terminaran de componer las “quinielas” de los posibles candidatos. El elegido es Imanol Pradales, de 47 años, natural de Santurce y diputado de Infraestructuras y Desarrollo Territorial de la Diputación vizcaína.
El futuro candidato jeltzale es un desconocido para la opinión pública, pero está íntimamente vinculado a muchos de los resortes de poder económico de un partido que también se ha visto salpicado en los últimos tiempos por casos de corrupción. El PNV quiere así cerrar una etapa difícil y encarar una no menos complicada en la que puede perder su poder a manos de EH-Bildu.
Si la nueva apuesta de los burukides nacionalistas no funciona, las almas del PNV podrían vivir un proceso similar al que fracturó a CiU en Cataluña: superadas por el independentismo más radical después de haber controlado todos los resortes del poder, solo les queda implosionar. Debe ser una de las pocas leyes que el ministro Bolaños todavía no controla.