El penúltimo bostezo que provoca el independentismo catalán
El DRAE, como no podía ser de otra manera, es una auténtica mina cuando se trata de definir o caracterizar personas, actitudes, comportamientos, hechos, intenciones y todo lo que ustedes quieran añadir. Seleccionemos, por ejemplo, el verbo bostezar: “Hacer involuntariamente, abriendo mucho la boca, inspiración lenta y profunda y luego espiración, también prolongada y a veces ruidosa, generalmente por sueño o tedio”.
En este verbo pienso cuando Pere Aragonès, presidente de la Generalitat de Cataluña, habla de la comisión de expertos politólogos que han de elaborar –modelo: la “claridad” canadiense- un Informe sobre el asunto de la autodeterminación de los pueblos y, en concreto, de la autodeterminación de Cataluña. Bostezar, porque el discurso del President reúne los elementos necesarios y suficientes que definen el susodicho verbo.
En efecto, Pere Aragonès anuncia el acontecimiento –esa inspiración que comunica y esa espiración que infunde un determinado espíritu- como si de un reflejo, o respuesta a un estímulo, se tratara. Y esa monotonía –tedio- o invariabilidad que cuadra con la rutina del político que no puede hacer/anunciar nada distinto a lo dicho, porque se ve obligado a recitar el guion que le mantiene en el poder. Nada nuevo en el discurso y comportamiento del nacionalismo catalán.
Tres presidentes, tres feriantes
Cuando digo nada nuevo, es nada nuevo. En este sentido, Pere Aragonés es un maestro en el arte de la repetición e imitación. Si Artur Mas (2014) encargó el informe La transició nacional de Catalunya, Pere Aragonès encarga ahora el Informe -¡Referéndum! ¡Referéndum!- de la Cataluña quebequesa. Si el tripartito PSC-ERC-Iniciativa implementó una suerte de Revolución Cultural China a la catalana en pro del nuevo Estatut (2004-2006) que pedía opiniones y propuestas a la ciudadanía, Pere Aragonès consultará ahora a 800 ciudadanos catalanes, elegidos por sorteo, sobre cuál es el futuro deseado para la Cataluña del futuro.
Por aquel entonces (2005-2014), tanto el Informe sobre la transición nacional de Cataluña como la campaña de agitación pro Estatuto al modo chino, buscaban –además de desballestar el Estado- la recuperación de la iniciativa política y la consolidación del liderazgo de Artur Mas y Pasqual Maragall. Hoy, ocurre lo mismo: Pere Aragonès quiere consolidarse a sí mismo. Tres presidentes, tres feriantes. Y en eso estamos.
Un nacionalismo ciclotímico y un estado mórbido y depresivo
El bostezar o el eterno retorno –el discurso de Pere Aragonès es un bien ejemplo de ello- de un nacionalismo catalán sumergido/ahogado en una suerte de melancolía romántica que es la expresión de un estado mórbido/enfermizo. Tristeza y depresión. El nacionalismo catalán es un nacionalismo ciclotímico.
Más: un nacionalismo –parafraseando ciertas corrientes filosóficas- monista de carácter espiritualista –Cataluña es nuestro mundo- que sólo admite un único principio muy prosaico: “Somos una nación y tenemos el derecho a decidir”. Falso, este principio no existe en ninguna parte ni en ninguna legislación nacional o internacional. Por mucho que se empeñen los sabios de Pere Aragonès.
Otra cosa distinta es la ONU y sus resoluciones pro self-determination en las cuales, por cierto, no tiene cabida el llamado problema catalán. Cataluña no es sujeto de autodeterminación. Cosa que, de forma reiterada, tergiversa el nacionalismo catalán al asegurar que la ONU y sus resoluciones sí admiten la autodeterminación.
Por enésima vez, eso dice la ONU de forma también reiterada: en las resoluciones 1514 (XV) y 1541 (XV) de 1960, así como en la 2625 (XXV) de 1970, la ONU no contempla 1) la posibilidad de “romper totalmente o parcialmente la unidad territorial y la integridad territorial de un país” ni 2) la posibilidad de “romper o menoscabar, totalmente o parcialmente, la integridad territorial de los Estados soberanos e independientes”.
A ello, añadan la resolución 50/6 de 24 de octubre de 1995 que ratifica lo anterior: “Seguir reafirmando el derecho de todos los pueblos a la libre determinación, teniendo en cuenta la situación particular de los pueblos sometidos a dominación colonial o a otras formas de dominación u ocupación extranjeras, y reconociendo el derecho de los pueblos a tomar medidas legítimas, de conformidad con la Carta de las Naciones Unidas, encaminadas a realizar su derecho inalienable a la libre determinación. Nada de lo anterior se entenderá en el sentido de que autoriza o fomenta acción alguna encaminada a quebrantar o menoscabar, total o parcialmente, la integridad territorial o la unidad política de Estados soberanos e independientes… dotados de un gobierno que represente a la totalidad del pueblo perteneciente al territorio, sin distinción alguna”. A ver si se enteran de una vez.
Los intereses creados de la política
Más allá de la pseudoteología nacionalista de todo a cien citada anteriormente, lo que prima –ya se avanzó antes-, sobre todo y por encima de todo y de todos, son los prosaicos intereses creados de la política y los políticos.
Se acercan elecciones y Pere Aragonès –o sea, ERC- necesita algo para sobrevivir, para tomar la iniciativa, para consolidar el poder, para dar la vuelta a las encuestas, para disimular la sequía, para escenificar que planta cara al Estado, para zafarse de la B-40 y -¿por qué no decirlo?- para eludir la sombra alargada de Oriol Junqueras y Marta Rovira.
De ahí, el Informe de la “claridad” de marras. Un Informe de/para consumo interno que implica el rearme de un Junts –añadan la retórica vacua y fútil de Carles Puigdemont– que critica a ERC -¡qué escándalo: ERC abandona la unilateralidad!- por venderse a los cantos de sirena del PSOE. Vale decir que el Informe –una carta que ERC barajará y jugará en las elecciones- modera y centra a los republicanos en competencia con la radicalidad de Junts y el posibilismo del PSC.
La historia de nunca acabar
A día de hoy, durante unos meses –elecciones municipales, generales y quién sabe si autonómicas en Cataluña-, asistiremos al penúltimo bostezo que provoca el independentismo catalán. Sí, penúltimo. Vendrán más. El cuento nacionalista de nunca acabar. Aburre.