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Neones rojos

Estamos viviendo el ocaso del sanchismo a la espera de los últimos coletazos de un presidente que ya sabemos cómo se las gasta: llegó al poder de la mano de los sediciosos, cerró inconstitucionalmente las Cortes Generales y metió mano a todas las instituciones. Pero él sólo es la guinda del indigesto pastel de la mala política. El gobierno de coalición está formado por una dupla de incompetencia política y degeneración moral.

Por un lado, Podemos, un partido que legisla a golpe de pancarta para beneficiar a ya más de 600 agresores sexuales. Por otro, un socialismo reincidente en casos de corrupción adobada con putas y drogas. La paupérrima técnica legislativa se coaligó con la extrema falsedad. Malos, pues, en todos los sentidos. Así, en un mismo día, un diputado socialista podía aplaudir la condena de la prostitución en el Congreso y concluir la jornada en el Club Sombras.  

La obscena tourné mediática de “El Mediador” está provocando un desprestigio de la política española que supera a los propios implicados. De momento, la corrupción es sólo presunta, pero la hipocresía socialista es ya, y definitivamente, flagrante. Cuando el coronavirus empezaba a correr por nuestros pulmones, llamaron a la población a masificarse en las calles. El machismo mata más que el covid, nos decían, pero ellas, las ministras socialistas, iban con guantes y no querían besos. Horas después confinarían en sus casas a toda la sociedad, la muerte golpearía a miles de familias, pero la panda de Tito Berni mantendría viva la fiesta, su fiesta. “Todo el apoyo del PSOE: agüita viene la fiesta”. 

La deliberación era aniquilada y la corrección política se convertía en la nueva inquisición

Lustros atrás el socialismo español había abandonado a la clase trabajadora para ponerse a pontificar desde una falsa e insultante superioridad moral. Todo era micro-machismo. Luchas legítimas como la del feminismo fueron pervertidas y descarrilaron por unos seres que, pretendiendo exhibir virtudes, exageraban los problemas. Si no usabas el lenguaje inclusivo, te convertías en facha redomado. La deliberación era aniquilada y la corrección política se convertía en la nueva inquisición. Ante los focos de la opinión pública, elevaban el listón ético hasta el cielo; sin embargo, cuando caía la noche, frecuentaban con vicio el subsuelo. Es ese alarde de doble moral el que ha prendido la mecha de la indignación en unas redes inmisericordes. 

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. EFE/Juan Carlos Cárdenas

Pero ya nadie podrá argüir que fue engañado por el socialismo. Tito Sánchez siempre se ha movido entre la mentira y el plagio. Así han crecido también sus diputados. Durante años el PSOE ha visto cómo se le premiaban electoralmente sus trolas. En la era del populismo, se marginó la ética de la responsabilidad, la vocación de servicio público y el talento. La moda era la política del reality-show -y en ello siguen con su marketiniano intento de “humanizar” al líder-. Sánchez protagonizaba un procés extendido al resto de España. Y, claro, tanta demagogia y altanería en el gobierno, al final, no podía salir gratis… para los españoles. 

Una democracia no sólo necesita instituciones fuertes, requiere también para sobrevivir una cultura que la sustente. Si la cultura se degrada, si las virtudes cívicas desaparecen, las instituciones siguen el mismo camino hacia el precipicio. Sin rastro de auctoritas en la política, una sociedad se hunde en el lodazal relativista. Sin responsabilidad solo hay inestabilidad e inseguridad jurídica. La confianza desaparece y las empresas se van. Se fueron de Cataluña. Empiezan a irse de España.  

Hace una década se hablaba mucho -y se escribía más- de la desafección política. Algunos creyeron que la indignación era suficiente para provocar un cambio. Despreciaron la responsabilidad individual y abrazaron el narcisismo colectivista. Y la rabia promovida cambió realmente la política de nuestro país, la cambió a peor. Neones rojos presiden ahora sus sedes, pestilentes sótanos donde la democracia se prostituye. A las izquierdas, la podemita y la sanchista, ya solo les queda el espectáculo de la vulgarización y del tú más.