La política del pollo caducado
Una de las imágenes más tuiteadas de la semana la ha protagonizado Miriam Nogueras, portavoz del partido de Xavier Trias y Carles Puigdemont en el Congreso de los Diputados. Antes de iniciar una rueda de prensa, la diputada apartó un par de metros la bandera española para explicitar su hispanofobia y su desprecio a la institución y a los ciudadanos que le pagan un buen sueldo todos los meses. Tras años de comparecencias ante los medios, es ahora, a pocas semanas de las elecciones municipales, cuando se le ocurre brindarnos un numerito que ha sido ridiculizado incluso por el propio Gabriel Rufián. “Es un gesto útil, superútil”, ironizó el rey de la utilidad.
No obstante, la nada épica acción de Nogueras no es fruto de la improvisación. Peor aún, es fruto de una deliberación, chusquera, pero frecuente en el ámbito del tardo-procesismo. Cuando decaen las expectativas electorales y aumentan los nervios, no pocos se dejan arrastrar por la tentación de “hacer algo”. Hay que hacer algo, se repiten políticos ansiosos. Algo que sea viral, puntualiza el más avispado asesor. Sin embargo, todos ellos olvidan que la viralidad y la reputación no suelen ir de la mano. Y, entre el agobio y la desmemoria, la lluvia de malas ideas fluye hasta que alguien da un golpe en la mesa y grita: “¡Montemos un pollo!”.
Necesitaban una cortina de humo
Nogueras aplaudiría la ocurrencia. Estos días los testigos están noqueando a la presidenta de su partido, Laura Borràs, en un juicio por presunta corrupción. Para el electorado independentista, así como para la elite socialista, fraccionar contratos es peor que fracturar sociedades. Así pues, necesitaban una cortina de humo. Y sesgados por una ideología tóxica, como es el nacionalismo hispanófobo, buscaron la manera de insultar a todos los españoles, eso sí, sin arriesgarse a una inhabilitación, ya que en Madrid se vive muy bien.
Durante la última década, algunos partidos tradicionales se han sumado a la moda populista, a la demagogia y la confrontación. Arrinconaron cualquier idea de bien común y convirtieron la política en algo parecido a un deporte de masas como el fútbol. Radios y televisiones compraron el producto, y los algoritmos de las redes sociales aceleraron la degradación. Se impuso la retórica de la hipérbole para conseguir durante unos segundos la atención del público. Las propuestas se convirtieron en zascas, en patadas al tobillo del rival, que eran celebradas por una militancia con aires hooliganescos.
La complejidad de la sociedad se diluía en la uniformidad de la muchedumbre. El relato había matado al dato. Y, después, la ocurrencia mató al relato. Los argumentos desaparecían en una política meramente emocional. Lo importante era “hacer algo”, algo impactante, un golpe de efecto, un pollo. Christian Salmon, el gurú del storytelling, escribió en La era del enfrentamiento (editorial Península) sobre la desaparición de la narrativa -los discursos de Barack Obama son cosa pretérita- y el auge de los impactos en política: “Ya no estamos en los tiempos del relato, que supone dominar la agenda y construir secuencias coherentes. Ahora un tuit hace olvidar el anterior”. Es la antipolítica.
Los retuits ya no se convierten automáticamente en votos
Pero también esa era pasará. De hecho, ya estamos entrando en el post-populismo. Los gestos inútiles ya no impresionan. Cansan. Los pollos están caducados. Los excesos de la demagogia han provocado un lógico hartazgo. Los retuits ya no se convierten automáticamente en votos. El virus populista ha generado anticuerpos y cierto escepticismo sano ha crecido en nuestra sociedad. Confundir un parlamento con una pollería empieza a tener castigo. Por fin, la estridencia resta.
Algunos partidos tradicionales se sumaron a la vía populista o se dejaron arrastrar por los nuevos partidos. Ahora intentan aparentar que aquellos destrozos cívicos no iban con ellos. Pero ya no pueden escapar de la espiral del descrédito. Pere Aragonès quiere convertir Esquerra en la nueva CiU, pero en la cumbre hispano-francesa montó el numerito y demostró que la cabra tira al monte. En la vieja CiU dicen que vuelven con Trias, pero ya no hay disfraz de respetabilidad que les valga. Todos ellos jugaron la carta del procés y perdieron la credibilidad.
Montar pollos es causa y efecto de un fracaso. Es la prueba fehaciente de la carencia de proyecto político y autoridad moral. Los partidos constitucionalistas que imiten las formas del separatismo cometerán un grave error, ya que estarán pervirtiendo las buenas ideas con una mala política. La reputación es algo que cuesta toda una vida conseguir, pero se destruye en un solo segundo. Los pollos caducados son altamente perjudiciales para la salud de cualquier proyecto político. Tras una larga travesía por el desierto, la responsabilidad y la seriedad vuelven a ser valores al alza.