Megalomanía nacionalista: Urkullu en Japón
Ahora que estamos en medio de la negociación secreta por la investidura de Pedro Sánchez y con los nacionalismos vasco y catalán más empoderados que nunca en la historia española reciente –que ya es decir–, el lehendakari vasco Iñigo Urkullu se nos ha ido de viaje oficial a Japón durante cinco o seis días para, como dice la propaganda oficial, estrechar los lazos de relación entre “los dos países”: la megalomanía y desmesura nacionalista no tiene límites.
El viaje no ha ocupado el interés de ningún medio español, como era de prever, y solo ha tenido una muy discreta repercusión a nivel local. De hecho, en la rueda de prensa de balance final del viaje ofrecida por Urkullu, hubo 15 minutos de reloj para que el lehendakari explicara en euskera y castellano los pormenores de sus encuentros y resultados en Japón (5 minutos por cada idioma y otros 5 de preguntas).
El resto, hasta completar 45 minutos que duró el encuentro con los periodistas, o sea, el doble de lo dedicado al viaje en sí, fueron preguntas y explicaciones relativas a la situación política actual en España, con el tema de la investidura como estrella. Lo cual indica el interés despertado por el viaje.
Ha sido este un periplo del lehendakari Iñigo Urkullu y un nutrido séquito encabezado por dos consejeros de su gobierno –Arantza Tapia y Javier Hurtado–, así como representantes de 52 empresas del ámbito industrial, gastronómico y turístico, que se venía gestando desde antes de la pandemia y gracias a los buenos oficios del anterior embajador de Japón en España, Kenji Hiramatsu, que ha sido el verdadero factótum de este viaje y al que Urkullu se le olvidó mencionar por su nombre en el balance ofrecido a los periodistas.
Kenji Hiramatsu, que ha sido el verdadero factótum de este viaje
De él dijo que es ahora “representante máximo del Instituto de Investigación de Japón”, pero esta definición es confusa, ya que el Japan Research Institute, donde ejerce Hiramatsu como director de una de sus secciones, es uno más de los innumerables organismos tanto públicos como privados dedicados a la investigación en aquel país.
Y es que en la rueda de prensa en la que se hizo balance del viaje a Japón, Urkullu deslizó más inexactitudes de la cuenta. Por ejemplo, dijo al principio de su intervención que se habían celebrado encuentros de trabajo con tres ministros del gobierno japonés, concretamente con el de Estado, Transformación Digital y Asuntos Exteriores. A mí me cuesta mucho creer que, de haberse celebrado tales encuentros, no tengamos ni una sola foto de los mismos, que para eso llevó el lehendakari a Japón a sus fotógrafos.
Dijo que también se reunió con “el viceministro parlamentario de economía”, pero en realidad lo que hubo fue una intervención de este señor a continuación de la que tuvo el lehendakari ante un grupo de representantes del sector industrial. Y tampoco se conoce foto con dicho viceministro. Me he leído todas las crónicas del viaje y en ninguna de sus jornadas aparecieron esos encuentros.
Los que hubo fueron con políticos de un nivel que en España supondría como reunirse con un gobernador civil de provincia, para el caso de los gobernadores de prefectura (se vio con tres, los de Tokio, Mie y Fukushima) y luego con el alcalde de Hiroshima y con lo que aquí sería un concejal de distrito, como la que Urkullu llamó alcaldesa de Toshima, con la que se reunió, siendo Toshima un barrio de Tokio.
Todos esos cargos son simples administradores o gestores, sin ningún significado político en Japón. También dijo que se reunió con la rectora de la universidad de Tokio, cuando en realidad lo hizo con la rectora de la TUFS (Universidad de Tokio para lenguas extranjeras), que es tan solo una de las 85 universidades que hay en la capital del Japón.
Japón es un país centralizado, imposible de equiparar con España en ese sentido. Pero lo que había en la propaganda institucional del viaje era una equiparación de Euskadi con Japón, nada menos, con un país de 124 millones de habitantes, es decir, con una población 62 veces superior a los dos millones de Euskadi. Y es que detrás de unos objetivos comerciales y empresariales más bien discretos, por no decir muy limitados, ha sido muy obvio el propósito ideológico de equiparar a Euskadi nada menos que con un país –Japón– que es la tercera economía mundial, algo no ya desproporcionado sino incluso rozando lo delirante.
Uno de los principales resultados del viaje, según Urkullu, es que Euskadi formará parte de la Red Global de Ciudades Sostenibles, considerando la Comunidad Autónoma Vasca como una suerte de conjunto urbano resultado de interconectar sus tres capitales, lo que ya es forzar. En cualquier caso, ¿había que ir hasta Tokio para conseguir eso? Y luego el consabido recurso a Hiroshima, comparándola con Gernika, cuando estamos hablando de una bomba atómica que cambió la idea de modernidad en Occidente (a partir de entonces la modernidad entró en crisis, como es sabido), respecto de un bombardeo, el de Gernika, que ni siquiera fue de los más destructivos en vidas humanas de la Guerra Civil, pero al que el cuadro de Picasso convirtió en emblema de la paz en el mundo, algo que el nacionalismo no podía desaprovechar.
En cualquier caso, ¿había que ir hasta Tokio para conseguir eso?
De hecho, en la rueda de prensa que comentamos, y repitiendo un eslogan ya conocido del nacionalismo, Urkullu afirmó que Gernika e Hiroshima, y por extensión Euskadi y Japón, “probablemente representan los mayores emblemas del mundo por la paz y los derechos humanos”.
Con todo, lo más sorprendente del viaje es esa equiparación que se pretende con un país que siempre se ha considerado a sí mismo un imperio (su jefe de Estado tiene el título de emperador) y en el que su etnia dominante, la yamato, ha minorizado históricamente a otras etnias del país, y de una manera tan efectiva que de ellas ahora ya solo quedan los restos, los vestigios de un pasado que hoy apenas existe. Pero en esto no se ha fijado el nacionalismo vasco, parece ser, quizás porque ve en Japón el modelo de lo que políticamente le gustaría ser como Estado: un país con una etnia dominante, la yamato, que mantiene históricamente sojuzgadas a otras etnias minoritarias, cuatro que sepamos al menos, como son los ainu, los ryukyuenses, los coreanos zainichi y la antigua casta burakumin.
Entre todas ellas conforman unos pocos millones de personas, se estima que el 5% de la población de Japón, país que no firmó hasta 1995 la directiva de la ONU contra la discriminación racial. Tanto los ainu, al norte de la isla de Hokkaido, como los ryukyuenses de las islas Ryukyu, al sur, tienen sus lenguas, cultura e historia propias. Los ainu fueron reconocidos por el gobierno japonés en 2008, cuando ya solo quedan menos de 200.000 integrantes. Los ryukyuenses también tienen su propio idioma, son la cuna del kárate y su ciudad más importante es Okinawa. Los coreanos zainichi se concentran en el centro de la isla de Honshu y son los descendientes de los coreanos que se trasladaron a Japón en la época de la dominación imperial sobre Corea y Manchuria.
A día de hoy, integran una minoría de unas 450.000 personas, que hablan japonés, pero a quienes, por su origen coreano, el gobierno no les concede la nacionalidad, que en Japón es por derecho de sangre, y tampoco la doble nacionalidad, porque en Japón a los nacionalizados se les obliga a renunciar a su anterior nacionalidad. En cuanto a la casta burakumin, se trata de un vestigio del antiguo sistema de castas, parecido al de la India, que afectaría a entre uno y tres millones de japoneses, a los que se considera como una suerte de “intocables” y que son discriminados con los peores trabajos.
La presencia de estas minorías en Japón, con menos derechos que la etnia dominante yamato, hace que la relación de Euskadi con Japón resulte de una contradicción imposible de soslayar para un nacionalismo vasco, que si existe como ideología es porque siempre ha denunciado lo que ellos consideran la discriminación secular en derechos políticos padecida al formar parte de España. Pero, a diferencia de lo que ocurre en España con los vascos hoy, que cuentan con una autonomía prácticamente total, en Japón las etnias mencionadas siguen padeciendo discriminación, cosa que al nacionalismo vasco, encabezado por el lehendakari Urkullu, parece no preocuparle lo más mínimo.