La lección belga
Vincent Van Quickenborne, ministro de justicia belga, dimitió el pasado viernes como consecuencia de una cadena de errores que permitió que un terrorista islamista de origen tunecino asesinara a dos aficionados al fútbol suecos en Bruselas.
Quickenborne manifestó: “es un error individual, un error monumental, un error inaceptable” para censurar al magistrado que había gestionado la extradición de Abdesalem L. a Túnez y no lo hizo. El dimitido ministerio de justicia belga explicó que el magistrado “no le dio seguimiento” y el expediente “no fue tratado”. Quickenborne expresó que, aunque fue un error individual del magistrado, él asumía toda la responsabilidad como ministro de justicia y, consecuentemente, anunciaba su dimisión.
Hasta aquí, la información nos permite descubrir la excepcional decisión de Quickenborne en un momento donde los políticos suelen diluir su responsabilidad ante los medios y la opinión pública, hasta borrarla definitivamente, para que la sociedad no exija tomar medidas.
El caso Marlaska
Si en Bélgica tienen a Quickenborne y asume las responsabilidades que se derivan de su cargo; en España tenemos el caso de Fernando Marlaska, ministro de justicia, que tenía bajo su gestión la seguridad de la valla de Melilla, donde, por acción u omisión, murieron una veintena de migrantes.
El caso de Marlaska no es el único y tampoco será el último caso en el que no se asume la responsabilidad política cuando se comenten errores que comportan el coste en vidas humanas o erosionan la democracia.
La cadena de errores que lleva al ministro de justicia belga a dimitir como un acto de responsabilidad y de conciencia, antes de que nadie le pida que lo haga, contrasta con la posición de muchos políticos de escudarse tras la cadena de la impotencia y la cadena de la desidia para no dimitir. Nadie que quiera sobrevivir en política puede aceptar públicamente que ha habido una cadena de errores que han acabado en la muerte de una o varias personas.
Cadena de impotencia
Para sobrevivir políticamente hay que estimular la doctrina de la cadena de impotencia, que tiene por objeto mostrar que no se puede controlar todo lo que ocurre, como los relámpagos y las tormentas. El error no se debe a la falta de compromiso o de capacidad política, sino al simple hecho de que, ante una serie de circunstancias, como lo ocurrido en Bélgica, se argumenta que no se podía hacer más y que ha sido producto de la fatalidad. Cuando la explicación de la cadena de impotencia no consigue amainar las críticas políticas, se espera que la cadena de la desidia ocupe su lugar.
Cadena de desidia
La cadena de desidia ante cualquier error cometido acaba culminando en indiferencia, que es lo que persigue: esperar a que todo pase por falta de interés en abordar el fondo del problema. El político irresponsable cuenta con la desidia que salta de un espectro a otro de la sociedad y que ha de llevar al ciudadano a orientar su mirada hacia otra parte.
Cabe preguntarse quién fortalece más al Estado: aquel que dimite por los errores cometidos, por él mismo o por sus subordinados, o aquel que se embosca en su cargo apelando a la seguridad o a la razón de Estado.