Las naranjas de Feijóo y las alcachofas de Rajoy
En las elecciones de junio de 2016, todos los comentaristas políticos nos echamos unas risas con una de las pocas imágenes memorables que dejó aquella campaña: la de Rajoy al borde de las lágrimas delante de un campo de alcachofas de Tudela (Navarra). Aquel mismo mes de junio de 2016, se celebró el referéndum del Brexit. Mientras, Trump superaba obstáculos en las elecciones primarias del Partido Republicano, que terminarían por llevarlo a la presidencia en noviembre de ese año. Entre tanta convulsión geopolítica, ¿qué hacía el líder popular llorándole a una alcachofa?
La estrategia de Rajoy acabó siendo un éxito: el PP mejoró sus resultados respecto a las elecciones celebradas pocos meses antes, en diciembre de 2015. El PSOE, con Pedro Sánchez repitiendo como candidato, perforó su propio suelo electoral (pasando de 90 a 85 diputados), aunque consiguió in extremis mantener el liderazgo de la izquierda (Podemos se quedó en 71 diputados, apenas 1.5 puntos por detrás de los socialistas).
Campaña de Rajoy
La estrategia de campaña de Rajoy se caracterizó por dos cosas: por un lado, resistió los cantos de sirena que le sugerían polemizar directamente con la formación de Pablo Iglesias, puenteando al PSOE durante la campaña. Pedro Sánchez se encontraba entonces en una situación de extrema debilidad. Su arriesgada jugada de intentar una investidura firmando un acuerdo programático con Ciudadanos había descarrilado al negarse Iglesias a abstenerse en su investidura (pese a la presión de algunos dirigentes de la formación morada, donde surgieron las primeras grietas). Además, Podemos había alcanzado un acuerdo con IU (el llamado “pacto de los botellines”), para presentarse en unas listas conjuntas, concentrando el voto a la izquierda del PSOE.
Rajoy podría haber hecho leña del árbol caído: ignorar a los socialistas como rivales, y centrarse en la formación de Iglesias. Posiblemente, hubiese obtenido un resultado parecido, o incluso mejor, agitando el fantasma del ascenso de Podemos como ariete de movilización del electorado de centroderecha. Sin embargo, con Podemos al frente de la oposición y los socialistas en desbandada, el resultado seguramente hubiese sido peor para los intereses generales del país. Creo que este servicio nunca se le ha reconocido a Mariano Rajoy, que puso entonces las luces largas.
Aquella decisión, por cierto, salvó políticamente a Pedro Sánchez, cuya carrera hubiese terminado si Podemos llega a consumar el sorpasso a los socialistas en esas elecciones (para ser exactos, el plan de Rajoy funcionó como un reloj, aunque solo lo hizo durante un año: los socialistas, no sin un proceso traumático, evitaron unas terceras elecciones, absteniéndose para facilitar la investidura de Rajoy; un pequeño detalle, sin embargo, acabó convirtiéndose en “efecto mariposa”: el mismo líder político defenestrado se subió a lomos del “no es no”, para ganar primero unas improbables elecciones primarias, y otra más improbable moción de censura después; la realidad a veces depara giros mucho más abruptos que cualquier guion de Hollywood).
El segundo rasgo característico de aquella campaña de Rajoy fueron las alcachofas: aquello merece una explicación. Hay elecciones que se ganan con un único tema: Obama ganó las de 2006 prometiendo “Hope”; los socialistas las de 1982 prometiendo “cambio”. No hizo falta mucho más. En ambos casos, los votantes se sumaron a aquellas promesas hasta formar gigantescos tsunamis. Otras elecciones, en cambio, se ganan en los pequeños detalles. Así ganó, por ejemplo, Biden las elecciones de 2020: sin un solo tema, sino con muchos. Así también ganó Rajoy las elecciones de 2016. Haciéndose fotos con alcachofas en Tudela. Hubo un debate a cuatro en televisión, en el que Rajoy repitió varias veces que “hablar está bien, pero dar trigo es otra cosa”. Y poco más se puede recuerdar de aquella campaña.
«Sanchismo»
Me vino a la cabeza la campaña de 2016 tras ver las entrevistas a Sánchez y Feijóo en el Hormiguero. Si las próximas elecciones generales fuesen a decidirse por un único tema, seguramente ese sea el “Sanchismo”. El Presidente Sánchez parece haber encontrado el tono de la campaña lanzándose a una gira por lo que llama “medios hostiles”. Nada motiva más a Sánchez que hablar de sí mismo, como ha escrito Daniel Gascón.
Feijóo, en cambio, parece encorsetado cuando habla del “Sanchismo” y mucho más cómodo cuando habla de otros temas. En el programa de Pablo Motos, por ejemplo, le dio por hablar del precio de las naranjas. Reconozco que se me escapó una sonrisa al escuchar al candidato popular decir que el precio del kilo de naranjas era de 12 céntimos. Después entendí que se refería al precio en origen. Y entonces me acordé de las alcachofas de Rajoy. Es posible que la campaña que termine con la Presidencia de Sánchez no verse sobre el “sanchismo”, como por cierto la campaña que terminó con Trump tampoco tuvo como protagonista el “trumpismo”. Es posible que se decida en el precio de las naranjas. O en las fotos con las alcachofas.