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Las palmas de María Jesús Montero

Yo, que soy andaluza, les puedo asegurar que las palmas en mi tierra son un asunto muy serio. Las palmas se pueden tocar al compás, por alegrías, por soleá, tangos, seguiriyas o sevillanas. Las palmas son un instrumento de percusión en el flamenco, cuya función es mucho más que la de ser mero acompañamiento: acentúan el compás, marcan el ritmo y animan al cantaor. Lo jalean.

Hay palmas sordas (que se tocan ahuecando las manos) y sonoras, simples y redoblás, que son las que van a contratiempo. Ayer conocimos un nuevo estilo de palmas: las inventó la Ministra de Hacienda, María Jesús Montero: el Presidente Sánchez reunió a todos los parlamentarios del PSOE. Antes de que arrancase a hablar, lo recibieron con una sonora ovación. No quedó muy claro si se celebraba el resultado del pasado domingo, la convocatoria anticipada de elecciones, o, como si fuese una comedia slapstick, era una forma de decir “si aplaudimos y suena, igual es que todavía no estamos muertos”.

El aplauso más entusiasta, sin duda, fue el el María Jesús Montero. El trabajo de Ministro de Hacienda era hace tiempo un oficio anodino, propio de discretos pero eficaces funcionarios como Pedro Solbes, o después, con algo más de retranca, Cristóbal Montoro. Pero desde que fue nombrada la actual Ministra de Hacienda, su naturaleza ha entrado en una dimensión desconocida: al principio, combinó sus responsabilidades con las de portavoz del Gobierno y después con la Vicesecretaria General del PSOE.

Uno pensaría que al Ministro de Hacienda no le iba a sobrar el tiempo, sobre todo ahora que se negocian las reglas fiscales en la UE y la Comisión vuelve a preguntarse por la sostenibilidad de nuestras cuentas públicas; al contrario, a María Jesús Montero siempre ha parecido que el traje de Hacienda se le quedaba pequeño. Que el cuerpo le pedía más. Cuanto más cerca de la refriega, mejor. Un poco como le pasa a Tezanos.

Es curioso que este Gobierno haya apostado desde el principio por llenar de fervientes partidarios los rincones más grises de la administración. Recuerden que este mismo Gobierno nombró como Presidente de Enusa, la empresa nacional de uranio, a un licenciado en filosofía (a la sazón amigo del entonces todopoderoso José Luis Ábalos). Y al jefe de gabinete de Pedro Sánchez en la empresa pública Paradores. Ahora hay un Comisionado para el Impulso de la Energía Sostenible en Sistemas Insulares en el Ministerio de Teresa Ribera (Marc Issac Pons que, casualmente, fue antes diputado socialista y jefe de gabinete de la propia Ribera).

La lista es casi interminable. Tanto que casi hemos perdido el hilo. Volvamos a las palmas de Montero. Consistieron en golpeos secos, casi rabiosos. Tan fuertes que para ejecutarlos Montero tuvo que juntar cuatro dedos (todos menos el meñique, que se quedó descolgado) para golpear con más saña entre sí las dos manos. Todo ello antes de que el Presidente empezase a hablar. Porque si hubiese esperado al discurso, Montero habría tenido que ponerse guantes de boxeo para aplaudir con la fuerza que el discurso merecía. Qué discurso. Ion Antolín, el jefe de comunicación del PSOE, escribió en Twitter que era uno de los mejores discursos que había oído en su vida, incluyendo -se supone- también aquellos que no había escrito él mismo.

El Presidente tuvo para todos. En las elecciones, dijo, había que elegir entre la “peor derecha o la mejor España”. No se dejen engañar por la rotundidad de la frase: también hubo espacio para la autocrítica. El Presidente asumió en primera persona el resultado de las elecciones municipales y autonómicas. Muchos alcaldes y presidentes socialistas, dijo, habían sido castigados injustamente.

Los electores se habían movilizado contra el Gobierno central. Y Él (la “mejor España”, es decir, Sánchez) había entendido el mensaje. ¿Qué podía hacer? ¿Quedarse cruzados de brazos? Tal vez algún parlamentario pensó fugazmente: «¿Dimitir? ¿No presentarse a las elecciones para dar a PSOE alguna posibilidad de ser competitivo?”. Pero Sánchez disipó rápidamente las dudas. Solo podía adelantar elecciones. Si los electores querían castigarlo a él, no se les podía privar de la oportunidad de hacerlo. Si el argumento no es lógicamente impecable, políticamente sí lo es.

Porque Montero volvió a aplaudir, con la misma energía y renovado entusiasmo. Mientras, eso sí, movía la mirada nerviosamente, recorriendo a todos los parlamentarios socialistas. Tal vez, como se decía en el ejército, haciendo revista. De un antecesor suyo en la Vicesecretaria General, Alfonso Guerra, es la conocida frase: “Quien se mueve, no sale en la foto”.

Los aplausos de ayer me recordaron a cuando Cristina Cifuentes recibió un aplauso interminable de la Convención del PP, cuando apenas habían surgido las dudas sobre su máster. O el aplauso que Richard Nixon se dio a sí mismo antes de subirse al helicóptero que lo alejaría de la Casa Blanca, tras haber dimitido por el escándalo Watergate. Porque si algo sabemos en Andalucía es a no dejarnos engañar por el ruido y la gesticulación. Llevamos conviviendo con ellos desde hace siglos.