La fiesta y el fútbol
Del futbol, se ha dicho todo. Una cosa y su contraria. Que si es la expresión de la interacción y socialización de los seres humanos, o la visualización del instinto violento del ser humano, o el espejo de una identidad, o un factor de integración nacional y racial, o la representación más acabada del mundo global, o un instrumento de control y poder, o una metáfora o sucedáneo de la lucha por liberación individual y social, o un negocio, o un juego, o una patología, o una terapia o válvula de escape, o una manifestación particular del ocio, la distracción y el entretenimiento, o un espectáculo, o el opio del pueblo. El fútbol es eso y lo que cada cual quiera añadir. Probablemente, todas las caracterizaciones tengan su cuota razón.
La Kings League
El fútbol va más allá de sí mismo y deviene un fútbol sin fútbol. La Kings League es el ejemplo. Ya saben: un campo de juego de tamaño reducido, dos partes de veinte minutos, siete contra siete, el saque inicial a la manera del waterpolo, ex futbolistas que aparecen de golpe en el césped, no hay empate, los equipos pueden pitar penaltis –a veces, desde el centro del campo- a su favor, goles que valen el doble, los equipos de siete pueden transformarse en equipos de uno o dos o lo que sea según decida un dado que de repente invade el terreno de juego o la aparición de jugadores enigma que saltan al campo enmascarados.
A lo que hay que añadir streamers, youtubers, merchandising (camisetas, bombers, bufandas y gorros), marketing y sponsors de primer nivel como, entre otros, InfoJobs, Cupra, Spotfy, Adidas, Grefusa, McDonald´s, Mahou, Xiomi o Marca. Y equipos con nombres populares: Aniquiladores, El Barrio, Los Troncos, Rayo, Jijantes, Saiyans o Porcinos. Y mucho público –especialmente joven- en la Red y el campo. La Kings League, en solo tres meses, ha alcanzado una audiencia millonaria fundamentalmente vía plataformas. Según YouGov Surveys Serviced, el 51% de la población española ya conoce su existencia. Vale decir que el 74% de dicho porcentaje lo acaparan los jóvenes y que solo el 33% de los mayores de 55 años lo conocen. La cosa, día a día, va en auge.
Empieza el espectáculo
Si, como se decía antes, estamos ante un fútbol sin futbol, o ante una competición sin competición real, ¿qué es, o representa, o manifiesta, la Kings League? Un espectáculo, y/o un videojuego, y/o un juego de rol particular. Pero, un espectáculo, o diversión, o juego, que retrata/consolida –de hecho, es la expresión- la sociedad emergente de nuestros días. Tres momentos o “lugares” de la Kings League que dibujan dicha sociedad.
Reglas a la carta. Una sociedad –en la Kings League son los aficionados quienes aprueban aleatoriamente las reglas del juego– en la que el comportamiento no obedece a unas normas habitualmente aceptadas. De hecho, una suerte de anarquismo normativo que –valga la contradicción- no acepta la norma en sí. La particularidad: un anarquismo que ni cumple ni transgrede las normas al situarse más allá, o más acá, de las mismas. Diríase que el sujeto está en su mundo y va a su aire. Cosa que tiene su consecuencia: ese anarquismo moral, o amoral, existente en una parte indeterminada de la población –si quieren, el libertarismo moral que se desliza mayoritariamente entre la juventud- no acepta la reprobación de la cual pueda ser objeto, porque considera que no ha incumplido o transgredido norma alguna al no considerarla o aceptarla como tal.
Deprisa, deprisa. La Kings League reduce el partido a veinte minutos. La sociedad de hoy necesita secuencias cortas, ritmo, cambios imprevistos, mutaciones. En definitiva, velocidad. Información rápida, transformaciones rápidas, resultados rápidos y flujos y beneficios sociales, políticos y económicos rápidos. Un tiempo y una velocidad instantáneos que superen el tiempo lento de la historia vivida. Sí a la inmediatez y la ubicuidad. Una velocidad –de hecho, lo efímero- que hoy nos posee y nos desposee. Una velocidad que propicia errores, olvidos y patologías diversas. ¿Merece la pena tanta velocidad para capturar fotografías insignificantes, visitar cientos de miles de páginas web irrelevantes y mandar o recibir miles de tuits intrascendentes? Y cuidado con una velocidad que puede llevar al control absoluto gracias, precisamente, a la ubicuidad de un poder también instantáneo.
La fiesta y el fútbol. A la salida del aquelarre celebrado en el Camp Nou el 26 de marzo de 2023 –la Final Four de la primera Kings League: 92.522 espectadores en directo y 2,16 millones, 1,4 millones de media, de espectadores vía plataformas-, un joven de corta edad se mostró muy satisfecho ante una cámara de televisión: “fiesta y fútbol”, dijo. Es decir, panem et circenses. Pan y circo. Así reza el texto de la Sátira X del poeta romano Juvenal (siglo I): “desde hace tiempo, exactamente desde que no tenemos a quien vender el voto, este pueblo ha perdido su interés por la política, y si antes concedía mandos, haces, legiones, en fin, todo; ahora deja hacer y solo desea con avidez dos cosas; pan y circo”.
Un modo de vida
Si en el fútbol tradicional se percibe, en mayor o menor medida, el pan y circo –el “opio del pueblo”, en palabras del escritor Eduardo Galeano-, este fútbol sin fútbol que es la Kings League está consiguiendo que el pan y circo devenga un modo de vida. Ya saben: reglas a la carta, deprisa, deprisa, y fiesta y fútbol.
Por decirlo a la manera de Herbert Marcuse, estaría surgiendo, o consolidándose, “el modelo de pensamiento y conducta unidimensional en el que ideas, aspiraciones y objetivos, que trascienden por su contenido el universo establecido del discurso y la acción, son rechazados o reducidos a los términos de este universo” (El hombre unidimensional, 1954). O lo que es lo mismo, la canonización del conformismo y la aceptación de lo que existe.
El Sistema
La Kings League –la Queens League ya está preparada para saltar al césped- y sus consecuencias de facto plantea la siguiente cuestión: ¿hay que continuar con la oposición al sistema capitalista o hay que integrarse con los miramientos justos –la Kings League es una buena representación- en el mismo? La respuesta ya la dio John Kenneth Galbraith dos años antes de la publicación del libro de Herbert Marcuse: “¡La comunidad está demasiado satisfecha para preocuparse!” (El capitalismo americano, 1952). Y el balón sigue rodando.