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De la Sección Femenina a la Sección Feminista      

Una de las tareas más difíciles que se plantean los politólogos, sociólogos, filósofos, historiadores y psicólogos es la definición de progresismo. Con el progresismo ocurre lo mismo que con la nación, la ideología o la cultura: existen centenares de definiciones al respecto. Tan es así que uno tiene la tentación de concluir que el progresismo es aquello que los autodenominados progresistas dicen que es. Escuálida definición que no conduce a ninguna parte, porque los progresistas barajan definiciones contradictorias. Cosa que se complica cuando se habla del progresismo feminista.    

Un progresismo feminista mimético    

De pronto –como un torrente-, sale a escena una congresista norteamericana del Partido Demócrata que puede considerarse el modelo del progresismo feminista en España. Su nombre: Alexandria Ocasio-Cortez. ¿Quién avala –el proceso empieza en 2018 y todavía continúa- dicho feminismo? Un par de avales.  

Por un lado, el aval internacional de The New Yorker en el podcast del editor David Remmick y la misma Alexandria Ocasio-Cortez: “Alexandria Ocasio-Cortez es una de las progresistas más destacadas de Washington” (Alexandria Ocasio-Cortez on the Path Forward for the Left, 21/2/2022). Por otro lado, las simpatías manifestadas y correspondidas por Irene Montero y Yolanda Díaz. Sin olvidar la camiseta blanca de Mónica García – líder de Más Madrid- en donde, con letras rojas, puede leerse la leyenda Tax the Rich (impuestos a los ricos). Leyenda que aparece en el vestido blanco que Alexandria Ocasio-Cortez lució en la gala anual –el Met21- del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York. Mímesis: repetición e imitación. Algo de mímesis hay en la Alexandria Ocasio-Cortez que en sus redes sociales usa, en español, el Sí se puede.      

Alexandria Ocasio-Cortez y sus aventajadas discípulas españolas   v

Irene Montero y Yolanda Díaz pueden considerarse como las alumnas aventajadas del  modelo norteamericano de feminismo progresista en España.   

Cierto es que ninguna de las dos asisten a la gala –imprescindible un donativo de 35.000 dólares- del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, ni comparten alfombra con Kim Kardashian,  Billie Eilish, Jennifer Lopez, Karlie Kloss o Maluma, ni pagan 345 dólares por el maquillaje y 478 dólares por el peinado, ni se hospedan en el Carlyle. Todo ello no está en la agenda de nuestras feministas. Pero, sí hay algo de la estética –primera lección- de la norteamericana: la importancia del look, la coquetería mal disimulada, el estilo y el postureo al servicio del mensaje, la seducción femenina, el outfit o combinación de la ropa según la circunstancia y el lugar. Y el blanco impoluto del vestido de Yolanda Díaz –Maje París, 275 euros- así como el morado –Bimani, 129 euros- de los vestidos  de Irene Montero. La estética femenina –aires también de Hillary Clinton y Kamala Harris- como arma de la política feminista.  

Al respecto, desconozco si nuestro progresismo feminista alcanza el grado de perfección populista de Alexandria Ocasio-Cortez en cuestiones de estética: la moda sostenible que usa tejidos degradables, el alquiler de vestidos –también, zapatos, bolsas y joyas- y la compra o intercambio de ropa de segunda mano. Una manera de publicitar sutilmente el compromiso o identificación con el pueblo y el medio ambiente y la sostenibilidad. Así también se hace política. Así se manifiesta el feminismo progresista y glamuroso.     

Hay que sacar provecho de la historia personal   

Más allá de la estética, Alexandria Ocasio-Cortez transmite una segunda lección: hay que sacar provecho del pasado personal recordándolo siempre que se pueda. Eso hace la norteamericana al recordar que nació en el Bronx, que es de origen puertorriqueño, que es un producto de la clase obrera, que trabajó de camarera en bares y restaurantes en los cuales expulsó a más de un hombre por su lenguaje grosero, que accedió a los estudios universitarios gracias a un crédito, que fue educadora en un instituto hispano, que ayudó a su madre que limpiaba casas y estaba al borde del desahucio, que fue arrestada en una manifestación pro aborto, que protagonizó altercados dialécticos con Donald Trump y Mark Zuckerberg o que no asistió a la investidura de Joe Biden porque prefirió acudir a una manifestación sindical.  

Si Irene Montero y Yolanda Díaz sacan provecho del look –detalle: apostar por el look es apostar por lo femenino tradicional que no suele estar en la agenda feminista progresista– no ocurre lo mismo con el currículum.  

Irene Montero -en las páginas del Ministerio de Igualdad y de la Moncloa- se conforma  con apuntar que es Licenciada en Psicología y Máster en Psicología de la Educación con una puntuación de 9,09 y 9,5 respectivamente y que en su época universitaria participó en el movimiento estudiantil y fue una de las portavoces madrileñas de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca. Incomprensiblemente –cosa de la que podría sacar beneficio político interclasista- se olvida de recordar que fue educada en un centro concertado laico, que a los 15 años se afilió a las Juventudes Comunistas, que participó en el 15-M y en las marchas estudiantiles como la Cumbre Alternativa La Hora de los Pueblos en Chile, y que trabajó como cajera en la cadena de electrónica y electrodomésticos Saturn.   

Yolanda Díaz -en la página de la Vicepresidencia Segunda y del Ministerio de Trabajo y Economía Social y en la de la Moncloa- únicamente destaca su licenciatura en Derecho y los cursos superiores y de postgrado en Relaciones Laborales, Derecho Urbanístico y Ordenación Territorial y Recursos Humanos. También, la formación complementaria en Seguridad Social, contratación laboral, administración y poder político y sobre género. A lo que hay que añadir diversos cargos políticos y su ejercicio profesional como abogada. Más: en la moción de censura con Ramón Tamames como alternativa, Yolanda Díaz afirmó que “yo si no hubiera sido por las becas, probablemente no hubiera llegado a la universidad pública”. Una tarjeta electoral de presentación que contrasta con la Irene Montero que comía nueces mientras Ramón Tamames discurseaba y la televisión enfocaba.     

El paternalismo y el infantilismo feministas     

Un par de currículums -a diferencia del de Alexandria Ocasio-Cortez- sin grandes estridencias, que no llaman la atención. Lo que sí sorprende, después de tanto título universitario, es esa tendencia al paternalismo e infantilismo propios de un feminismo que se obstina en creer que el mundo es una guardería y que, pase lo que pase, siempre sabe cual es la línea correcta que seguir. No es una exageración. Un par de ejemplos: el paternalismo de Irene Montero que provoca la reacción de una conocida presentadora de televisión: “Estoy  hasta las narices de que me digan lo que tengo que sentir”; el infantilismo de Yolanda Díaz que, con voz melosa y actitud tierna, se dirige a la ciudadanía como lo haría la baby sitter de una guardería: “Tengo que contaros muchas cosas”. Tratándose de Yolanda Díaz, deben ser cosas chulísimas. Por eso, Pedro Sánchez quiere hacer un ticket político con ella.   

En contraposición, Alexandria Ocasio-Cortez confía en la acción independiente de unas mujeres autónomas que se defienden por sí mismas: “En última instancia, el feminismo consiste en que las mujeres elijan el destino que quieren para sí mismas”.   

La historia se repite o rima  

El autodenominado feminismo progresista español –¿qué queda de Alexandria Ocasio-Cortez?- se ha ido difuminando hasta convertirse en una suerte de Sección Feminista a la manera de la antigua Sección Femenina.  

Al parecer la historia se repite. O, como dijo Larry Summers, rima. Nerea Balinot (La Sección Femenina: el modelo abnegado de feminidad, 29/10/2019) escribe que “durante casi 40 años, la Sección Femenina –perteneciente a Falange Española– fue el organismo encargado de controlar la vida de las mujeres. Educarlas, formarlas, adoctrinarlas… Begoña Barrera [se refiere al libro La Sección Femenina (1934-1977). Historia de una tutela emocional de la historiadora Begoña Barrera] utiliza todas estas palabras, pero hace hincapié en una: tutelarlas. Porque este no era un ejercicio puntual, sino un discurso continuo que ocupaba toda su cotidianidad. Iba más allá de la simple transmisión de conocimientos. Tenía un objetivo claro: moldear física y emocionalmente a las mujeres”. Nada que objetar.  

Vuelvo al párrafo anterior: la historia se repite. O rima. Y el look morado progresista gana la partida al look camisa azul. Aunque, el afán de tutela persiste. De nuevo, ¿qué queda del blanco Ocasio-Cortez?