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El independentismo se aleja de Barcelona 

Hace ahora cinco años el juez Pablo Llarena recibía amenazas por la calle, en las redes sociales y hasta en la segunda residencia que tenía en Cataluña, en la comarca de la Cerdanya, donde una mañana amaneció con un escrache de pintadas en el suelo, aunque los amenazadores dibujantes se equivocaran de residencia, ante el cabreo del propietario injustamente agredido. 

Hace cinco años Puigdemont y compañía ya estaban en Bruselas convocando reuniones que parecían consejos de ministros en el exilio y ejercitando un sentimentalismo político que pretendencia trasladar las mismas sensaciones del final de la guerra hace 80 años. 

De aquello recordamos lo grueso, porque los detalles se han ido borrando, como ocurre siempre, y los trazos torpes sólo sirven para ocultar las carencias del pasado. Entonces el independentismo se ha mostrado como una fuerza unitaria, aunque unos se quedaran asumiendo el juicio y la prisión que les esperaba y otros huyeran tras un fin de semana de juego al despiste. 

Aunque el independentismo catalán del ‘procés’ siga existiendo mientras no deje de ser una forma de sobrevivir, la ruptura que existe entre las dos facciones más importantes, la que lidera Junts y la de Esquerra, es cada vez más profunda. Esta situación, ¿a qué conduce?  

Será necesaria mucha negociación para que JxCat y ERC consigan mandatos de coalición

El interés está ahora en las elecciones municipales. Al menos en Cataluña, habrá pocos gobiernos que no precisen pasar por pactos; acuerdos de gobiernos municipales que necesitarán de elevados grados de empatía. Es cierto que el mundo de los ayuntamientos es diferente al de otros gobiernos. Sin embargo, cuando las direcciones de los partidos están enfrentadas, poco hay que hacer. 

Y eso es lo que ocurre. De entrada, será necesaria mucha negociación para que JxCat y ERC consigan mandatos de coalición. Un ejemplo es Barcelona. Sólo Jaume Collboni del PSC parece dispuesto a pactar con cualquiera de las fuerzas que puedan sacar concejales. Tanto a la derecha en el pseudo Junts de Xavier Trias, como a la izquierda con la Esquerra de Ernest Maragall. Llegando a pasar por el PP de Daniel Sirera y los Comuns de Ada Colau, supuestamente erosionada por ocho años de alcaldesa. 

Los resultados decidirán cualquier acuerdo. Es cierto. Pero como las encuestas están dando resultados tan inciertos y poco fiables, las maquinarias de los partidos están trabajando a tientas.  

El candidato de JxCat a la alcaldía de Barcelona, Xavier Trias. EFE/Andreu Dalmau

En lo que respecta a las dos formaciones independentistas, las indecisiones están erosionando su propio voto. Xavier Trias está haciendo una extraña campaña donde no se sabe si el acercamiento a los socialistas es sincero, recurrente, necesario u obligado. La luz de los primeros fuegos de artificio se apaga y no hay más que enfrentarse a una Ada Colau en retirada y con la mirada, cada vez más, puesta en Madrid y Yolanda Díaz. 

Trias y JxCat, esto es importante, están dispuesto a olvidarse del 155 del PSC a cambio de acordar pactos, como ya hicieran en 2019 con la Diputación de Barcelona. Acuerdo que no ha funcionado mal, aunque el sueldo de la mujer de Puigdemont siga vivo.  

Por otro lado, Ernest Maragall camina por la senda de la torpeza. Sus propuestas comunicativas de las últimas semanas no le acaban de salir bien, como el desastre de unir a la sociedad civil barcelonesa en un acto donde los más populares invitados denunciaban al día siguiente que no le respaldaban.  

Mientras, Colau va inaugurando proyectos todavía no finalizados, demostrando que sólo tiene para enseñar, tras ocho años, paseos con árboles, pero nada de su proyecto de vivienda. 

Sin fuerza en el independentismo para demostrar su vigorosidad en la capital y con Colau desfondada, todo apunta a que Pedro Sánchez prepara una campaña donde pueda dibujar su fuerza en una Barcelona de vuelta al poder socialista de antaño.