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Con las vergüenzas del Barça

Soy culé. Soy un extraño culé. Existen muchos como yo, pero lo explican poco. Soy un culé al que le gusta que su equipo gane siempre, pero que siempre duerme plácidamente, aunque pierda el equipo. Soy un culé extraño porque no soy antimadridista. Si el Madrid juega bien y gana, pues bien por ellos. En el ADN de los culés extraños, el Madrid nos ha hecho mejor equipo, como el Barça ha fortalecido el juego del Madrid. Hay necesidad y debería existir siempre respeto. No creo en el “a muerte contra el adversario”. Por eso también me gusta el rugby. El “tercer tiempo” es una muestra ética de lo que debería ser siempre una competición deportiva.

Los culés extraños siempre hemos tenido una losa en nuestras cabezas. Ese sentido de que “somos más que un club”. La política en la clandestinidad de los tiempos de Franco utilizó al Barça para fortalecer una identidad que primero era una cosa y después se convirtió en otra.

Fue premeditado porque en aquellos días tampoco existía una estrategia que pudiera ir a la contra. Y así, una defensa de los sentimientos democráticos contra el franquismo se fue convirtiendo en lazos con el nacionalismo catalán forjado a principios del siglo XX e intelectualizado desde una clandestinidad blanda durante los años 60.

Soy un culé extraño, aunque como otros muchos tuve en mi habitación el poster de una alineación mágica e histórica, aunque tampoco cosechó muchos éxitos. Sin embargo, la experiencia con aquellos tipos fue estremecedora. Recuerden: Sadurní, Rifé, Torres, Costas, De la Cruz, Juan Carlos, Rexach, Asensi, Cruyff, Sotil y Marcial. ¿Cuál era aquella experiencia? La afición se sentía única. Fue Cruyff quien trajo esa impronta. Y aunque ciertamente fue un jugador y entrenador único, no más que otros en la historia del fútbol.

Esa lacra de considerarse una institución por encima de lo divino y, sobre todo, de lo humano (pobres de nosotros) ha hecho más daño que bien. Vivir en un utopía es algo que los catalanes parecen estar suscritos. Mejor escribir que los catalanes parecemos estar suscritos. En este caso mejor relatarlo desde dentro; suena a más objetivo.

Caso Negreira

La cuestión es que el caso Negreira, del que se habla entre la prensa más cercana al procés de forma ligera, por no decir efímera, ha caído entre los culé más atípicos como una losa, un tortazo, un golpe directo a la conciencia más profunda.

Los que nunca nos creímos especiales, aunque de tanto oírlo algo nos debió afectar, mantenemos una sensación de desazón algo cruel. Siempre orbitando en el lugar de los dioses para pasar al terreno de los mentirosos. Un quiebro muy cruel.

Siempre argumentando, aunque fuera con la boca pequeña, que el beneficiado era el Real Madrid y sus presiones de palco también ante los árbitros, para acabar descubriendo una suposición, con todos los presuntos posibles, que quien tenía en nómina a los que marcan las reglas en el terreno de juego era el Barça y no Florentino.

El presidente del Barcelona, Joan Laporta. EFE/Alejandro García

Es cierto, cuesta creerlo, aunque sea sólo un acto de autodefensa. Pero es que la acusación es muy grave. Los pagos fraudulentos a José María Enríquez Negreira, cuando fuera vicepresidente del Comité Técnico de Árbitros, va desde 2001 hasta 2018. Un total de 7,3 millones de euros.

Fiscalía sólo puede denunciar por corrupción continuada desde 2014. Los años anteriores al 2010 es imposible investigarlos porque el delito de corrupción de particulares no existía y en relación a los tres años posteriores tampoco ya que está prescrito.

Si retrocedemos al 2001 el presidente del Barça era Joan Gaspart. Después hubo la sustitución con Enric Reyna, una comisión gestora, la llegada de Joan Laporta, otra comisión gestora, Sandro Rosell, Josep Maria Bartomeu y, una vez más, Joan Laporta. ¿Todos ellos sabían que el Barça pagaba a un vicepresidente de los árbitros hasta que Bartomeu cerró el grifo? ¿El gran Barça de Messi fue mentira? ¿Puede ser eso verdad?

Un culé extraño como el que escribe quiere que se llegue hasta el final. Sigue pensando que el Barça que lo ganó todo en una temporada lo fue por méritos propios. Y si nuestra pena, además del tremendo ridículo que vamos a hacer, significa zambullirnos en Segunda, pues a Segunda. Al menos sabremos lo que ya conocíamos: que no somos más que nada. Simplemente un club de futbol con unos colores muy personales. Y aunque llevó en su camiseta a Unicef, no es más bueno con la infancia que el resto de los clubs. No somos únicos.

La política catalana no es única, tampoco. Qué idiotez. Es el gran problema del nacionalismo catalán. Se cree a salvo de toda corrupción, de toda mezquindad, de toda mentira. Ni en el Barça, ni en la política. A veces bien, a veces mal.