Gregorio Ordóñez estaba en el lado correcto
Me atrevo a decir que pocos asesinatos agitaron en su momento la conciencia de tantas personas como el de Gregorio Ordóñez. A lo largo de la historia se han sucedido magnicidios que han desatado guerras y conflictos bélicos de alcance mundial. No es el caso. Porque el tiro en la nuca que acabó con la vida del líder del PP de San Sebastián no movilizó ejércitos ni generó ningún conflicto internacional. Supuso, en cambio, una sacudida interna en muchas personas que a partir de ese 23 de enero de 1995 ya no pudieron volver a ser las de antes.
Más allá del trágico impacto que ese atentado ha tenido en las vidas de su viuda, Ana Iríbar, de su hijo Javier y de su hermana Consuelo, y de otros compañeros y amigos más cercanos, ese asesinato se convirtió, involuntariamente para sus autores, en un certero dardo en las conciencias de muchos vascos. Se dice que fue el secuestro y posterior asesinato de Miguel Ángel Blanco el punto de inflexión de la banda, el antes y después de la historia terrorista de ETA. Pero creo sinceramente, aunque no vienen al caso comparaciones de esta índole, que la rabia y la indignación generada por el atentado contra Gregorio Ordóñez perduran en el tiempo de forma más nítida y cercana.
En su afán por extender el terror entre diferentes sectores sociales, ETA asesinó a muchas personas simplemente por llevar un determinado uniforme. A jueces y magistrados por representar la ley, a concejales y funcionarios públicos por pertenecer a determinados partidos políticos… Pero a Gregorio Ordóñez lo mató por lo que decía. Por su valentía a la hora de denunciar lo que consideraba inadmisible y porque eso le convirtió en un político cada vez más querido y reconocido. Fue asesinado no solo por ser del PP, que también. Era una amenaza y su ejemplo un riesgo.
Y así lo demuestran los datos: en 1983, cuando Ordóñez fue elegido concejal en San Sebastián por primera vez, la entonces AP obtuvo el 12,53% de los votos. En 1995, el PP se convirtió en la primera fuerza con el 24,33% de los votos. De haber vivido, Gregorio Ordóñez hubiera sido alcalde de la capital guipuzcoana.
En la diana
Su demostrada facundia, su oratoria clara y directa se pusieron al servicio de un mensaje tan inquietante como demoledor para la izquierda abertzale. El líder del PP insistía una y otra vez en algo que ahora se puede decir con toda tranquilidad, pero que verbalizarlo entonces te colocaba en la diana, como les pasó luego a muchos.
Gregorio Ordóñez entendió rápidamente que la organización terrorista no la integraban únicamente los encargados de apretar el gatillo o colocar una bomba en los bajos de un coche. Su denuncia iba más allá. Señalaba sin complejos a todo el mundo que giraba en la órbita de los radicales: Herri Batasuna como organización política, al entramado de lo que se denominaba KAS, las gestoras que defendían a los presos de ETA y sus familiares, a los medios en manos de la banda, sus organizaciones juveniles, etc. En definitiva, a lo que se ha dado en llamar “ETA y sus fuerzas auxiliares”.
Entonces, hace ahora 28 años y también después, el llamado nacionalismo democrático del PNV entendía el terrorismo de ETA como una lamentable consecuencia del “conflicto histórico” del pueblo vasco y sus viejas aspiraciones. Dicho de otra manera, al nacionalismo vasco no le gustaba nada una solución policial al problema del terrorismo porque entonces el “conflicto” dejaba de existir. Si los asesinatos eran el síntoma de un problema, detenidos los asesinos se acabó el problema.
Identificar al entonces mundo de Batasuna con ETA suponía, por lo tanto, un grave riesgo para quien se atreviera a hacerlo. Los medios de comunicación, en general, se cuidaban mucho a la hora de trazar paralelismos. El mundo del radicalismo abertzale señalaba rápidamente a los periodistas que consideraba “beligerantes” por cometer la osadía de establecer unos claros vínculos, muchas veces más que ideológicos, entre “políticos” y terroristas.
Fue una época en la que muchos profesionales de la comunicación en el País Vasco se especializaron en el equilibrismo informativo. Como escribió Fernando Savater, se prefirió ser equilibrista a ser equilibrado. Resultaba más cómodo practicar la equidistancia propia de quien cree ser testigo de un “conflicto” y mantenerse neutral que adoptar la postura equilibrada de quien se posiciona firmemente contra el fanatismo asesino de quien cree tener razones para matar a alguien.
Como ha escrito recientemente Ana Iríbar recordando a su marido en aquel fatídico enero de 1995, “fui a votarte en mayo, como si todavía estuvieras vivo. Con nuestro hijo de año y medio. Solo una bala cobarde pudo callar tu voz. Siempre he sabido, a pesar de la asfixiante niebla nacionalista que envolvía las calles de Euskadi, que estaba en el lado correcto.”
Gregorio Ordóñez tuvo el valor de ponerse en primera fila, de ser una de las voces más contundentes a la hora de denunciar el perverso entramado del mundo que le asesinó. Ahora podemos decir que su muerte sirvió para que una parte de la sociedad vasca entendiera que ese hombre se la jugó para enseñarnos dónde estaba el lado correcto.