Endeudarse ya no sale gratis
Pese a numerosas advertencias de las instituciones comunitarias y organismos económicos, la deuda pública en España ha ido acumulándose en la última década, tanto en periodos expansivos como de recesión. Si en el inicio de la anterior crisis, en 2007, la deuda sobre el PIB se situaba en el 35%, hoy se encuentra por encima del 110%, pese a la rebaja conseguida por el incremento del PIB nominal. Una deuda de 1,6 billones (último dato publicado por el Banco de España).
Esta aparente inocuidad de la deuda, sin embargo, se sostenía sobre un miraje: unas condiciones de financiación de las arcas públicas excepcionalmente favorables. Hasta hace nada, al calor de los bajos tipos de interés, endeudarse para invertir podría incluso parecer una opción racional. A medida que estas condiciones desaparecen, a raíz del cambio de rumbo de la política monetaria del Banco Central, la losa de la deuda se empieza a evidenciar en los mercados. Además, todo parece indicar que no volveremos a la era de los tipos de interés negativos en el futuro cercano.
Hasta hace nada, al calor de los bajos tipos de interés, endeudarse para invertir podría incluso parecer una opción racional
El gasto en intereses, que oscilaba entre 28.000 y 31.000 millones de euros hasta el año pasado, superará los 39.000 millones en 2024, según el Plan Presupuestario del Gobierno (Funcas prevé incluso 1.000 millones más). El déficit ha de financiarse en los mercados a un coste que ronda el 4%, un encarecimiento considerable en comparación con los valores cuasi nulos anteriores a la pandemia o incluso negativos de hace tan solo un par de años. En 2024, el tipo de interés de las nuevas emisiones de bonos a diez años será más elevado que su equivalente de hace una década. Hasta ahora ocurría lo contrario: la nueva deuda costaba menos que la antigua, moderando los costes financieros de la hacienda pública.
Durante la era de la abundancia monetaria, el BCE adquirió la práctica totalidad de las emisiones netas de deuda a muy bajo coste y el Tesoro español podía incluso cobrar por colocar letras y bonos. Hoy, si bien ha alargado la vida media de la cartera hasta los 7,9 años, para minimizar el impacto de potenciales futuras subidas de tipos, todo el endeudamiento nuevo (hasta 2025 se moverá entre los 35.000 y 70.000 millones) se financiará más caro.
Pero no todo son malas noticias. El Gobierno todavía dispone de una última oportunidad para emprender una senda hacia la estabilidad presupuestaria a medio plazo. La economía española crece gracias a su superávit externo, unas primas de riesgo contenidas y la nueva ronda de fondos europeos. Es hora de tapar agujeros fiscales que merman la recaudación, evaluar a fondo el gasto público, recortar partidas ineficientes e iniciar reformas estructurales necesarias como la de las pensiones. Las subvenciones, por ejemplo, se han duplicado hasta el 2% del PIB en los últimos años.
En Portugal, una acción a tiempo ha permitido volver al equilibrio tras el golpe de la Covid. Se prevé que la deuda del país luso se sitúe por debajo del 100% (98,9%) el año que viene por primera vez en más de una década, por lo que abandonará la lista negra de los estados más endeudados.
España se dirige inexorablemente a un efecto bola de nieve: la deuda que llega a vencimiento tendrá que renovarse en condiciones deterioradas. Sin consolidación fiscal, el déficit se mantendrá en cotas elevadas que dejan un margen muy reducido para afrontar un hipotético shock con políticas contracíclicas. También se complica el cumplimiento de las reglas fiscales europeas. Podemos optar por la vía de Portugal o seguir haciendo el avestruz y esconder la realidad: endeudarse ya no sale gratis.