El problema de la productividad y el capital intangible
La economía española padece desde hace décadas un problema endémico de baja productividad que condiciona su potencial de crecimiento. Los pobres resultados alcanzados en el último cuarto de siglo ayudan a explicar que España tenga un PIB por habitante un 18,5% inferior al de la Eurozona.
La productividad total de los factores (PTF) en España no ha crecido desde los años ochenta del siglo pasado. Tomando la base de datos de Penn World Table, la principal fuente de comparaciones internacionales de crecimiento económico, en 2019 se encontraba prácticamente en el mismo nivel que en 1983: 36 años de crecimiento de la productividad casi nulo.
Productividad del trabajo
La interpretación más habitual se centra en el comportamiento de la productividad del trabajo, subrayándose en muchos casos la baja calidad de la educación, el disfuncional funcionamiento del mercado de trabajo o el desaprovechamiento del capital humano por parte de las empresas. Sin embargo, la baja productividad de parte de las inversiones, la productividad del capital, es un factor también relevante. Una parte de los proyectos empresariales no resultan nunca suficientemente productivos, lo que equivale a padecer las consecuencias de una baja utilización de la capacidad instalada en la economía.
Las comparaciones internacionales nos muestran que en la actualidad España posee unas dotaciones de capital por habitante y por empleado similares a las de los países occidentales desarrollados, tras el aumento de la inversión en los últimos veinte años. Pero la ratio entre producción y capital empleado es menor, es decir, nuestra capacidad de generar valor añadido por unidad de capital acumulado es inferior. Mientras que la productividad del capital neto en Francia, Alemania, Reino Unido y Estados Unidos apenas varía entre 1995 y 2012, en España decrece (Serrano Martínez et al, 2017). En otras palabras, la capacidad productiva de nuestro tejido empresarial es sistemáticamente subutilizada.
El perfil de la evolución de la relación capital/producto nos muestra que las caídas de la productividad del capital se producen sobre todo en los periodos de crisis, debido a que el PIB retrocede y parte de los capitales acumulados no se utilizan. Esto lo comprobamos claramente en la Gran Recesión de 2008, y ha vuelto a suceder con menor intensidad y durante menos tiempo con la crisis del COVID-19. Pero lo verdaderamente preocupante es que en las recuperaciones no se corrige el problema.
Una posible explicación al descenso de la productividad del capital es la sobreinversión improductiva en activos inmobiliarios — viviendas, naves, locales comerciales, almacenes, infraestructuras—, en lugar de maquinaria, bienes industriales, u otros activos más intensivos en conocimiento. La acumulación de estos activos ha estado guiada con frecuencia por su rentabilidad a corto plazo en un contexto macroeconómico sobrecalentado por los bajos tipos de interés.
Bajo esas condiciones, si los inversores (y sus financiadores, en gran medida los bancos) trabajan con horizontes de plazos relativamente cortos en los que no se consideran probables las caídas de precios de los activos, el volumen de inversiones rentables, pero improductivas, puede ser elevado y los excesos de capacidad acumulados también. Esa parece haber sido la expectativa existente en España, un país con tradición de tasas de inflación elevadas y unos ritmos de urbanización intensos durante las últimas cinco décadas, en el que muchos consideraban que los activos inmobiliarios nunca bajaban de precios.
Exceso de regulación y corrupción
Además, algunos trabajos muestran cómo el exceso de regulación y la corrupción han conducido a un creciente deterioro en la asignación de recursos entre empresas en todos los sectores (M García‐Santana et al, 2020). A modo, de ejemplo, las cajas de ahorros más politizadas y con menor independencia de los órganos de gestión, tenían de media un 6% más de su cartera de créditos en el sector inmobiliario (Fernández Villaverde, 2017).
Esa orientación del capital aumentó en España durante el boom inmobiliario y sus efectos negativos se hicieron visibles al llegar la crisis, caer el PIB y el empleo y quedar parcialmente utilizado buena parte del stock — viviendas, naves, locales comerciales, almacenes— cuyos precios caían, generando unos costes de uso que no se recuperaban. La digestión de ese empacho inmobiliario llega en buena medida, hasta nuestros días, debido a que la larga vida media de la vivienda (ochenta años) y las otras construcciones (cincuenta años) mantendrá estos activos hasta más allá de 2050. Esa permanencia se refleja en el mayor peso que siguen teniendo en la actualidad los activos inmobiliarios en el capital neto español, cuando se compara con el que tienen en las economías occidentales desarrolladas.
En el periodo 1995-2008 los activos inmobiliarios representaban en todas las comunidades más de la mitad de la inversión, llegando al 70% en Cantabria. En el periodo 2009-2021 esta situación ha cambiado y en Cataluña y Madrid los activos no inmobiliarios son ya mayoritarios, pesando respectivamente el 50% y el 54%, con avances de 13 y 18,5 puntos porcentuales respecto al periodo precedente (Pérez García et al, 2023).
Otros elementos que condicionan la baja productividad del capital son el escaso peso de las empresas de tamaño grande, como comentábamos en esta columna, y la baja inversión en activos intangibles (software, bases de datos, I+D, patentes, diseños, formación en la empresa, capital organizacional, etc.). Estos activos son, en gran medida, fruto de la actividad de trabajadores cualificados, de modo que están estrechamente relacionados con el empleo de capital humano. España es uno de los países de la Eurozona con menor peso de intangibles sobre la inversión total y sobre el PIB, 16% y 3,2% respectivamente, frente al 24% y 5,3% de la zona euro (Mas y Quesada, 2019).
La mayor vulnerabilidad de la economía española se debe en parte al reducido peso de la economía del conocimiento en el PIB, que lastra el crecimiento de la productividad. Para que este peso crezca es necesario invertir no solo en capital tangible, sino particularmente en capital intangible, es decir activos ligados a la propiedad intelectual y activos que mejoren las competencias económicas de las empresas y el mejor aprovechamiento de su talento.