El Arca de Noé
A resultas de la inclusión de una ternera, ya requemada, en el menú de un festival de cine internacional y de mucho prestigio y muy envidiado porque todos quisiéramos quedarnos una noche de septiembre en el María Cristina, y junto a míticos nombres del arte del cine que todos los buenos aficionados recordamos, lo que yo me pregunto no es tanto por el valor informativo que pueda alcanzar una ternera ensangrentada en este banquete de culto, ni incluso por su valor social profundo e indiscutible y también dudoso, pues si la ETA acabó hace varios años, ¿qué interés puede tener a estas alturas un programa de esta naturaleza? No nos aclaramos. Lo que yo me pregunto, en todo caso, es por su valor artístico.
Porque el cine es, ante todo, una obra de creación coral bajo la batuta de un director. Las películas mencionadas por el director del festival para justificar su inclusión en su programación – qué decir de la Shoah de Lanzmann – alcanzaban una excelencia artística gracias a la fina cintura y acople de los variados recursos cinematográficos: un guion, el movimiento de cámaras, localizaciones, sucesión de planos diferentes, luces y sombras, todo aquello que convierte a un conjunto de sucesivas imágenes en cine.
Así que, como suele ocurrir, el problema no es tanto la película, si es que lo fuera, ni la ternera, si es que estuviera en su punto, sino el lugar del crimen en el que se quiere proyectar esta cinta; porque el Festival no debiera acoger ninguna película o documental o producto similar que no mantenga un cierto valor artístico, como obra de creación.
El problema no es tanto la película, si es que lo fuera, ni la ternera, si es que estuviera en su punto, sino el lugar del crimen en el que se quiere proyectar esta cinta
Un lugar más apropiado, por ejemplo, podría ser el salón de actos de la propia Fundación Sabino Arana del PNV, y, así, aprovechar al mismo tiempo, la celebración del 25 aniversario de la elección de la ternera como representante en el Parlamento vasco en la Comisión de Derechos Humanos y que con tanto regocijo alegró a un tal Arzalluz, hijo de Arzallo, natural de la Alcarria.
Porque es de todos sabido que además del Internacional de Cine, existe otro Festival y con más tradición si cabe en aquellas tierras, como es el de acoger en los espacios públicos de la comunidad vasca a estas nuevas estrellas del séptimo arte. Por sus nombres los reconoceréis: Paxchote, Monjuto, Pedrote y Malucho.
Del caserío al festival internacional, el hecho diferencial histórico en las vascongadas es que su terrorismo de la t-eta se ha manifestado sin preservativos, desinhibidamente, a cuerpo de rey por los aquellos pueblos preciosos, y los ongi oinc etorri oinc oinc no son más que el maillot amarillo y cierre glorioso a una trayectoria repleta de éxitos. El último oinc oinc había alcanzado un par de cabezas segadas, un secuestro, y numerosos títulos sobre explosivos y otros estudios superiores. ¿Blanqueamiento? Michel Jackson, al lado de todo esto, sería más oscuro que el betún.
¡A qué recuerdos nos lleva esta nueva ternera en ciernes! El día estaba clareado y estaban sentados en una escalera de un centro educativo o escolar, el mismo periodista pero con un vacuno de distinta morfología. Monotonía de los escolares en la ciudad. La ternera, ahora estrella de cine, estaba pastando ya en otros campos y esta vez era una becerra de la misma manada con el hocico oteguiocico sonriente, diminuto y maloliente, sentada en las escaleras, la que charlaba tranquilamente con su interlocutor.
Y lo cumplió la becerra, que ahora está en el mismo establo que el pastorcillo que alea este siniestro arca de Noé que recorre el interior de las venas de cada españolito.
Mugía reiteradamente que no, mugía que no, que de ninguna manera; rumiaba y sonreía la becerra, compañera de la ternera en la Comisión de los Derechos Humanos, que la sangre y la carnicería y la brujería formaban parte de su cultura y tradiciones y que de ningún modo las condenaría o rechazaría. Y lo cumplió la becerra, que ahora está en el mismo establo que el pastorcillo que alea este siniestro arca de Noé que recorre el interior de las venas de cada españolito.
El Festival homenajea a Miyazaki, por otra parte. Qué piensan los niños fue el título que yo mismo cincelé para reunir sus reflexiones y conversaciones y lo publiqué junto a Ghibli. Una historia de amor, el volumen en el que el productor Toshio Suzuki narra las peripecias para levantar el mítico estudio japonés. Esto es cine. Y la ternera no es cine. Tan simple como un anillo, tan preciso como una bala.