¿Carlos III no ha matado ningún elefante?
Hasta donde sabemos parece que Carlos III no ha matado ningún elefante. Aunque es bien cierto que la afición a la caza mayor en su familia siempre ha estado muy extendida. Corzos, venados, faisanes… Todo cuanto por sus tierras, que son muchas, corre y vuela, es susceptible de recibir plomo o el impacto de un todoterreno. Se cuenta que Felipe de Edimburgo tuvo que dejar de conducir cuando rondaba ya los 97 años porque pocos eran los animales que seguían vivos después de cruzarse con el coche del duque en la escocesa finca de Balmoral.
Tampoco parece que Carlos de Inglaterra haya entregado ninguna suma de dinero importante a quien fuera su amante. Me refiero a Camila Parker-Bowles (Camila Rosemary Shand, de soltera), nueva reina consorte, cuando la legítima era Diana Spencer, más conocida como Diana de Gales o Lady Di, con quien Carlos tuvo dos hijos. Todos sabían desde el principio que ese matrimonio lo formaban tres. El primero, el propio marido de Camila, Andrew Parker-Bowles, quien en su círculo de amistades llamaba al entonces Príncipe de Gales “my husband in law”, algo así como “mi marido político”.
Todos sabían desde el principio que ese matrimonio lo formaban tres
El humor de la aristocracia británica es un antídoto contra cualquier escándalo. Incluso cuando la BBC descubrió que la Familia Real tenía cuentas en un paraíso fiscal como Panamá, la cosa se quedó en nada. Desde el Palacio de Buckingham se marcaron un Pedro Almodóvar (o fue al revés) y precisaron que la reina Isabel II desconocía tal extremo porque eran los gestores financieros de la “Corona” los que se encargaban de invertir allí donde estimaban oportuno sin consultar este tipo de cuestiones con la soberana.
Un pequeño detalle este del dinero que tampoco quitó el sueño a la monarca. Los británicos siempre la quisieron y en los últimos años de reinado las encuestas decían que seis de cada diez ciudadanos valoraba positivamente su figura. Quienes casi la matan en vida fueron sus hijos. Y no solo Carlos, también el príncipe Andrés. El duque de York -dicen que era el favorito de su madre-, tuvo que ser apartado de la Casa Real tras ser acusado de tráfico de menores y explotación sexual al verse involucrado en el caso de pederastia del magnate Jeffrey Epstein.
La mediática separación matrimonial de Carlos y Diana, su posterior divorcio, la trágica muerte de la princesa en accidente y la traumática experiencia que tuvieron que vivir sus dos hijos se convirtieron, durante varios años, en la peor pesadilla para la corona británica. Incendios y divorcios hicieron que 1992 fuera calificado por la reina como “annus horribilis”. Fue la etapa en la que Isabel II tuvo menos respaldo ciudadano de todo su reinado. Tras la muerte de Lady Di, una princesa del pueblo, los británicos miraron con recelo a Carlos de Inglaterra. Veían en él, y por extensión a Camila Parker-Bowles, al desencadenante de una profunda crisis familiar que afectaba también a toda la institución.
Incendios y divorcios hicieron que 1992 fuera calificado por la reina como “annus horribilis”
No es de extrañar, por lo tanto, que los índices de popularidad de Carlos III sean en la actualidad más bajos que los de su madre e incluso que los de su hijo, el Príncipe Guillermo, primero ahora en la línea sucesoria. Muchos se preguntan qué retos deberá afrontar el nuevo rey y qué cuestiones marcarán su reinado a diferencia de los que tuvo que lidiar su madre. Está claro que Isabel II fue la reina que los británicos necesitaban como revulsivo tras la Segunda Guerra Mundial. Una joven de 27 años se convertía entonces en el elemento de cohesión de un viejo imperio que tocaba a su fin. Ella fue, desde la neutralidad política, la argamasa capaz de mantener la unidad del país, de la Commonwealth y de su propia familia más allá de cualquier escándalo. En definitiva, se convirtió en una pieza fundamental para que los británicos siguieran creyendo en la utilidad de la monarquía como institución.
Bastante tiene ahora Carlos III con no dejar caer nada de lo que su madre consiguió mantener en pie durante tantos años y con tanto esfuerzo. El rey de Inglaterra cuenta a su favor con el respeto que los británicos tienen a sus instituciones. Son ciudadanos de un país sometido también a transformaciones y al cuestionamiento del pasado, pero la historia les ha enseñado que los reyes pasan y los reinos permanecen. Y es lo que demuestran al mundo siempre que pueden: que son una nación y un pueblo tan seguro y orgulloso de lo que ha sido, y es que puede incluso reinarles un hombre con todos sus errores. Aunque no haya matado ningún elefante.