Aquí estamos las mujeres para cambiar el porno
La cinematografía pornográfica recibe críticas –el fenómeno ha aumentado y se ha radicalizado a raíz de la ley del “solo sí es sí” y la violencia machista– de índole diversa.
Los unos/unas: la pornografía es una adicción, una obsesión, una epidemia mundial, la transformación del sexo en mercancía y negocio, una lacra que destroza y esclaviza, la expresión de la degeneración y enviciamiento del ser humano, el camino hacia el sexo de usar y tirar, una práctica que perjudica algunos circuitos cerebrales concretos relacionados con la dopamina, el aprendizaje y demanda de algunas prácticas degradantes, una puerta abierta a la frigidez de la mujer.
Los otros/otras: la pornografía es el placer del poder, un ejercicio para disciplinar a la mujer, la negación de la libertad sexual, la hipersexualización de la mujer que niega su individualidad, la prostitución filmada, un producto que sostiene y reproduce el sistema patriarcal, la soberanía del deseo masculino violento, el silencio del deseo femenino, el lenguaje del poder masculino sobre las mujeres, la mujer como fuente de placer masculino, la expresión de los sectores más duros del sistema patriarcal, la
exaltación de la violencia contra las mujeres, un ejemplo del funcionamiento del capitalismo liberal.
Las ideas citadas provienen de escritos del catedrático de Psiquiatría Enrique Rojas (Los lenguaje del deseo, 2004 y La adicción a la pornografía, 2019) y de la profesora titular de Sociología del Género (Pornografía. El placer del poder, 2020 y El porno es prostitución filmada, 2020).
El retorno de Erika Lust
En esta coyuntura, Erika Lust –de origen sueco y residente en Barcelona, con estudios de Ciencias Políticas y especializada en Derechos Humanos y Feminismo, productora y directora de cine, guionista, escritora y pionera de la pornografía ética y feminista- edita/reedita el texto The Porn Conversation, una guía integral y completa de amplio alcance para orientar -familia y educadores- la educación sexual de los niños y niñas.
El texto –en la presente coyuntura- resulta interesante por dos razones: porque, muestra que una productora, directora y guionista de películas pornográficas tiene sentido del límite; porque, recupera la figura de una cineasta que muestra que, guste o no, otro porno –rompiendo y/o yendo más allá de los antiporno, del hard core, del sex positive o del post porno- es posible. En definitiva, una suerte de indie porno que quiebra las dicotomías sexo implícito versus sexo explícito y sexo sutil versus sexo grosero.
La pornografía no está pensada para menores de edad
El sentido del límite que se percibe en la guía: hay que hablar –sin tabúes y teniendo en cuenta que el porno en Internet no tiene que ver con la realidad y sí con la fantasía, los cuerpos artificiales, el placer masculino, la violencia a veces y el negocio siempre- con los niños y las niñas de la pornografía y limitar el acceso a dicho género cinematográfico –previo paso por taquilla- hasta que se hayan cumplido los 18 años de edad.
Alguien dirá que existe una contradicción entre lo que los padres explican y los hijos no pueden ver por decreto paterno o materno. Cierto. Como también la hay entre los padres o maestros que explican a los niños el código de circulación a pesar de que no puedan obtener –también por decreto- el permiso de conducción hasta los 18 años. Así se evitan –en uno y otro caso- menos comportamientos irresponsables y menos accidentes. Erika Lust: “la pornografía no está pensada para menores de 18 años”.
«Hay que hablar y educar, no prohibir»
Como el automóvil. En cualquier caso –detalle-, nuestra directora sostiene “que hay que hablar y educar, no prohibir”. Se trataría de aprender a “decodificar la pornografía y entender que lo que ven ahí no debe ser un reflejo de sus relaciones sexuales futuras ni de la manera en que deben comportarse según su género”.
Por lo que respecta a la violencia de género o machista, afirma que “antes de la pornografía ya había violencia hacia las mujeres” y que también es cierto que ahora “los jóvenes están normalizando lo que ven en el porno y lo reproducen como si fuera un comportamiento aceptado”. De ahí, la razón para limitar el acceso. De lo que se trata, en definitiva, es de ampliar y perfeccionar la educación sexual –a veces, inexistente- que los niños y niñas reciben en casa y en la escuela. Contundente, Erika Lust: “no podemos seguir creyendo que enseñarles a colocar un condón en un plátano va a ayudar a tener unas relaciones seguras o a desarrollar una identidad sexual libre de prejuicios y estereotipos”.
Otro porno es posible
La cuestión en sí: ¿qué hacer con el porno? Erika Lust –un cambio de perspectiva, de rumbo, de relato, de estética, de modo de hacer y de lenguaje cinematográfico que juega a su manera con los planos cinematográficos tradicionales y en donde puede percibirse la figura del voyeur oculto- repiensa un porno proclamando un “aquí estamos, por fin las mujeres hemos llegado para cambiar el porno”. Otro porno es posible.
Una pornografía cinematográfica distinta que toma cuerpo, nunca mejor dicho, en trabajos – ensayos y películas- como Porno para mujeres. Una guía femenina para entender y aprender a disfrutar del cine X (2008), Cabaret Desire (2012), Cómo rodar sexo (2013) o XConfessions (2014).
Un porno –señala la autora- que rompe con los clichés de los productores y directores de la industria de la pornografía, que muestra que las mujeres no van a la cama con zapatos de tacón, que visualiza que el escenario/decoración y el vestido por donde/como deambulan los/las protagonistas del film se corresponden con la cotidianidad del interiorismo común y con los tejanos y las camisetas de circulación corriente, que se centra –sin excluir al hombre- en el placer y el deseo femeninos, que tiene argumento, que no responde a una fantasía gratuita y sí al apetito –el guion de las películas de Erika Lust suele
responder a peticiones femeninas– de la mujer.
Un adiós al monopolio masculino –cambio radical, aunque también es cierto que hay mujeres que prefieren el porno tradicional y otras que aborrecen el porno en sí- que pone en escena a personas normales y a mujeres trabajadoras que no gritan como locas cuando llega el orgasmo, que no les gusta que les peguen en el culo, que no les apetece vestirse como putas o niñas, que no gritan “sí, así, más fuerte” cuando son empujadas o violadas. Y las lesbianas no son siempre altas, delgadas, guapas, con melena y uñas largas. Por supuesto, el consentimiento –que alcanza igualmente a las actrices y a los actores- como premisa indispensable de cualquier relación íntima.
Ni culpa ni vergüenza
Una pornografía o cine para mujeres adultas –continúa la autora- protagonizada –fuera estereotipos- por mujeres reales que no son cosificadas ni tratadas como víctimas, que quieren ser sujetos activos que dan y reciben placer, que no reniegan del hombre y quieren ser respetadas también en la cama, el sofá o la ducha. Democracia e igualdad sexual, se podría decir.
Una pornografía femenina/feminista –insisto: hay mujeres que lo rechazan en el marco de una realidad sexual muy plural– que reivindica el placer y explica y expone lo que piensan y quieren muchas/algunas/pocas mujeres, porque las mujeres adultas también quieren presentarse y representarse en el asunto del placer carnal. Un porno alternativo. Ni culpa ni vergüenza.