Restos momificados
Ya no echamos de menos en Europa a Gran Bretaña. No hay razones para ello, a pesar del actual primer ministro, Rishi Sunak, tan pinturero él con su excesivo bronceado; o eso creen sus compatriotas. Pero deberíamos replantearnos volver a admitirlos en el seno de la envejecida Unión Europea, un tanto solitaria desde el Brexit; muy a su pesar, la vieja dama sigue anhelando el olor a té que desprende la pérfida Albión. Además, está lo de la cultura y considerarla una de las cunas de la civilización, ayudaría a soportarla. Pues ahí la tienes, dando clases todavía. Ahora va y resulta que los museos británicos recomiendan evitar utilizar el término momia para referirse a las momias; hay que llamarlas “restos momificados” o “persona momificada”. Según los preclaros sabios ingleses, el término momia tiene reminiscencias colonialistas o bien se asocia con un monstruo de ficción. ¡Ay, si Wittgenstein levantara la cabeza!
Hay que callarse.
Ese Wittgenstein al que, en realidad, nadie entendió tras la complicada lectura de su conocida obra de 1921 el Tractatus Logico-Philosophicus, hasta que se llega al final, como en las novelas de intriga, y muy digno en su proposición siete enuncia que «de aquello de lo que no se puede hablar, lo mejor es callarse”. Resulta obvio que aludía a las momias.
Aun así, vamos a ver si nos aclaramos en esto de la “humanización” de los términos; una momia y un resto momificado no son lo mismo. Lo que se momifica es un cadáver, ya no una persona, con lo que, mejor, les llamamos “cadáveres momificados”. Antes de momificar, habrá que morirse. Restos resulta, cuando menos, peyorativo, como que duele y así debería dictarlo la tendencia woke. Y, además, podría resultar hasta sexista porque dado que solo alude al neutro, debería por ello distinguirse entre cadáveros, cadáveras y cadáveres. Por ese Boris Karloff, encarnación fílmica del vendado resucitado, para que no se sienta aludido, pues adjudiquémosle el adjetivo de no cinematográficos. A juicio de Jo Anderson, portavoz del Gran Museo del Norte Hancock de Newcastle, el cambio es justificado debido a que “las leyendas sobre la maldición de las momias y las películas en las que se las retrata como monstruos con poderes sobrenaturales pueden socavar su humanidad”.
El resultado terminará siendo muy satisfactorio, contentando así a todo el mundo que es gerundio, pudiendo aparecer en el diccionario de María Moliner de la siguiente manera: “Momia: Nombre. Dícese del término ya en desuso que se refería, tiempo ha, a los cadáveres/as/os momificados no cinematográficos. También se deberán utilizar en su lugar los términos restos momificados o persona momificada”. En vez de usar una palabra, pues emplearemos cuatro y dos modificaciones del género, puro gusto por la perífrasis, siendo ese el problema, que en la Gran Bretaña siguen creyendo que son ricos gracias al eco de un más que extinto imperio y por eso gastan en saliva y tinta para regocijo de los elaboradores de carteles museísticos. Y eso que dicen que cuando no hay nada interesante que decir, lo mejor es callarse.
Neologismos.
Compañeros/as, hay que cambiar los términos. Nada de la “Ley del sí es sí”, mejor “Ley del sí es sí y si no nos enfadamos”, y que Podemos, desligado ya de Izquierda Unida, se convierta en “Podemos hoy, mañana ya veremos”. Ciudadanos, con solo una palabra, pues qué triste; que lo cambien a “Ciudadanos, mejor en plural, que en singular tiene muy mala rima”. Y qué decir del Independentismo; pues nada, nada, “Independiente, que me lleva la corriente”. No se van a librar, no, los grandes partidos. El PSOE que vire a “Pero Siempre Obtenemos Escaños, a pesar de todo” y que el PP se convierta en “Pues Parece que hasta tengo posibilidades”. De algún otro supuesto partido, más escorado si cabe, ni hablamos, que, aun teniendo nombre de diccionario, para aumentos de información innecesaria por bocazas, se bastan ellos solitos.
Y claro, la pregunta resulta obligada: de verdad, estos ingleses, ¿no tienen algo mejor de lo que ocuparse? Siendo el único país del G-7 que todavía no haya recuperado el nivel económico pre pandémico, también la única de las grandes naciones con crecimiento negativo, una reducción media de los salarios del 4,3% en un entorno inflacionario del 9,3%, y una pérdida en el mercado laboral de más de 460.000 trabajadores procedentes de la Unión Europea, la verdad, la verdad, sí, aunque da mucho que hablar, quizás lo mejor sería callarse. O admitir el error y abjurar del Brexit.
Pero a los ingleses, ahí los tienes, contumaces en su altanera equivocación; por ya no tener, no tienen ni filósofo propio que tuvieron que recurrir a Wittgenstein, alemán él aunque de Viena. Eso sí, de familia de posibles, que para eso le dejaron estar tiempo en Gran Bretaña en el periodo pre Brexit. De las metopas del Partenón o de la Piedra de Rosetta mejor no hablamos. Callemos pues.