Líbranos señor de los gallegos en el Gobierno
Dicen que los muertos son todos buenos. Y lo mismo se podría asimilar a los cesados y dimitidos por orden superior; pero no es cierto. La muerte y la dimisión -un tipo de muerte política- al igual que los nombramientos, no suponen la transformación de la maldad en bondad, más que en el ánimo de oportunistas serviles . Aunque también juegan en ello un papel importante el volumen de fondos públicos que el dimitido (o la dimitida) haya aportado a sus apologetas, y si esos fondos tienen una cláusula post-mortem (política) como una suerte de seguro post venta.
La política galaica , por desgracia, está llena de especímenes que -además de no hacer nada efectivo por su tierra- han financiado grandes campañas de publicidad para dar el salto a la política, si no se hubiera cruzado en su camino una gasolinera o las dimensiones de unos túneles, como excusa perfecta para tapar otras circunstancias, provocadas por ambiciones desmedidas que llevaron a intentar mover los sillones de quienes no debían, primera causa de mortandad por lo que se denomina «suicidio político». Claro que, el alejamiento de los focos les aportó – como contrapartida nada desdeñable-, el que nadie se viera referenciado como responsable político de la tragedia de Angrois por vender un burro viejo como caballo de carreras, sin prever las necesidades y condicionantes que tienen las carreras de caballos. Y, además, para poner los focos y atribuir culpas y penas, ya tienen al pobre maquinista, cuya existencia (destrozada) les viene de perlas a los que así, pueden dedicarse tranquilamente a la «asesoría de intermediación».
Si hay algo peor que el páramo yermo de la política gallega, son los gallegos que llegan al poder en Madrid
Es cierto que Galicia no se destaca por la calidad de sus políticos, especialmente desde la desaparición física de Fraga y política de Beiras, últimos dinosaurios de una raza política excepcional que aún no ha tenido continuidad a esa escala. Solo la vida municipal alumbra algunos atisbos de esperanza. Pero si hay algo peor que el páramo yermo de la política gallega, son los gallegos que llegan al poder en Madrid. A diferencia de catalanes o vascos, que barren para casa sin desmayo, por no hablar de andaluces o valencianos, los gallegos tienen el feo defecto de barrer contra casa.
Un presidente de gobierno, dos ministro/as, al menos una secretaria de Estado de Obras Públicas (o como se llame cada cuatro años) y un secretario general del mismo ministerio, han traído como resultado que aún no haya estrategia ni avances en el corredor ferroviario europeo del Atlántico, que el AVE no llegue a Lugo (bueno , ni a Santiago, Coruña , Pontevedra o Vigo), que nada se sepa de los nuevos trenes Avril, que nada se haya hecho en la muy necesaria modernización de la línea férrea Coruña-Ferrol, como nada tampoco se ha hecho de la conexión entre ambas ciudades (y sus puertos de aguas profundas) con Lugo, Monforte y la red europea, que nada se sepa de las variantes de Peares-Canabal y Rubián, que sacó del cajón un Secretario de Estado madrileño, Julio Gómez Pomar, y un ministro de Santander, Íñigo de la Serna, y que volvió a meter un secretario general y una secretaria de estado, ambas de Lugo. Una autovía esencial entre Lugo y Santiago sin finalizar después de mas de 20 años, y una salida sur de Vigo, que solo arranca gracias a la presión del Gobierno Portugués, en clara sintonía con el trabajo del Eixo Atlántico.
Así que la conclusión es clara. Líbranos señor (o quien corresponda) de los gallegos en el gobierno de España, presentes y futuros, porque lo de los pasados no tiene remedio ya. Y no caigamos en el error de preverles grandes destinos futuros en la política, a quienes tienen grandes ambiciones, pero escasa capacidad de resiliencia política. Amén de muchos anticuerpos y algunos muertos en el armario. Que no caducan. Mi consejo desinteresado es que sigan dedicándose a la «asesoría de intermediación» con carcasa legal, o a los negocios familiares, hasta que – como dice la inolvidable canción de Serrat- «el cante de un socio, les cierre el negocio por lo menos por seis años y un día».