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José Silveira, el extremeño que surcó el mar de los negocios desde Galicia

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La Siberia es una comarca de leyenda, despoblada, dura, con un clima riguroso, dedicada básicamente a la agricultura y con uno de los índices de renta per capita más bajos de toda la provincia a la que pertenece, Badajoz, en la ya de por sí deprimida Extremadura. Allí, en el municipio de Helechosa de los Montes, lindante con Toledo, como en una esquina perdida del mapa, y con un censo que hace unos años no llegaba al millar de habitantes, nació José Silveira Cañizares recién terminada una Guerra Civil que castigó a aquellas gentes como a pocas. Corría 1938. Pronto, apenas siendo un niño, la familia se traslada a Talavera de la Reina, entonces a años luz de convertirse en el polo industrial que es hoy, en busca de una oportunidad.

Desde allí, un Silveira adolescente viaja a Madrid, a preparar el ingreso en la Marina, para luego recalar en la Escuela de Náutica de A Coruña, su primer contacto con Galicia. Ya no se movería de la tierra que vio nacer su emporio. Excepto para surcar el mar, desde el Mediterráneo hasta el Báltico. Entre otras compañías, el naviero fallecido este jueves trabajó por cuenta ajena para Transmediterránea y Pescanova, ocupando puestos como oficial, jefe de máquinas y, por último, inspector de buques. Fue precisamente un premio, cuando se casó, como regalo de bodas, lo que llevó al joven Silveira a ese puesto. Lo describe con detalle el libro Señores de Galicia (La Esfera de los Libros, 2008), cuyo autor es el periodista Julián Rodríguez. “El presidente decidió nombrarme inspector en la compañía, que era entonces la primera empresa pesquera de Europa. Sólo tenía veintiséis años”, recordaba José Silveira.

Siempre con “Charuca”

Fue en el otoño de 1965, justo después de cumplir el primer aniversario de boda, cuando el naviero emprende su primer negocio a través de la firma Transportes y Frigoríficos Internacional. En esa etapa compatibiliza su puesto en Pescanova con sus pinitos en el sector del transporte marítimo. Y todo, gracias a su esposa, María del Rosario, Charuca, que con el tiempo daría nombre a uno de los remolcadores del grupo y que entonces era la que pilotaba la incierta aventura empresarial de los Silveira. “Ella siempre ha trabajado más que yo. Ha sido mi alma máter. Es una gran trabajadora, y si yo estoy ocho horas al día al pie de cañón, ella está doce. Sin mi mujer yo no hubiera hecho nada en la vida”, recordaba Silveira en Señores de Galicia.

Y lo cierto es que las palabras del naviero no se quedaban en simple guiño de marido entregado. Su mujer “manda”, coinciden en señalar amigos y trabajadores del grupo. Es ella, por ejemplo, quien hace las veces de portavoz del grupo cuando toca hablar con los medios de comunicación. Y es ella, también, quien durante años tuvo un mayor paquete accionarial del holding que ya es A Nosa Terra 21, significativamente por encima de su marido, y también de los tres hijos (María del Rosario, José Bernardo y Julio) que tienen presencia en el capital. Ellos, inmersos en el día a día, y que empezaron echando una mano en sus vacaciones estivales, siempre han cobrado menos que otros trabajadores que no son de la familia en los puestos que han desempeñado. “Me ha ido bien con esta práctica, y ellos lo han entendido desde el primer momento. Ninguno empezó aquí de gerente, se han ganado sus puestos a pulso”.

El gran golpe con Elcano

Tan remiso a las apariciones públicas como poco conocido fuera de Vigo y su entorno, Silveira puede considerarse el gran naviero de este país. Si Galicia es punto y aparte dentro de la flota pesquera española, su importancia en la mercante no se queda atrás. A través de sus navieras, que pivotan sobre el holding Grupo Nosa Terra 21, el empresario llegó a controlar en la década de 2000 prácticamente una cuarta parte del tonelaje total de los buques cargueros propiedad de armadores españoles. 

De los más de cuatro millones de toneladas brutas (GT) en manos del sector en España, más de un millón corresponden a la Naviera Elcano, adquirida por Silveira a la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI) a finales de los noventa, en plena fiebre privatizadora del Gobierno del Partido Popular. Ya entonces a las más de veinte unidades de esa flota (se dedica sobre todo al transporte de productos a granel, petróleo y también gas licuado) se suma la de Remolcanosa, con una treintena de remolcadores, dentro y fuera de España, el gran secreto del éxito de este empresario criado muy lejos del mar.

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