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Galicia y las trampas del desarrollo (II)

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Los modelos de las trampas de desarrollo se preocupan, especialmente, por los fallos en los procesos de recuperación consistentes en explicar las causas de la desaceleración del crecimiento después de los periodos de intenso crecimiento o de despegue económico. Tanto Aiyar et al. (2001) como Eichengreen, Park y Shin (2014) insisten en el hecho de que cuando dichas desaceleraciones persisten, las recuperaciones parecen posponerse mucho tiempo. Y, en consecuencia, dichas ralentizaciones son la contrapartida empírica a las teorías de la convergencia y recuperaciones.

Las trampas del desarrollo tienen lugar, por lo tanto, en aquellos espacios territoriales que presentan ráfagas de crecimiento, seguidas de periodos de estancamiento o incluso de declive, o en aquellas regiones estancadas en bajas tasas de crecimiento, lo que pone manifiesto que “en lugar de ascender, en la escalera del desarrollo, de manera constante a lo largo del tiempo; su PIB per cápita simplemente gira hacia arriba y hacia arriba-abajo” (Kharas & Kohl, 2011).

Las trampas son producto de las combinaciones de problemas viejos y nuevos; que surgen a medida que las regiones avanzan por sus respectivos caminos. Se denominan trampas porque implican una dinámica circular que puede perpetuarse en si misma; limitando la capacidad para alcanzar mayores grados de desarrollo.

La OCDE (2019) hace referencia a una combinación de factores que se refuerzan entre sí y que limitan el logro de mayores avances. Pueden ser dos tipos de fenómenos: a) un círculo vicioso, entendido como combinación de ciertas dinámicas entrelazadas que producen una espiral negativa; y b) un equilibrio de bajo nivel, que es localmente estable debido a la presencia de factores que se refuerzan recíprocamente. Su superación exige coordinación y/ acción colectiva.

Galicia es un buen ejemplo de lo complejo: forma parte de las comunidades con un PIB per cápita inferior a la media nacional y europea

En función de la reciente evolución económica, tras la Gran Recesión y los efectos de la COVID-19, se apuntan cuatro “nuevas” trampas del desarrollo. Hacen referencia a:

a) la productividad, que mantiene estancado de manera persistente a los sectores, constituyendo un verdadero lastre al desarrollo;

b) la vulnerabilidad social, que se manifiesta por los abultados índices de pobreza y exclusión social;

c) las trampas institucionales, derivadas de contar con instituciones y servicios públicos de calidad mediana y que no responden con eficacia a las mayores y crecientes exigencias;

d) las trampas ambientales, que se manifiestan cuando un país está sesgado hacia sectores intensivos en materiales y recursos naturales.

El octavo informe sobre la cohesión social de la UE (2022) nos remite a tres dimensiones del dinamismo económico para corroborar la falta de convergencia regional. Se refiere al PIB per cápita; a la productividad y al empleo. Sobre estos parámetros se establece que dichos factores son relevantes para no caer en la trampa del desarrollo. A juicio de la UE son la baja participación del sector industrial en el VAB regional, los índices de capital humano, las inversiones en I+D+i; las ratios de calidad institucional y el dinamismo demográfico. Por tanto, se estima que la posibilidad de que regiones cuyo PIB per cápita sea inferior a la media europea eviten verse atrapadas en dicha trampa son mayores cuando mayor sea la calidad de su gobierno y su producción industrial. Y para las regiones más desarrolladas la posibilidad de no caer en la trampa son mayores cuando más elevadas sean las inversiones en I+D+i y más alto el nivel de estudios de sus ciudadanos.

De no acometerse dichas pautas, lo lógico es, como apunta Dijkstra et al. (2020), caer en la sociedad de desencanto. Dicha dinámica es debida, fundamentalmente, a que los desempeños económicos son deficientes, la falta de oportunidades de empleo cada vez más reducidas y la continua pérdida de competitividad alimenta un resentimiento social y político hacia lo que se considera cada vez más (justa o injustamente) como un sistema que no beneficia a las áreas que se quedan atrás.

Fernández Villaverde (2022) al evaluar el comportamiento de las comunidades autónomas españolas revela tres grupos de tendencias entre 1979-2019: una comunidad autónoma se ha convertido en el centro económico de España (Madrid); en tanto que dos comunidades autónomas que, a pesar del tamaño de su economía, han seguido la media del resto de España, sin apartarse mucho (Cataluña y Andalucía); y una economía que habiendo sido importante económicamente en su día, en la actualidad lo va siendo menos (País Vasco). El resto de las comunidades autónomas presentan comportamientos muy dispares.

Galicia es un buen ejemplo de lo complejo. Forma parte de las comunidades autónomas poseedoras de un PIB per cápita inferior a la media nacional y europea. Afrontó su proceso de ajuste y cambio transitando desde una economía tradicional, basada en la explotación de sus recursos naturales y un mercado muy concentrado en su propia área, a una economía abierta. Las dinámicas transformadoras fueron notables y mucho más relevantes sus acentuadas especializaciones productivas, al punto de convertirse en una de las economías regionales con una muy elevada tasa de apertura y saldos comerciales positivos. Sus apuestas hacia el exterior se llevaron a cabo a través de una intensa segmentación de actividades de baja intensidad tecnológica y en base a una sustitución progresiva de capital por trabajo, dentro de una sociedad que va envejeciendo y perdiendo tasa de reposición.

De ahí que, en una primera fase, la economía gallega haya progresado en su tendencia a la convergencia, tal y como se vislumbra al analizar el periodo 1981-2000, siguiendo los datos de las series enlazadas proporcionados por FEDEA y BBVA Research.

A partir de dicho momento, la economía de Galicia no puede evitar caer en la trampa del desarrollo, al perder ritmo de crecimiento respecto a la dinámica de la economía española y europea. No solo disminuye su participación en el conjunto de la economía de España, sino que sus ritmos de crecimiento son más bajos. La última década (2010-2002) ha sido la del acompasamiento; esto es, las dos economías, la gallega y la española registrando similares ritmos de crecimiento. Por tanto, Galicia deja de rezagarse respecto a los promedios nacionales; pero ello significa frenar la convergencia o la reducción del gap existente respecto a otras comunidades autónomas y áreas territoriales. La fase posterior a la pandemia muestra la constatación de dicho freno. Así los datos correspondientes al año 2022 validan la tesis expuesta en la medida que las tasa de crecimiento del PIB y sus componentes revelan posiciones contrapuestas. Galicia pierde el ritmo nacional y basa sus crecimientos en la demanda externa; en tanto que la economía española logra despegar en base a la demanda interna, tanto en lo que atañe al consumo privado como a la inversión pública y privada.

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